El molino de la Magdalena está documentado desde mitades del siglo XII cuando, durante la guerra de la Nabarreria, la Catedral denunciaba los daños sufridos en las ruedas de santa Magdalena que eran de su propiedad. En otros documentos se le denomina molino del Vergel, del Obispo o de Maurimillo, pero ya a partir del siglo XVI aparece siempre como molino de la Magdalena, perteneciendo primero a los condes de Ayanz y después al Marqués de Vesolla. Como era la costumbre en la época, se arrendaba a un determinado molinero para su explotación. Por otra parte, en un mapa de 1726 realizado por el ejército francés, figura como batán. Era relativamente frecuente, antaño, que la actividad de los molinos fuera mixta, aprovechando la energía hidráulica no solo para moler grano de cereales o maíz sino también para otras actividades como el bataneo de tejidos o pieles.

Lógicamente, a lo largo de los siglos el molino ha sufrido diferentes y, a veces, profundos cambios en su estructura arquitectónica. Parece ser que en 1827 fue totalmente reedificado, aunque en su estado actual se conservan algunos arcos de medio punto en su base y la presa que pudieran datar del siglo XVI. Sin embargo, la torre cuadrada que en la actualidad remata el edificio principal es de lo más moderno del conjunto ya que, se hizo en los cincuenta del siglo XX.

En 1850 un rico comerciante llamado Pedro de Jorajuria, que había hecho fortuna en Cuba, puso en Pamplona un almacén de trigo que procedía sobre todo de la zona de la Ribera y una panadería. Se sabe que el pan lo hacía con la harina molida en el molino de la Magdalena aunque suponemos que sus relaciones con el molino eran exclusivamente comerciales. Pocos años después, en 1872 está documentado que el molinero arrendatario era un tal Ariztizabal.

Precisamente en la segunda mitad del siglo XIX se produjo una verdadera revolución tecnológica en el mundo de la molinería con la introducción de los molinos de cilindros metálicos en sustitución de las clásicas piedras giratorias y la aparición de modernos cernedores mecánicos capaces de separar los salvados, constituyendo el sistema austro húngaro, llamado así por el lugar en donde se desarrolló dicha tecnología. Este cambio tecnológico conllevó en muchos casos también un cambio en el modelo económico y la relación comercial de los molineros. Habitualmente los arrendatarios de los molinos cobraban en género, es decir se cobraban un porcentaje del producto molido (la laka o maquila). Con el desarrollo de la economía capitalista, era el dueño del molino el que compraba el trigo al productor y después vendía la harina en el mercado. Ambos cambios, el tecnológico y el comercial son los fundamentos del paso del concepto de molino clásico al de fábrica de harinas.

1933, la fábrica de harinas y sus arcos medievales en la base. Foto: J. Cía. AMP

En este sentido es sabido que el molino de la Magdalena fue uno de los primeros en Navarra, junto con el molino de Alzugaray en San Pedro, en adoptar esta tecnología novedosa con la cual, como decíamos, era posible separar los distintos tipos de harinas y salvados. De esta forma, ya en 1887 La Magdalena se anunciaba como Fábrica de harinas, sistema austro-húngaro, siendo su titular entonces Felipe Irisarri. En su almacén y despacho de la calle Nueva nº 30 ofrecían tres tipos de harinas finas, dos menudillos o harinillas y el salvado. Además, se elaboraba y expendía pan elaborado allí mismo sirviéndose, incluso, a domicilio.

Lo que parecía un gran negocio no debió funcionar como tal, produciéndose la quiebra y ya, en enero de 1895 se anunciaba la venta del molino de la Magdalena, situado extramuros de la ciudad con capacidad para moler 12 toneladas diarias. En el pliego de la subasta se especificaba que era un edificio de piedra y ladrillo de 16 por 11 metros de superficie en tres plantas, baja, principal y desván en donde estaban instalados los molinos de cilindros y las máquinas de limpia y cernido. Además, varios edificios anexos más pequeños servían como almacén de granos y harinas, gallineros, cuadra y almacenes de heno y paja. La presa en el río Arga medía 41 metros consiguiéndose una caída de siete metros capaz de conseguir la energía hidráulica suficiente para mover toda la maquinaria. El precio de salida para todo el conjunto, valorado por los peritos, fue de 130.024 pesetas.

La subasta fue ganada por los señores Galbete y Ciganda. Miguel Ciganda Guelbenzu nacido en 1852 en Pamplona había hecho una buena fortuna con su negocio de transporte a base de mulas y galeras. Pablo Galbete Campion, también nacido en Pamplona en 1864, procedía de una familia burguesa de la capital y era ingeniero industrial. Su padre Pedro Galbete, comerciante de Ziordi, tenía una fábrica de hilados en la calle san Agustín. Ambos eran socios fundadores de la sociedad Aguas de Arteta y además eran accionistas en otras sociedades industriales. Ciganda fue también fundador de La Vasconia, el Crédito Navarro y de la casa de seguros La Vasco Navarra. Galbete, años después, fue diputado foral.

La concesión del salto de agua del molino que inicialmente era de 3.000 litros por segundo se amplió a 6.000 l/s en 1909. Poco después de su compra se había instalado una turbina tipo Francis de cámara abierta y eje vertical, capaz de producir 600 CV, energía que se empleaba no solo para mover la maquinaria de la harinera, sino que se vendía el sobrante a la Electra Aoiz, sociedad precursora de El Irati, que tenía su central en el vecino molino de Caparroso.

De la ikastola Paz de Ziganda

Miguel Ciganda se casó en 1888 con María Ferrer Galbete, prima carnal de su socio Pedro y de cuyo matrimonio fueron naciendo sus hijos Alejandro, Tomás y Ramón, que después heredarían el negocio harinero. La única hija Mª Paz, seguiría otros derroteros llegando a ser famosa por su labor altruista y por su trabajo en la asociación "Euskararenadiskideak", entidad fundada en Iruñea en 1925 con objeto de "enseñar, fomentar y extender el euskera", lengua que Paz conocía por su abuela paterna que era natural de Gaskue en el val de Anue. A su muerte, en 1966, legó una buena parte de su fortuna para la creación de la ikastola que hoy lleva su nombre, Paz de Ziganda.

En 1899 ambos socios compraron a cada solar en la manzana Bdel recién estrenado primer ensanche de Pamplona, Galbete el nº 4 y Ciganda el nº 7 para construir sendas viviendas. La de los Ciganda, con fachada a Navas de Tolosa, nº 23, no ocupaba todo el solar y la parte posterior la reservaron para poner un horno de panadería. Diseñada por el arquitecto Máximo Goizueta, de tres plantas en ladrillo cara vista rojo fue la vivienda de los hermanos durante toda su vida. En la actualidad se está rehaciendo por dentro, manteniendo su fachada original a Navas de Tolosa.

Miguel, ya mayor, enviudó en 1919 y quizás cansado y con sus sucesores aún no preparados, ese mismo año arrendó la fábrica de harinas al que era su gerente, Constancio Agurruza, y a Gerardo Iribas, que constituyeron para ello la Sociedad "Agurruza e Iribas". Constancio AgurruzaUriz había sido anteriormente administrador de la Electra Aragón cuya central productora estaba en Cáseda. De esta forma cuando en febrero de 1921 se constituyó la Asociación de Fabricantes de Harinas de Navarra, el señor Agurruza fue el representante de la fábrica de la Magdalena en la misma.

En 1922 cuando falleció Miguel Ciganda, Pablo Galbete ya se había desprendido de su participación en la fábrica y fueron los hijos de Miguel los que recuperaron la titularidad de la fábrica, constituyendo el 30 de junio de 1.922 la sociedad "Hijos de Miguel Ciganda Guelbenzu, S.R.C.". Constancio Agurruza continuó como gerente durante algunos años más. Otros gerentes a lo largo de la historia de la harinera fueron Luis París, Pablo Echeverría y el último Javier López Cotelo.

Además de participar en la empresa harinera los hermanos Ciganda estuvieron muy presentes en el panorama empresarial pamplonés como miembros del consejo de administración de varias empresas, Tomás en la Vasco-Navarray Alejandro, abogado, en La Vasconia o en la sociedad Balneario de Belascoain. Este último llegó a ser alcalde de la ciudad entre noviembre de 1926 y mayo de 1927. Ramón, también abogado y gran aficionado a la música clásica, fue durante muchos años presidente de la orquesta Santa Cecilia de Pamplona.

Alejandro Ciganda Ferrer, alcalde de Iruñea en 1926. Foto: AMP

La fábrica de harinas poseía ocho molinos de dobles cilindros de 60 cm, es decir una longitud trabajante total de 9,60 metros lo que suponía, a máximo rendimiento, una capacidad de molturación de 19,2 toneladas diarias de trigo y tenía, además, una capacidad de almacenamiento de 160 vagones de trigo (la unidad vagón equivale a 10 toneladas). Para mover la maquinaria utilizaba, como decíamos, la energía producida por la turbina Francis con el agua del río Arga y cuando durante el estiaje el agua faltaba tenían un motor eléctrico marca Otto de 1 cilindro que le sustituía. Con el negocio en plena y buena actividad, en el año 1940 se efectuó unaimportante reforma y mejora de su edificio fabril principal y sus aledaños.

Los Ciganda siempre se distinguieron por su cuidado y trato justo a sus empleados de la harinera y no dudaron en dedicar un gran edificio, esquina entre las calles Tejería y San Agustín como vivienda para muchos de ellos y sus familias, o para las viudas de los que lo habían sido, sin necesidad de abonar ningún alquiler.El edificio acoge en la actualidad algunos pisos tutelados y locales de la Fundación Ciganda Ferrer. Es de destacar, además, que su ideologíaadquirida desde su infancia les inclinaba a vender la harina producida en el molino siempre a clientes de las cuatro provincias vascas. Cuando en 1968 se creó el consorcio Panasa, hoy perteneciente a la multinacional Berlys, que agrupó a una buena parte de los panaderos de Iruñerria, ellos no quisieron entrar y continuaron vendiendo su harina a panificadoras sobre todo guipuzcoanas, de Errenteria o Hernani por ejemplo.

Llegados los años setenta, la fábrica harinera, sufrió como tantas otras la crisis económica y de necesarios cambios tecnológicos que llevaría al plan de reestructuración del sector harinero y que conllevó el cierre de la mayor parte de las harineras navarras. La fábrica fue cerrada y achatarrada el día 4 de diciembre de 1975. El achatarrado, previsto en el plan, suponía la destrucción violenta de ejes y motores y la enajenación de algunas de las máquinas con objeto de que la fábrica no pudiera trabajar más, aunque lo quisiera. Contaba entonces con unos veinte empleados y una de las exigencias y compromiso de los Ciganda fue que ninguno se quedara sin trabajo. Como eran miembros del consejo de administración de varias importantes empresas, Inabonos, Portland o La VascoNavarra, se les buscó acomodo a todos. A uno de ellos le regalaron un pequeño terreno también de su propiedad que queda al otro lado del molino en la orilla derecha del río, para que pusiera una huerta con la única condición de que les suministrara las verduras y hortalizas de su consumo personal.

Tras el cierre de la harinera los hermanos, con clara vocación altruista, decidieron, ya que no tenían herederos, que las instalaciones y su gran fortuna se dedicaran a algún tipo de obra social. Conocían de su infancia en Pamplona a Carmen Gayarre Galbete con la que tenían frecuentes contactos en Madrid. Carmen había nacido en Iruñea en 1900, estudió magisterio en la escuela normal de la ciudad y después se marchó a Madrid para estudiar Filosofía y Letras y Pedagogía, completando sus estudios de psicología infantil en Viena. Muy sensibilizada por los discapacitados intelectuales ya que poseía un hijo con sindrome de Down, dedicó toda su vida y estudios al desarrollo de la educación especial para los mismos.

Centro El Molino

Así, terminó creando la Fundación Gil Gayarre y un centro pionero de Enseñanza Especial en Pozuelo de Alarcón. De esta forma los Ciganda fueron madurando la idea de hacer algo similar en Iruñea, creando en un principio la Fundación Ciganda Ferrer, entidad constituida el 7 de febrero de 1976 por Tomás y Ramón. Sus hermanos Alejandro y Mª Paz habían fallecido en 1968 y 1966 respectivamente pero habían participado en la concepción de la idea desde varios años antes. El que había sido el último gerente de la harinera continuó su labor, también con mucho de altruismo, como administrador de la fundación. Al valor inicial de la misma en inmuebles, valores y fincas se le añadiria las herencias de los cuatro hermanos, decisión que no dudaron en hacer pública. Puestos manos a la obra en escasos dos años transformaron todas las instalaciones industriales en aulas y talleres con capacidad para hasta trescientos alumnos y en septiembre de 1977 se inauguró el Colegio de Educación Especial El Molino, referente para cientos de familias de discapacitados de Navarra. Como único elemento representativo de lo que el edificio había sido durante siglos quedó la turbina y los canales de entrada y salida del agua hacia la misma, asi como la pequeña presa en el Arga. El edificio fue también rehabilitado en su exterior, intentando siempre darle un tono acorde con el entorno y sobre todo con lo que siempre había sido, un molino.

El colegio de educación especial El Molino en la actualidad. Foto: VME

Hoy, después de cuatro décadas de nueva y diferenteactividad, el molino de la Magdalena, a orillas del río Arga, sigue formando parte del fresco y pausado paisaje del entorno periurbano de Iruñea con su frecuentado y bien arreglado paseo fluvial. Sus propietarios, que lo fueron durante todo el siglo XX, terminaron "robándole" el nombre antiguo y hoy se le conoce de forma generalizada como el molino de Ziganda.