Muriel Castro del Río es una artesana catalana que vive en Mezkiritz (Valle de Erro). Llegó al Pirineo hace ocho años atraída por la belleza de la Selva de Irati.

“No conocía Navarra. Nos alojamos en Orbaizeta y tan pronto como llegamos, nos enamoramos del paisaje. Era hasta demasiado bonito y quedamos realmente asombradas de sus colores de otoño”. El viaje dio su fruto. En aquella escapada con una amiga conoció a Koldo Villalba de Diego, guía de la naturaleza y el flechazo fue instantáneo.

Docemeses más tarde lo dejó todo para instalarse con él en Mezkiritz. Hasta entonces, trabajaba en Barcelona, donde nació hace 47 años. Allí se licenció en Antropología y Bellas Artes, carreras que no ejerció.A pesar de ello, admite que Bellas Artes ha sido la base de su conocimiento ampliado con talleres de cerámica y otros cursos. Y la antropología, subraya “me ha servido para entender y conocer, en primer lugar a mí misma. Te hace de espejo de todo lo demás”, explica. Trabajaba felizmente como administrativa en el centro de salud de Sans, su barrio de Barcelona.

Aquel viaje significó un cambio de vida de la gran ciudad al medio rural, a un pueblo de 78 habitantes, abandonar el cotidiano azul del mar por el verde de los prados pirenaicos. El respeto era inevitable, pero asegura superó pronto el miedo gracias a la buena acogida dispensada por la gente del pueblo y del valle.

“Eso ha sido fundamental para mi asentamiento. Pensaba que echaría mucho más en falta el clima, la luz y el mar. Yo aquí no conocía a nadie, pero se volcaron en ayudarme desde el primer día y eso lo ha hecho todo más amable. Tengo una gran sensación de gratitud porque cada día hace que me sienta como en mi casa”,confiesa. .

Dejar atrás el Mediterráneo que ha respirado toda su vida, amistades y familia no ha sido fácil, reconoce. Sin embargo, hoy ensalza las bondades del silencio, la paz y la calidad de vida del Pirineo y el carácter de sus gentes. “Te das cuenta de que puedes hacer tu vida en cualquier lado”, declara.

Idas y venidas

Aquel primer año fue de idas y venidas. Hija única, viajaba con frecuencia a Barcelona para atender a su padre y a su madre, de edad avanzada. Allí le sorprendió y la retuvo el confinamiento en marzo de 2020. Eran los días en los que cuidaba a su progenitor aquejado de un cáncer de pulmón en la recta final de su vida. Manuel Castro Mellado, pintor de profesión, falleció durante la andemia y en el taller donde trabajaba dejó más de 400 obras entre pinturas y esculturas. La gestión de su legado hizo que a Muriel se le abriera una opción que creía cerrada. “No era fácil dedicarse a ello ni vivir de la pintura finalizada la carrera. Pero siempre es algo que ha estado en mí. Necesitaba usar las manos y tocar el barro. Era la oportunidad de hacer un cambio”, recuerda.

En 2021 realizó una exposición antológica con la obra de su padre en una galería de Barcelona, y paulatinamente fue asomando lo que estaba en su interior. Con la sensación de ese descubrimiento, volvió a Navarra y empezó a trabajar la cerámica. “Yo trabajo con lo que me da la naturaleza en el Pirineo. Cualquier elemento es un motivo para poder hacer algo. Y en este camino me voy moviendo y creando”, dice.

Añade que, desde que está en Navarra, se le ha despertado una sensibilidad especial hacia la naturaleza, especialmente hacia los animales. “Esto me llevó a hacerme vegetariana, “casi vegana”, matiza. Todas las piezas que hago son sostenibles y veganas”, aclara.

En este proceso se llena de objetos reciclados, sostenibles, naturales: collares, y anillos con flores y plantas secas encapsuladas en resina. El barro y la arcilla es su materia. Con ella juega libremente, “a ver por dónde va la cosa”. Fabrica con la tierra sus propias acuarelas. “El resultado es como un pedacito de Irati, algo que la gente se puede llevar a modo de recuerdo”, sugiere.

Ferias y mercados

Muriel está dispuesta a abrirse paso en el camino de la artesanía desde el medio rural en el que habita. La página ETSY es su escaparate en las redes y su cuenta en Instagram: www.instagram.com/murieladasss/. “También me sirve de conexión artística para no sentirme sola. Estamos más escondidas, pero estamos aquí, trabajando”. De este modo, salva el impedimento de frecuentar exposiciones y relacionarse con artistas. En este sentido, salir a ferias y mercados le ilusiona, “aunque no venda nada”. Participar en la fiesta y ser una más entre los puestos artesanos locales.

“Si pudiera vivir de esto, sería feliz”, declara. El volantazo que dio a su vida: dejar su zona de confort, un trabajo estable y una gran ciudad con su ritmo vertiginoso a cambio de una vida rural y artesana no le ha penado en ningún momento. “Teniendo menos me siento más afortunada, más viva y más despierta. Soy más libre para crear con calma”.

Muriel y Koldo, ahora casados, fijarán su casa en Garralda. “Pase lo que pase, este es un camino sin retorno”, vaticina ella feliz.