900 kilómetros a la semana, 3.600 al mes, 43.200 al año. Desde hace cuatro décadas, José Ignacio Ilarraz coge su furgoneta y vende frutas, verduras y pescados a los vecinos y vecinas de las localidades pirenaicas.

“Están muy agradecidos porque les llevo productos de primera necesidad a la puerta de su casa. La mayoría de los clientes son gente mayor que no tienen tienda en su pueblo y que ya no están en condiciones para coger el coche y conducir unos kilómetros para comprar en el supermercado más cercano”, asegura.

José Ignacio lleva tanto tiempo en la carretera, desde 1983, que ya se sabe de memoria las rutas de cada día. “El martes a la mañana empiezo en Aincioa, luego bajo a Olóndriz y de ahí me voy a Ardaiz. Cuando hago estos pueblos del valle de Erro, pongo rumbo a Espinal, Burguete, Roncesvalles, Garralda y Orbaiceta”, detalla.

El vendedor ambulante también recita de memoria la tourné de los miércoles: Larrasoaña, Irure, Urdániz, Esquiroz, Ostériz, Zubiri, Saigots, Urtasun, Eugi, Agorreta, Erro, Linzoain, Biskarret-Guerendiáin, Mezkiritz y Luzaide/Valcarlos. 

Los jueves pone rumbo a Zilbeti, Villanueva de Aezkoa, Abaurrea Baja, Abaurrea Alta, Garaioa y Jaurrieta. El viernes toca Aribe y repite Espinal, Burguete, Roncesvalles y Garralda. “Siempre paso dos veces a la semana por los pueblos que tienen más población”, especifica.

Para rematar, el sábado también se curra y recorre de nuevo las serpenteantes carreteras de los valles de Erro y Esteribar. “Este día me acompaña una persona para acabar antes y disfrutar de la tarde del sábado y domingo”, apunta. 

José Ignacio se recorre semanalmente media Navarra llueva, nieve o haga sol. “Siempre intento mantener la ruta porque muchas personas no tienen otra forma de conseguir fruta, verdura o pescado. Me ha tocado poner cadenas o esperar a que pasara el quitanieves, pero ahora llego a todos los pueblos gracias a unos buenos neumáticos de invierno. No sé si tengo mucha suerte o es mi experiencia, pero casi nunca suelo fallar”, saca pecho. 

Aunque José Ignacio se pega unas buenas pechadas, le gusta ese plan de carretera y manta. “Las vueltas se hacen pesadas. Sobre todo si el último pueblo es Valcarlos o Jaurrieta porque llevas todo el día conduciendo, estás cansado y tienes más de una hora de coche. Pero la ruta es entretenida porque vas de pueblo en pueblo, los vecinos salen de sus casas y hablas con unos y con otros. A muchas personas las conozco desde hace 40 años y la mayoría son amigos o conocidos”, comenta. 

José Ignacio se acuerda de la Juanita, una vecina de 101 años, natural de Orbara, que todas las semanas se lleva algo de fruta, verdura o pescado. “Paro la camioneta en la puerta, ella sale de casa y me dice ‘hoy poco eh’. Me compra porque sigo viniendo a su pueblo, por mantener la relación y para que no se pierda la costumbre de la venta ambulante. Juanita vive con sus sobrinas, que le preparan la comida y le asisten. No le falta de nada. Podría vivir tranquilamente sin esa compra”, subraya.

José Ignacio también destaca la fidelidad de casa Karrikaburu, Luzaide/Valcarlos, que desde hace cinco generaciones se alimenta con su fruta. “Empecé con la dueña y he continuado con su hija, su nieta y su bisnieta. Ahora, a su tataranieto siempre le dejo una cesta de fruta”, indica. 

Besugos y centollos

La camioneta de José Ignacio no es una pescadería, pero está al mismo nivel porque ofrece variedad de sobra como para comer distintos pescados a lo largo de la semana: anchoas, sardinas, merluza, trucha, bacalao, perca... “Siempre cojo un género muy concreto que sé que la gente quiere, que gustan y que se va a vender sí o sí”, explica.

José Ignacio compra en Mercairuña –antes lo hacía en las lonjas de Hondarribia y Pasaia– y guarda los pedidos en su furgoneta isotérmica que evita que el calor del exterior traspase al interior del vehículo. “Está todo equipado. Con hielo y frío el género se mantiene sin ningún problema”.

De fruta y verdura, como es más fácil de conservar, en la furgoneta “llevo de todo”, expresa.

Además, en estas fechas navideñas, a José Ignacio le realizan encargos especiales como centollos, langostinos, ostras o besugos. “Estas semanas vendo productos que el resto del año no traigo en la camioneta”, manifiesta.

Eso sí, José Ignacio matiza que las ventas no suben para tanto porque sus clientes “son bastante mayores y los hijos suben a los pueblos con toda la comida comprada o cocinan en sus casas. Los vecinos siguen pidiendo los productos del día a día”, ahonda. 

Despoblación

José Ignacio, 56 años, seguirá yendo a los pueblos con su furgoneta hasta que se jubile. “Ya estoy casi de vuelta, me quedan los peores años, que se me van a hacer cuesta arriba, pero si los vendedores ambulantes desaparecemos los pueblos seguirán perdiendo vida. Todos decimos ‘qué bonita es Navarra’, pero si se pierden los servicios, dejará de ser tan bella. No será lo mismo”, lamenta. 

José Ignacio es pesimista y cree que la venta ambulante está condenada a la desaparición porque la despoblación se acrecenta y mucha gente coge el coche y compra en grandes superficies. “Es una pena. Las administraciones nos deberían apoyar porque potenciamos el arraigo en nuestros pueblos”, concluye.