Decir adiós no siempre significa irse y, aunque ahora Patxi Celorrio deja la comparsa de gigantes de Funes después de 33 años “de forma total y definitiva”, muchos creen que nunca terminará de marcharse. Y es que, como él mismo asegura, “esto para mí ha sido una forma de vida; soy un enamorado de los gigantes, y siempre lo seré”.

Aunque una rotura de ligamentos lo tuvo un tiempo en el dique seco, ha sido el grave accidente laboral que sufrió en febrero de 2022 el que le ha hecho tomar esta drástica decisión; “he estado año y medio de hospitales y en la concentración del año pasado ya me hice un poco a un lado. Al final, el 1 de enero, porque había que poner una fecha, comuniqué la decisión, y desde entonces he llorado todo lo que se puede llorar”.

Hace 33 años, cuenta, “trabajaba en Pamplona, y cuando bajé al pueblo me cogió mi hermano mayor por banda y me dijo que me metiese en el gigante. ¡Ni siquiera sabía que habían comprado una pareja! Le hice caso, me metí en la reina, en Blanca de Navarra, y hasta hoy”. De hecho, ha sido el presidente de la comparsa durante tres décadas.

Y es que, aunque Patxi también ha bailado esporádicamente a Sancho IV, asegura que “con esta decisión le digo adiós a mi chiquilla, a la reina, que es con quien he bailado todos estos años”. Esta elección, cuenta entre risas, tiene un porqué: “Te voy a contar un secreto: en la antigua estructura de madera, en el rey las tablas estaban muy juntas y no me cabía la cabeza. Al entrar y salir me hacían polvo las orejas”.

En todo este tiempo, desvela Celorrio, “no me he ido ni una sola vez fuera en fiestas, y eso que no soy muy fiestero. Todo esto se lo debo a la santa de mi mujer, Marimar Piñeiro, que nunca me ha puesto ni una sola pega y siempre me ha acompañado con mi hija”. 

Una familia

De la comparsa de Funes “destacaría que somos una familia pequeña pero muy, muy bien avenida. No manda nadie y el que el que viene, sabe que lo hace para bailar y disfrutar”. Precisamente sus compañeros le hicieron recientemente una comida de despedida en la que le leyeron un emotivo texto y en la que le entregaron una figura de los gigantes en la que se podía leer: ‘Gracias de toda la comparsa, en especial, de tu querida Blanca’.

Patxi Celorrio posando con las figuras funesinas en 1991

Aunque aún no ha tenido oportunidad de ver a los gigantes en la calle tras su adiós (la siguiente salida será en marzo en la Juventud), Patxi asegura que “me duele ya sin verlos. Es que no sabes cuánto engancha. Siento un vacío inmenso. No sé si voy a saber lo que tengo que hacer en esos días concretos”.

Este pasado año, destaca, logró un hito detrás del que llevaba mucho tiempo: hizo que los gigantes entraran el día del patrón a la iglesia a bailar. “Fue precioso”.

Echando la vista atrás y alabando la evolución de la comparsa, como el paso de bailar con charanga a gaitas o las nuevas coreografías, asegura Celorrio que no se le queda nada en el tintero. “Hemos hecho lo que hemos querido, y eso hay que agradecérselo a todos los Ayuntamientos que han pasado por aquí. Hemos bailado en la Plaza del Castillo en Pamplona, en San Sebastián, en Barcelona y en Olite, entre otros” y, además, este funesino puede presumir de tener un cabezudo en su honor: Patxirrin. “Me lo hizo y regaló Rubén Platero. Cuando sale la comparsa, nunca lo dejan fuera, y eso me hace especial ilusión”. 

Aún así, si se tiene que quedar con algo, lo tiene claro: “con el 15 de agosto a las 21.00 horas durante la despedida de gigantes. Cuando los bajas y los críos se echan encima y cuando cierras la puerta de la bajera y la golpean para entrar e incluso alguno se cuela; eso es mágico. También hay momentos duros, como cuando se va gente que ya es familia”.

El futuro no está escrito

Agradecido, entre muchos otros, a Luis Zapata, el edil que decidió comprar los gigantes e impulsar la comparsa, y a la empresa Celorrio Carrión SL, “porque siempre nos daba la indumentaria y nos dejaba los medios de transporte”, a este “envenenado de los gigantes”, como él mismo dice, no le queda sino augurarle un futuro próspero a esta formación. “Adquirir una pareja de gigantillas sería ideal para que los chavales que sacan a los cabezudos tengan un paso intermedio. La base es muy importante y hace falta gente para que esto perdure”.

Aunque se empeña en decir “adiós”, un brillo especial en sus ojos hace prever que quizás esto sea más un hasta luego y es que, como él mismo apunta, “cuando te metes dentro de un gigante, si te gusta, es veneno. Ya veremos si, en un futuro, me toca volver como abuelo”.