Quizás sea su ubicación: en el centro, pero no dentro de la plaza; puede que su decoración con toques de madera oscura; o tal vez la culpa sea de esa barra a rebosar de pinchos de mil colores, olores y sabores, pero lo que está claro es que algo hay que hace que el bar Moly, de Lodosa, se mantenga en pie y en plena forma 50 años después.

Fueron Jesús Molinet y su mujer, Pili Sádaba, los que en vísperas de fiestas de 1974 abrieron las puertas de este negocio por el que han pasado y siguen pasando decenas de personas para probar sus exquisiteces. “La verdad es que la apertura fue un boom, aún me acuerdo de los primeros clientes, aunque hay que decir que el primer bar lo montamos en Ermua, en un espacio que allí nos dejaron; se llamaba El Bodegón. Al nacer Julio, mi primer hijo, decidimos volver a Lodosa”, cuenta Pili viendo a su segundo hijo, Jesús, sirviendo tras la barra. 

El local, insiste, era una fábrica de terrazos y allí, metiendo horas y horas, le dieron forma al bar que ahora todo el mundo conoce. “Moly era muy mañoso, entre él y algunos conocidos hicieron, por ejemplo, la barra, que choca porque tiene una parte alta y otra más baja semicircular pensada para tomar café”, apunta Pili. Además, añade Jesús, que es el que tomó las riendas del negocio después de la muerte de su padre hace 15 años, “el mueble, diseñado para aquí, lo encargaron en 1979 y es parte de la esencia del lugar. A veces he pensado en cambiarlo, pero la gente me dice que no, que se perdería una parte de la seña de identidad del bar Moly”.

Pequeños manjares

Hace años este era un establecimiento de día, pero, además, también se abría de noche. Lo que siempre se ha mantenido, ha perdurado, e incluso se ha incrementado, es la parte de los pinchos. Pili era la encargada de elaborarlos y ahora, aunque ya no lo hace, sus recetas las siguen en la cocina al pie de la raya. “Siempre se innova; son pinchos elaborados y caseros con productos de aquí, en la medida de lo posible, y de temporada, cuando es el caso. Durante toda la semana se trabaja para que el fin de semana estén todos a punto”, explica.

Jesús, por su parte, desvela que “tratamos de incorporar nuevas tapas, pero hay algunas que no se pueden quitar. Aunque todos los pinchos gustan, si tuviera que destacar alguno diría el de crema de marisco, el de pimiento de carne o el de croqueta de jamón ibérico”, pero también los hay de hongos, de carrilleras, de queso de cabra, de pulpo, de bacalao, etc. 

Barra de pinchos del bar Moly de Lodosa cualquier fin de semana (con la pantalla protectora retirada para la fotografía) María San Gil

Ahora, y echando la vista atrás, afirma Pili que “volvería a elegir el mismo camino; esta ha sido mi vida”. Además, y aunque al principio era un poco reticente ante la idea de que su hijo pequeño siguiera el legado, ahora no puede sino mirarlo detrás de la barra con orgullo. 

Un modo de vida

Para Jesús, que empezó a trabajar con su hermano Julio (que después abrió la sidrería asador Kupela), seguir con el negocio “era lo lógico: toda la vida he estado en el bar, aquí me han criado, y es lo que mi padre me enseñó. Hay temporadas mejores y peores, pero compensa; aquí es donde mejor y peor lo he pasado”.

En la terraza tipo chill out la gente disfruta de su tiempo de desconexión; “el fin de semana se forma bastante ambiente, sobre todo a la hora del vermú y durante la ronda de la noche”, sin olvidar las largas filas que se generan en las aceras después de los toros con soga cuando todo el mundo acude allí a reponer fuerzas; una imagen que se ha convertido en un clásico en Lodosa. 

Para Jesús, “lo más satisfactorio es que conoces a mucha gente que te aprecia y que vuelve porque les gusta el sitio y la atención, y eso te enorgullece. Lo peor, está claro: son muchas horas, todos los días de la semana”.

En cuanto a la clientela, dice con satisfacción, “viene gente muy variopinta y de todas las edades; no podrías decir que es un bar de gente mayor o de gente joven. Aquí viene todo el mundo y eso ya sucedía con mi padre; y es que tenía un don para la gente. De hecho, hay quienes de repente vienen de fuera y se paran y preguntan por él porque hace años estuvieron aquí, o hay quienes siempre cuentan anécdotas suyas”. 

Jesús Molinet 'Moly', fundador del bar, trabajando detrás de la barra

Agradecimientos

Aunque la pandemia “fue un golpe muy duro y me llegué a plantear si seguir o no, aquí estamos, y espero y deseo que el bar Moly tenga un futuro halagüeño. Solo me queda mandar mi agradecimiento a toda la clientela que viene, porque si no sería imposible seguir y, en especial, a mis padres, porque por ellos celebramos este año el 50º aniversario; quiero que este reportaje sirva de homenaje para ellos”, concluye Jesús.