El refranero popular recoge aquel de “por San Antón, huevos a montón”, sobre un tiempo de fríos, necesidades y privaciones que las actuales generaciones no han conocido. Se decía también que por San Antón “pocos cerdos ven el sol” al ser época de matanza, que un cuto era la hucha fundamental para la economía familiar e incluso institucional.
Sonará a broma recordar como en no pocos pueblos andaba por la calle, a su libre albedrío, un cuto que era de todos (como si fuera comunal) y que todos los vecinos alimentaban con las sobras de casa cuando nada se tiraba, se aprovechaba todo. En Elizondo se recogían en un pozal al que, una vez lleno, se añadía agua (zurkin se le decía, me lo confirma el euskaltzain baztandarra Pello Salaburu) y se le daba al cuto, bien al de casa o bien al comunitario.
A aquel gorrino paseante se le engordaba a lo largo del año, llegado San Antón se sorteaba y la recaudación se destinaba al mantenimiento del asilo o casa de misericordia que se decía entonces, cuando la asistencia a los mayores en su retirada se consideraba que era beneficencia y no justicia social. No era así en el Valle de Baztan aunque sí había rifa que subsiste y se remonta a más de siglo y medio, como consta en el boleto que encontró el recordado amigo Luis Mari Ruiz en el Monasterio de San Salvador de Urdax y se conserva en el museo que allí existe. El boleto, con el número 2521 y precio de 1 real vn. (un real de vellón, 25 céntimos de peseta), correspondía al sorteo de 1867 y participaba en “la rifa de un cerdo” que “con superior permiso” era a beneficio de la Casa de Misericordia de Baztan. Certificaba el administrador de la casa, Bonifacio Santesteban.
Una vaca lechera
Con buen criterio, parece que en los primeros años 50 se estimó que había que mejorar y aumentar los premios y que en Baztan era más propio rifar una vaca y el cerdo quedó relegado a la segunda plaza. Debió ser hacia 1954 (testimonio de Paco Ciáurriz) y los premios eran de superior categoría a los de ahora y lo que también cuenta, de más acusado simbolismo,
El primero se decidió que fuera una vaca lechera, magnífico ejemplar por cierto de 4 o 5 años que además coincidió con la ruidosa popularidad que conseguía en aquel entonces la canción “tengo una vaca lechera...”, un hermoso cerdo el segundo premio, una bicicleta BH (Beistegui Hermanos) el tercero y una máquina de coser Alfa, el cuarto. Los dos últimos artículos los aportaba, lógicamente previo pago, la familia Garayoa (las hermanas María Luisa y Felisa eran las que atendían el establecimiento, en la calle Santiago) que tenía la representación de ambos en Elizondo y la cuenca del Bidasoa.
Los premios, con el paso del tiempo han perdido carisma y entidad por varias razones y, digámoslo desde ya, la Ley de Bienestar Animal que no permite premios de animales vivos, una cuestión que han solucionado de forma aceptable en Tafalla y Artajona y aquí se nos queda un tanto deslucida.
Los símbolos
En la sociedad es indudable la importancia de los símbolos, eficaces en la comunicación y en la transmisión rápida de significados, y el resultado pierde sentido cuando se prescinde de ellos. A la vaca de San Antón que fue primer premio se le vestía con una manta colorista, un collaron que era una obra de arte de la guarnicionería y una dorada campanilla que se conservan en la Residencia de Ancianos de Elizondo.
Curiosamente, en el collarón no figura la referencia a San Antón y sí a San Martín, un asunto que llama la atención y resulta complicado de aclarar porque no hay, no se conoce, nada escrito al respecto. El caso es que la antaño Casa de Misericordia, actual Residencia de Ancianos, tenía relación muy estrecha con el hospital que fue antecedente del actual Centro de Salud y que en efecto existió bajo la advocación de San Martín, puede que por deseo del benefactor baztandarra que financió su construcción.
El Hospital de San Martín de Elizondo, que fue una espléndida realización para su época, se construyó a expensas de Martín Zozaya, un emigrante que hizo fortuna en Cuba y cuyos restos mortales descansan en el cementerio municipal de Polloe de San Sebastián, donde residía. Y es posible que fuera también la persona que costeó la elaboración del collarón y la campana dorada que lucía la vaca lechera y hacía sonar mientras era paseada por Elizondo “para que se pudiera comprobar su calidad”, según se decía en su tiempo.
La vaca lechera se mantuvo como primer premio hasta el año 2001, cuando se cambió por un ternero cuyas carnes “podían entrar en un congelador” de ser sacrificado para casa o en su defecto, venderse. Ese último año de la vaca la recaudación llegó a 16.400 euros, cantidad que después nunca se ha alcanzado y que en la actualidad anda por la mitad, aunque ya no es tan importante como lo era en un tiempo cuando se dice que suponía “el importe de la comida de medio año” para la casa de misericordia.