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La sumisión como objetivo: represión contra las mujeres de la Ribera en la Guerra Civil

El asesinato fue solo una de las formas de represión. Hubo violaciones, humillaciones, suspensiones de empleo y sueldo, palizas, expulsiones, juicios, requisas, cortes de pelo e incluso reglas en la forma de vestir.

La sumisión como objetivo: represión contra las mujeres de la Ribera en la Guerra CivilCedidas

Pocos estudios analizan la represión sistemática que se produjo sobre las mujeres y que, más allá de los asesinatos, cobró múltiples formas, desde la simple presión social, hasta controlar su vida, forma de vestir o su trabajo. En Villafranca, una jaula encima de un carro esperaba a la diputada socialista Julia Álvarez si hubiera sido apresada para pasearla al grito de “¡muera la puta del Congreso!”.

En todas las localidades existían listas. En el caso de Tudela aparecían reflejadas las personas a las que querían expulsar de la ciudad firmadas por el coronel Pérez Salas (más tarde nombrado hijo adoptivo de Tudela), en las que se les acusaba de ser “socialistas”, “chulos” o “agitadores de masas”, pero también por ser “prostitutas” o “corruptoras de menores”. En esos listados, de unas 50 personas, se encontraban también 11 mujeres. Algunas fueron detenidas, otras fusiladas y el resto represaliadas. Muchas de ellas estuvieron en la cárcel después de aparecer en la lista, fechada en agosto de 1936: María Gascón Delmas “prostitución clandestina y agitadora de masas”, Tomasa Huete “agitadora de masas”, Simona León “prostitución clandestina y corrupción de menores”, Jesusa Ruiz Melero “propagandista agitadora”, Raimunda Cassi Xouxe “indeseable”, Carmen (encargada del Gurugú) “indeseable”, Rafaela González Gil, Paula Martínez Anguiano, María Teresa González, María Munárriz Jiménez y María Pérez González.

El ambiente en Tudela para muchas familias era irrespirable. Las sacas eran diarias y por las noches se oían algunos tiros en la lejanía. Había hombres y mujeres que se acostaban esperando escuchar los frenos de la llegada de una camioneta a la puerta de su casa o de la cárcel. Muchas viudas, hermanos, hijos o incluso hombres, que días después fueron fusilados, acudieron a dejar joyas de oro para el ejército Nacional como María Teresa Navazo (viuda de del coronel Moracho) o los tudelanos Joaquín Meler o los hermanos Carrascón. No estar en esas colas era otra forma de estar sentenciado.

Margaritas en un acto de jura de la bandera española en el paseo del Prado de Tudela.

Hubo también muchas mujeres que no aguantaron los abusos y humillaciones y decidieron abandonar el país, la mayoría no volvieron. Entre ellas se encuentran Presentación Cruchaga Valdemoros, María del Carmen Ruiz Clemente y Carmen Salcedo Pérez (Tudela), María Asuncion Chiquirrín (Arguedas), Cándida Lafraya (Milagro), Vicenta Jiménez Buñuel y Petra Mateo Almendáriz (Corella), Petra Layo Cascante (Cortes), Arcadia Arrondo de Alonso (Cascante), Generosa Alcalá Ruiz (Valtierra) y Julia Álvarez Resano, María del Carmen Álvarez Resano, Nemesia Resano, Librada Muñoz García, Rafaela García Giménez y Eustaquia Echeverría Bretos (Villafranca).

Otras, siendo niñas, fueron evacuadas a Rusia para no volver hasta los años 60 o incluso más tarde como las hermanas Osta Bermejo, María García Barrón o Dolores Ferreiro Rueda.

Cruzada por el vestir

Durante la guerra nadie podía salirse del guion establecido y marcado que señalaba hasta la forma en que se debía saludar o vestir, especialmente a la mujer. En los periódicos y en los púlpitos se llegó a acusar a la mujer de ser culpable del inicio de la guerra por ser demasiado alegre en la indumentaria. Se creó la campaña contra la “inmodestia”, impulsada por un grupo de mujeres, guiadas por quienes vestían con sotana. El Requeté publicó el 23 de mayo de 1937 “ha llegado el momento más oportuno para que comience la campaña contra la inmodestia en el vestir. La gran tragedia que hace unos meses aflige a nuestra patria ha debido hacernos pensar sobre las causas más o menos inmediatas de esta inmensa catástrofe. ¿Podrían todas las mujeres de Tudela, puesta la mano sobre el corazón, asegurar que con su manera de vestir no han contribuido a encender esta inmensa hoguera de la guerra que tantas ruinas materiales y morales han acumulado en tan corto espacio de tiempo? ¡En el frente tanto heroísmo, tanta sangre derramada, tanta vida rota en plena juventud; en la retaguardia tanta frivolidad, tanta inmodestia en el vestir! ¡Ellos tanto, nosotras tan poco!”.

Panfleto de propaganda para “la modestia en el vestir”.

Para ello quedaba “fuera de la moral cristina”, a partir de ese momento, “todo vestido con aberturas o transparencias” y se obligaba a que la parte superior “se ajuste al arranque del cuello sin ningún otro escote” y que la “parte inferior no diste del suelo, estando de pie la persona, más de 25 ó 30 centímetros, según la altura de la pierna y cuyas mangas cubran hasta el codo inclusive”. Bajo el grito de “Únete a la Cruzada de austeridad y modestia. España ha de encontrarse a sí misma” se pedía decoro en en el “vestido y arreglo personal, porte, ademanes, hablar, diversiones y costumbres”. Por todo ello el rapado de mujeres era doblemente señalador e injurioso. El pelo era un símbolo de feminidad que se arrebataba a las mujeres de izquierdas como humillación y del poder que se ejercía sobre ellas. En Corella, Villafranca, Valtierra, Buñuel, Murchante y muchas otras localidades se exhibía a las mujeres rapadas como una condena o como un trofeo, sacándolas incluso al balcón del Ayuntamiento para público escarnio.

En Tudela la persecución contra la libertad en el vestir se incrementó en la primavera de 1937 a raíz de un escándalo porque las mujeres jóvenes salían con vestidos de manga corta y sin medias. Los curas bramaron contra ello en los sermones de sus púlpitos. Se amenazó con castigos e incluso con ser detenidas a quienes “vistiesen deshonestamente”. Había artículos en prensa que les indicaban que “las mujeres que se acicalan con pintura no sienten la guerra y atentan contra los héroes de la Patria. Los hombres sufren el calvario de la muerte, amputaciones, dolores, enfermedades ¿y nuestras mujeres no piensan más que en explotar el arte de la exhibición de la vanidad y de la ficción?”, decía el Requeté en mayo de 1937.

Cada muerte de falangista o requeté, cada victoria del ejército de Franco o cada festividad religiosa era acompañada de enormes demostraciones populares con largos desfiles de falangistas, requetés, margaritas, balas, pelayos, la Cruz Roja, el Ayuntamiento, la banda, los niños de los colegios, el clero… Aquellas demostraciones se acabaron convirtiendo en lugares donde también se alternaba, por lo que se llegó a prohibir a las mujeres participar en las mismas desde el 20 de septiembre de 1936 “para no alterar a la tropa”. La moral llegaba al extremo de que el concejal Álava pidió que se evitara que niños y niñas se bañaran juntos porque “aunque eso pasa en San Sebastián” esa costumbre “debe desaparecer”.

Educación y cultura

En ese ambiente se retiraron libros como El Libro del buen amor, La Celestina, Werther, La rebelión de las masas, Cañas y barro, La barraca, Sonata de otoño, El retrato de Dorian Gray o Los miserables y obras de autores como Antonio Machado, Víctor Hugo, Emilia Pardo Bazán, Dostoiewski o Tolstói. También muy pronto, en septiembre, se pasó a fijar el saludo, el cual debían efectuar todos de forma reglada “brazo en alto, recto, sin dobleces, con la mano extendida, formando un ángulo de 45 grados con la vertical del cuerpo. Se trata de uno de los muchos aciertos que el Caudillo va teniendo. Un saludo a la romana, tan elegante como gallardo”.

En 1938, dos de los pocos triunfos de las mujeres durante la República, la ley del divorcio y el matrimonio civil fueron también anulados.

Julia Álvarez en la Tudela el 1-5-1936 con otros socialistas.

Siguiendo con la cultura y la educación, la represión también tomó forma de despidos de empleo de maestras por su relación con partidos izquierdistas o por entender que “no se llevaba a misa” a alumnos y alumnas. La de profesora era una de las pocas profesiones en que la mujer podía compartir profesión con el hombre, casi en igualdad de condiciones, por eso hubo gran cantidad de represaliadas y expulsadas de su puesto de forma temporal o definitiva.

El Ribereño Navarro ponía en agosto de 1936 la diana en los maestros, “gran parte han tomado los maestros en la propagación de las doctrinas antirreligiosas y antipatrióticas, y es justo que para desarraigar de las inteligencias de esos niños esas doctrinas sembradas criminalmente en sus almas sean separados de sus cargos y sustituidos por hombres conscientes de su deber y de su responsabilidad. Gracias a Dios son muy pocos los maestros socializantes en nuestra querida Navarra”.

En total en Navarra fueron más de 400 los maestros y maestras sancionados y de todos ellos hubo 25 mujeres en la Ribera. Entre otras, en mayor o menor grado, fueron sancionadas: María Álava Huarte, Antonia Monreal, Mª Luisa Molina Fernández, Felicidad Martínez Pérez, Matilde González Castilla o María Ezcurdia Recalde (Tudela); Dolores Zuasti Casanova, Josefa Senosiain Erviti y Aurora Matilla Laquidáin (Valtierra), Mercedes Bejarano Llorente, Dolores Alondo Burgui, Julia Álvarez Resano (Villafranca), Leonor Gómez Quintana, Mª Suceso Cano Aguinaga y Mª Concepción Adrián Navarro (Monteagudo), Mª Soledad Heredia Rubio (Cortes), Eloisa Pina González (Fontellas), Mª Diomedes Soto Gallardo (Cabanillas), Mª Dolores Piquer Serres (Corella), María Camaño Beruete, Mercedes Ramírez Bastero, Luisa Varea Solar y María Chivite Chivite (Cintruénigo), Dolores Remón Sanau (Castejón), Josefina Lenguas Santana (Cascante), Rosalía Molins Pallarés (Ablitas) y Petra Astiz Aranguren (Cadreita).

Margaritas y pelayos en una desfile por las calles de Tudela.

Las maestras debían sufrir rigurosos juicios ante un tribunal. Como ejemplo María Ramos Álava Huarte, era profesora en Tudela y se le sancionó al iniciarse el “glorioso movimiento nacional” por declararla “elemento simpatizante del Frente Popular”. Para defender su puesto de trabajo debió explicar que en 1931 el Ayuntamiento entrante en la Segunda República le expulsó por haber sido maestra con la Dictadura y por ese motivo tuvo que justificar que “jamás en toda su vida ha asistido a fiestas, actos, mítines, conferencias o actos análogos” de partidos del Frente Popular y aseguraba haber dado dinero a órdenes religiosas, ir a culto diario y “recibir en su caso periódicos como La Nación de Madrid y Diario de Navarra”. Para avalar su testimonio presentó las declaraciones del alcalde, la Guardia Civil, el párroco, el delegado de Falange y las JONS y el Juez Municipal.

María Dolores Piquer, maestra en Corella tenía 23 años en el momento de la sublevación. Los informes decían de ella “religiosidad: mala; moralidad: mala, afiliada a UGT, bordó la bandera comunista”. Ante el tribunal María Dolores Piquer tuvo que afirmar que se arrepentía de “sus yerros” y que nunca “se había apartado de las normas de la moralidad y corrección que aprendió en su familia y en los colegios religiosos donde se educó”. Igualmente explicó que se había afiliado a UGT en 1936 para conseguir plaza de maestra en Alcalá de Henares “solo por vivir cerca de una persona querida”. El tribunal ratificó que tenía informes “francamente desfavorables” y que se habían comprobado “sus ideas marxistas”. Estuvo detenida en la cárcel provincial de Pamplona del 8 al 14 de agosto de 1936.

Juicios y familias

También sufrieron represión los familiares de los más significados políticamente y, especialmente si eran mujeres. En el caso de Julia Álvarez Resano, maestra, abogada, diputada socialista y gobernadora civil, fusilaron a su tío, Juan Resano, y su madre Nemesia Resano Navarro, fue juzgada en ausencia (huyó de España junto a Julia y una hermana) y se le condenó al pago de 10.000 pesetas su “oposición al triunfo del Movimiento Nacional”. Lo mismo que sucedió a los familiares que quedaron en Tudela (mujer e hijos) de Epifanio Cruchaga (60.000 pesetas) a cuyo hijo José María, de 21 años, habían fusilado. A la familia de Aquiles Cuadra, fugado y posteriormente capturado, juzgado y asesinado, se les condenó al pago de 100.000 pesetas y al destierro de Tudela durante 12 años. Su coche Ford, uno de los pocos que existían, acabó en manos de Serrano Suñer.

En la cárcel algunas mujeres pagaron con penas su militancia socialista, como Carmen Clavería Ruan que con 27 años fue nombrada en 1934 secretaria de la junta directiva de las Juventudes Socialistas de Tudela, o ser hermanas de fusilados como Ana Espadas Moneo, hermana del abogado asesinado Manuel Espadas. 

En Corella la represión fue especialmente salvaje con una familia con la que se cebaron, los Garijo Escribano. El padre, Faustino Garijo Mateo, de 58 años y casado con Serapia Escribano Sesma, huyó de Corella en cuanto se produjo el Golpe de Estado, junto a su yerno, Prudencio Alfaro Mateo. Ambos fueron detenidos muy cerca de Francia y pasaron por las cárceles de Jaca, Pamplona y San Sebastián, donde Faustino murió. En Corella fusilaron a sus hijos Jesús, de 30 años y de la CNT, y Justo, de 15 años recién cumplidos. A sus hijas Isabel, Asunción y Encarnación, de entre 20 y 26, les raparon el pelo y las humillaron. Encarnación, la mayor, estaba afiliada a las Juventudes Socialistas y casada con Prudencio Alfaro en la única boda civil celebrada en Corella en 1932. Con el tiempo les obligaron a realizar una boda católica y su hija Justa Alfaro Garijo también sufrió humillaciones. Isabel acabó huyendo de Corella al no soportar el hostigamiento. Llegó a Barcelona, pasó a Francia y acabó en un campo de concentración en Perpiñán. Asunción, a la que le dieron una paliza tras un mitin del Bloque de Derechas en 1936, se fue a vivir a Pamplona donde se casó en 1942 con José Luis García-Falces que el 18 de julio de 1936 rescató los archivos de ELA y a escondidas lo llevó a su padre, que lo quemó para salvar la identidad y la vida de unas 4.000 personas.

Muchos de aquellos que tomaron la justicia por su mano fueron arribistas que buscaron salvar su vida acercándose al bando que tenía las armas. En Tudela existían numerosas formaciones políticas: Acción Ciudadana, Falange Española, Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), Comunión Tradicionalista Carlista (Requetés), PSOE, Juventud Obrera Socialista, Izquierda Republicana (IR), UGT, CNT, FAI (anarquista) y Partido Comunista. 

Antes del 18 de julio los partidos mayoritarios eran IR (con más de 500 afiliados) y el PSOE (con más de 300 mientras UGT tenía más de 200). En el otro extremo, los falangistas eran una treintena y los requetés algo más de un centenar. A partir del 19 de julio, las filas carlistas superaron los 800, y se multiplicó también el de falangistas. Entre los afiliados de los requetés figuraban incluso sacerdotes y a finales de 1936 había apuntados más de 500 pelayos (niños) que tenían entre 9 y 15 años.