“Tenemos la obligación moral de no olvidar y tener un recuerdo permanente con todas estas personas”. Esta frase del colectivo Ateneo Republicano de Tudela, para que no se olvide el legado histórico de Sementales, resume la intención de rendir homenaje a los cientos de personas que, de forma injusta, pasaron por la cárcel comarcal de la capital ribera. Para muchos de ellos fue el último lugar donde durmieron antes de ser asesinados en 1936.

Cuatro décadas después, sus celdas se volvieron a llenar, en un horrible recorrido cíclico, para que jóvenes y adultos volvieran a ser detenidos de forma injusta por defender sus ideas, sus derechos o simple y llanamente, la libertad. El nacimiento de la Dictadura el 18 de julio de 1936, los estertores del régimen instaurado por Franco 40 años después, y las últimas bocanadas de lo que se llamó Transición, tuvieron entre los húmedos, oscuros e insalubres muros de Sementales un escenario de atrocidades.

De la gran mayoría nunca nada se sabrá, pero para que no se olvide que existió un edificio en Tudela donde se maltrató, torturó y facilitó el asesinato de riberos y riberas, el Ateneo Republicano presentará este lunes una moción.

"A cada momento se te iban los pensamientos a aquellas personas que 40 años atrás sacaron de esta comisaría para acabar en una fosa o en una cuneta cualquiera”

José Luis Felipe - Preso en Sementales en 1973

Prisión desde 1840

Desde el 18 de julio al final de diciembre de 1936 estuvieron presas 640 personas, de las que 185 (el 29%) fueron asesinadas. Esos porcentajes aumentan, si se miran los primeros días de odio, hasta el 45% (60) de las 135 personas que se llevaron a sus celdas el 19 de julio. Entre el 18 y el 31 de julio (menos de 15 días), la represión se llevó por delante la vida de 119 personas, el 39,5% de las 301 detenidas sin acusación ni causa y condenadas a una muerte sin juicio. En total se estima que pasaron 1.000 personas en 3 años y de ellas al menos 25 eran mujeres, de las que 16 coincidieron en los meses de octubre y noviembre de 1936.

El antiguo convento franciscano se convirtió en cárcel en 1841, después de que los monjes fueran expulsados por la Desamotización de Mendizábal. Aquella cárcel inicial tenía 16 celdas y tres calabozos, si bien con el paso del tiempo se duplicaron tanto el número de celdas como de calabozos, hasta quizás llegar a 35 ó 40, ya que en la relación de bienes de la prisión de 1928 se señalaban 35 mantas “en buen uso”, así como 24 petates y 15 camastros de madera A buen seguro en 1936 alguna nave del claustro se habilitó como prisión.

"Inhumana"

Pero el estado del edificio (de finales del siglo XIV) dejaba mucho que desear desde la década de 1920. Ni la orientación, ni la salubridad, ni la idea de llevar una parada de Sementales fueron acertadas si se quería poner en él la cárcel. Esta crítica se repitió una y otra vez en todos los informes, pero las recomendaciones nunca se siguieron. Desde 1929 se aconsejó su demolición y construir un nuevo edificio como cárcel que reuniera las condiciones necesarias.

Vista del edificio en 2003 con el aspecto que tuvo muchos años antes de los retoques de 2022. Fermín Pérez-Nievas

La descripción de la pésima situación de la misma, retrata el horror que debieron vivir los internados en aquellas dependencias. Pese a los calificativos de “inhumana”, “antihigiénica” y la “necesidad ineludible” de construir un nuevo edificio nada se hizo y se cerró en 1967. Pero el sinsentido volvió solo 3 años después y en 1970 se abrieron sus puertas de nuevo para convertirse en Comisaría de Policía para que, en los últimos años de la Dictadura, pudiera albergar a decenas de jóvenes tudelanos y tudelanas que durante años sufrieron entre sus pequeñas celdas.

La primera huella del mal estado del edificio se puede encontrar en los presupuestos de 1931. El director de la cárcel ganaba 4.000 pesetas al año, el capellán 350, al igual que el tesorero (más 150 de gratificación), mientras que a los presos se les daba 1,50 al día y la partida para comprar carne para los reclusos era de 50 pesetas al año. Aquella cárcel era sufragada por Ablitas, Arguedas, Barillas, Buñuel, Cabanillas, Cadreita, Carcastillo, Cascante, Castejón, Cintruénigo, Corella, Cortes, Fitero, Fustiñana, Mélida, Monteagudo, Tudela, Tulebras, Valtierra y Villafranca.

Pese a los calificativos de “inhumana”, “antihigiénica” y la “necesidad ineludible” de construir un nuevo edificio nada se hizo hasta que se cerró en 1967. El sinsentido volvió en 1970, se abrieron sus puertas de nuevo para ser Comisaría de Policía

El 11 de diciembre de 1930 la Junta de Cárceles, escuchó un informe demoledor elaborado en 1929 por el subdelegado de Medicina de Tudela y que ya abogada por la necesidad de un nuevo edificio. “Su emplazamiento no es nada recomendable higienicamente ya que de ello son consecuencia defectos higiénicos”, comenzaba, y señalaba como primer error la “orientación de la fachada de las celdas” ya que “la proximidad de la fachada vecina hace que dichas celdas estén desprovistas de sol durante todo el día. La iluminación y el soleamiento, factores higiénicos importantísimos están por completo desatendidos”.

A nadie escapaba la idea de que una cárcel, donde los presos permanecen inmóviles en sus celdas, y una cuadra, donde los caballos hacían sus necesidades a todas horas, relinchaban y daban coces a las paredes, no son compatibles, por lo que “otra de las consecuencias del mal emplazamiento del edificio es la impurificación del aire por los focos próximos resultantes del acumulo de estiércol en el cuartel”. La larga lista de deficiencias, que convertían el edificio en ilegal, según la Real Orden de 1913, seguía. “Si la iluminación y el soleamiento son tan defectuosos, tiene las celdas otro defecto higiénico sanitario aún más nocivo y es la humedad, en las paredes y en los suelos, que los hace insalubres tanto más si se considera que en ellos han de vivir reclusos muchas veces durante años. Téngase en cuenta que oscuridad y humedad son el terreno abonado para desarrollar tuberculosis”.

15 metros cúbicos por persona

En aquel informe se indicaba que el tamaño de las celdas era “notoriamente insuficiente” ya que eran de “15 metros cúbicos por persona y las que son mayores las utilizan en ocasiones para dos por no disponer de local suficiente”. Esto quiere decir que las celdas eran de unos 2,5 metros de ancho, por 3 de largo y 2 de alto (a los que hay que restar el espacio del camastro). Lógicamente los calabozos eran más pequeños y con ventanas diminutas que daban al patio. En 1936 coincidieron en el edificio más de 150 personas en estas condiciones.

Una de las galerías con diversas celdas del antiguo cuartel. Fermín Pérez Nievas

Evidentemente, los presos no podían salir a ningún sitio a pasear o tomar el aire, “no existe en la cárcel patio, ni lugar semejante alguno donde los reclusos puedan disfrutar de algunas horas de aireamiento o respiración al aire libre y en sustitución de ellos disponen solo de un pasillo lóbrego cuya iluminación, ventilación y soleamiento son aún más deficientes que en las celdas”. Para mayor escarnio, estas carencias se daban también en la enfermería donde no había “gabinete de aislamiento de enfermos infecciosos, ni sala de reconocimiento y cura ni separación entre los departamentos de medicina y cirugía”.

En definitiva se señalaba que “no cumple con los preceptos higiénicos de toda vivienda: seca, ventilada, limpia y espaciosa, a lo que se podría añadir otra fundamental, el soleamiento”.

Informe de 1929: “No cumple con los preceptos higiénicos de toda vivienda: seca, ventilada, limpia y espaciosa, a lo que se podría añadir otra fundamental, el soleamiento”

Llega 1936

Pese a todo, nada se hizo y tres años más tarde, en 1934, el representante de Tudela en la Junta de Cárceles, calificaba de “doloroso” que “en una zona rica como este distrito y en pleno siglo XX” existiera una “prisión tan inhumana” por lo que pedía a todos los municipios “siquiera por humanidad” se pusiera en marcha el proyecto de una nueva cárcel. Sin embargo, la comisión creada tres años antes aún no había dado ningún paso, por lo que se pidió que se pusiera en marcha, poniendo Tudela el 50% el coste y el emplazamiento. Además de cárcel iba a tener los juzgados y la casa del juez “lo que supondría un ahorro de unas 3.000 pesetas”.

Otra de las iniciativas que se propuso fue emplear Sementales, si se abandonaba, como sede de la Guardia Civil para que en lugar de los 8 agentes que había en la ciudad se pasara a 40 para toda al Ribera.

Llegado 1936, el jefe de la cárcel cobraba ya 5.000 pesetas y el sueldo del tesorero pasó a ser de 750 pesetas, si bien la cantidad para comprar carne para los presos seguía siendo la misma, 50 pesetas, y no había noticias de una nueva prisión.

El representante de Cintruénigo fue muy claro en la reunión, “no comprendo que estando aprobado la construcción de una nueva cárcel, así como la cuantía con que cada municipio ha de contribuir estemos sin haber empezado las obras”, pero nada se hizo pese a que se habló de un terreno en la calle Pablo Iglesias (pasó a ser 19 de julio y después Pablo Sarasate). Llegó la barbarie 6 meses después y todo se olvidó; a nadie importaban ya las condiciones tuvieran las personas presas y menos si muchas de ellas iban a ser asesinadas días después.

Fachada del edificio de Sementales en el paseo de Pamplona con la única garita que queda. Fermín Pérez Nievas

Posguerra

En 1949, el concejal Francisco Salinas recuperó un informe de 1945 que resumió en “la cosa no puede ser más lamentable, tanto en lo que a higiene respecta como en lo que a seguridad carcelaria puede afectar”. Aquel documento no podía ser más revelador, el inspector de Prisiones volvía a instar a la construcción de una nueva prisión debido a “las deficientísimas condiciones de habitabilidad, higiene y seguridad que la de Tudela padece”, e informó a la Diputación, que hasta febrero de 1948 no lo transmitió al alcalde. En aquella reunión de la Junta de Cárceles todas las localidades, menos Tudela, votaron que “mientras la Diputación Foral no resolviera el estado económico de las Haciendas municipales no se podía siquiera encargar el proyecto de nueva cárcel”, con lo que desobedecían a la Diputación. De nada sirvió la moción de Salinas.

"Es doloroso que en una zona tan rica y en pleno siglo XX exista una prisión tan inhumana como ésta" (1934)

Testimonios

En 1967 se clausuró para volver a ser abierta en 1970 como Comisaría de Policía. Como parece lógico, el estado de la prisión era aún peor pero siguió sirviendo como lugar de represión. Fueron decenas los jóvenes tudelanos y tudelanas que pasaron por sus celdas y mejor que cualquier descripción queda su testimonio.

José Luis Felipe fue detenido “por primera vez” en 1973 alrededor del 20 de septiembre, “en aquella ocasión con 3 compañeras” y recuerda “el edificio más bien viejo, me imagino que por los siglos que tiene encima”. Los detenidos eran introducidos en el penal “por una pequeña puerta que daba a una ancha escalera de piedra”. José Luis recuerda llegar “con algo de acongojo y a empujones de los secretas que nos habían detenido” y que había muchos “grises por las escaleras y todo el entorno en sí era muy gris”. Separaron a los 4 detenidos en celdas diferentes, “celdas frías oscuras, sucias, la mía tenía una losa de cemento como catre y las de ellas parecido. Recuerdo el olor a estiércol, que se filtraba desde el patio de Sementales, las mantas del catre tan sucias que no se podían usar, los cerrojos de las puertas de película, los ventanucos igual... todo muy gris”. Tras la toma de huellas, volvieron a la celda, “oscuridad, olor a orines, pasaba el tiempo en negro, a las horas llegó el interrogatorio en un despacho: gritos, bofetadas, flexiones hasta no poder más, más bofetadas, más gritos, cara la pared, un gigante que acojonaba (parecía de la película de James Bond con dentadura de hierro), más gritos ante un mapa, no sé de qué ciudad, preguntas de qué hacía yo a tal hora y en tal calle...”. De vuelta a la celda pasó su primera noche y a la mañana siguiente nuevo interrogatorio, “está vez ya con abogado, una buena persona José Ángel Pérez-Nievas. Poco había que decir salvo el calor y el apoyo que nos trajo de la gente de afuera. Nos quedaba la segunda noche, noches muy frías y cómo abrigarse con esas mantas. A cada momento se te iban los pensamientos a aquellas personas 40 años atrás sacaron de esta comisaría para acabar en una fosa o en una cuneta cualquiera”.

“Oscuridad, olor a orines, pasaba el tiempo en negro, a las horas llegó el interrogatorio en un despacho: gritos, bofetadas, flexiones hasta no poder más, más bofetadas, más gritos, cara la pared y un gigante que acojonaba"

José Luis Felipe - Preso en Sementales en 1973

El tudelano Santiago Lorente vivió, 8 años después, una experiencia similar que se convirtió en un nexo entre dos generaciones separadas por 45 años. “Mi madre siempre me hablaba de cuando mi abuelo Santiago estuvo preso en 1936 en Sementales. ‘Cada día le llevábamos algo para comer’, ‘nunca sabíamos si estaría allí al día siguiente’, ‘un día nos dijeron que se lo habían llevado en el camión’”. Así fue, lo montaron en el camión para fusilarlo pero tuvo la suerte de que aquel día no arrancó y un mes más tarde salió libre. En 1981, a finales de marzo, le detuvieron junto a otros 8 tudelanos, y fue llevado a Sementales. “Llegaron sobre las dos de la madrugada a casa de mis padres, en el Barrio. Yo tenía 17 años y estaba con mis padres y mi hermana. Entraron tres policías de paisano, dos de ellos de la Brigada Especial Antiterrorista”. A los 9 “nos pegaron y vejaron, aplicando la bolsa y nos pusieron la pistola haciendo la ruleta rusa, nos desnudaron para ver si teníamos marcas y a los tres días se nos llevaron a Pamplona ya que en Tudela había mucha presión popular exigiendo en la calle nuestra libertad. De los 9, cinco éramos menores”. Tras 6 días en el Gobierno Civil de Pamplona, donde las palizas, golpes, malos tratos y tortura continuaron, sin poder comer ni beber (“una noche nos taparon la cabeza y nos obligaron a estar de pie en las celdas y pasillos y cada vez que caíamos desvanecidos, entraban y nos golpeaban sin piedad”), 4 quedaron detenidos dos meses en Carabanchel y luego libres y el resto salieron libres sin cargo. “Ni el Estado, ni el Gobierno de Navarra, ni ningún Ayuntamiento de Tudela ha investigado los malos tratos y torturas en la comisaría de Sementales y jamás nos han pedido perdón por el trato recibido, ni a nosotros ni a nuestras familias”. Lorente recuerda de Sementales que “las celdas estaban especialmente sucias, las paredes manchadas, no tuvimos mantas, en tres días no nos dieron de comer ni beber y aquello olía mal. Siempre nos obligaban a mirar hacia abajo para no verles la cara. Recuerdo que había una mirilla por donde nos veían desde fuera, pero no podíamos ver nada del pasillo. Eran celdas muy oscuras. No se veían ni las inscripciones de la pared; solo a la tarde entraba algo de luz , pero no la suficiente para ver con claridad lo que había escrito por quienes durante años habían pasado. Cuando subía las escaleras con la Policía, me vino a la cabeza mi abuelo Santiago Bona y sus días a la espera de subir al camión para ser fusilado”.

"A los 9 nos pegaron y vejaron, aplicando la bolsa y nos pusieron la pistola haciendo la ruleta rusa, nos desnudaron por si teníamos marcas y a los tres días nos llevaron a Pamplona, en Tudela había mucha presión exigiendo en la calle nuestra libertad"

Santiago Lorente - Preso en Sementales en 1981

Unos meses más tarde, un joven tudelano de 20 años recién cumplidos, Koldo Mikel Munilla, había acudido a la plaza Nueva donde trabajadoras des la clínica Ubarmin tomaban la tensión a modo de protesta por sus condiciones laborales. “Era el 10 de junio de 1981. Debía estar prohibida aquella protesta y se lió parda, lanzando botes de humo y pelotas de goma sin sentido. Estaba en el bar Aragón tomando algo y apareció la secreta, ‘¿usted ha dicho Policía asesina?’ y me metieron en un seat 124, donde también iban otras chicas”. Munilla usaba entonces muletas y un aparato ortopédico en una de las piernas y le llevaron a Sementales. “El trato a mi no fue malo ni físico ni psíquico, quizás condescendiente, pero ví como a una compañera que estaba de rodillas y esposada con las manos atrás le dieron una hostia que la lanzaron tres metros. Estábamos 6 detenidos. Nos pusieron contra la pared y me dijo ‘usted se puede sentar donde quiera’ y le dije, ‘no, yo como mis compañeros de cara a la pared’”. De aquella noche recuerda que la celda era muy pequeña “con un camastro de obra, un colchón roñoso y una manta que picaba que mataba y un caballo que no dejaba de dar coces abajo en las cuadras de Sementales. En las celdas nos ofrecieron bocadillos que subían del bar Ramonet, a base de mortadela rancia. A la mañana siguiente nos llevaron a los juzgados donde fuera nos esperaban los familiares y nos dejaron libres a la espera de que se abrieran diligencias. Nunca más he sabido nada de aquella detención”.