Más de 4.000 kilómetros a pedales por una Norteamérica de andar por casa. Ikurriñas, euskal etxeak, frontones y charlas en euskera. Un viaje por Estados Unidos “en busca de nuestras raíces, las euskal etxeak donde se juntan aquellos vascos, y sus descendientes, que tuvieron que emigrar y aun así mantienen viva la cultura”, explica Raúl Imaz, desde el pasado 1 de mayo en ruta con su proyecto Bizibat.

Este vecino de Pamplona trabaja de conserje en un colegio, y en cuanto le dan suelta se lanza a su “pasión” por las dos ruedas: “Me viene desde pequeño, mi padre trajo la primera de carretera, ya descubrí viajar con alforjas y eso me dio otro punto”, recuerda.

Raúl aterrizó en Los Ángeles acompañado por su amigo Ignacio. Un tolosarra igualmente enganchado a la bicicleta con el que ya había viajado antes y que ha compartido buena parte de la ruta. El reto no solo consistía en recorrer EEUU en bici, “sino en unir esas Euskal Etxeak y culminar en el Jaialdi 2025, el festival de la comunidad vasca en Boise, Idaho. Este evento, que se celebra cada cinco años, reúne a vascos de todo el mundo para celebrar su cultura”, destaca.

El viaje, “una forma de conectar comunidades, compartir historias y, sobre todo, demostrar que las raíces vascas trascienden distancias y fronteras”, culminará en esa “gran fiesta de unión y celebración”. En el Jaialdi, del 29 de julio hasta el 3 de agosto, a Raúl le acompañan su hermano, su primo y dos sobrinos que viajan a EEUU. Se reunirá además con gente que ha conocido en el viaje. “Hace cinco años no se pudo celebrar por la pandemia... se va a liar una gorda”.

El germen del proyecto

En 2022 Raúl quería seguir aprendiendo euskera y se apuntó al barnetegi de Maizpide. “Descubrí que el euskera conecta historias y personas más allá de fronteras. Charlando con Mikaela, una estadounidense de padre navarro, surgió la idea. Lo que inicialmente parecía un sueño lejano comenzó a tomar forma gracias a las conversaciones y conexiones que surgieron en aquel lugar”.

Allí también conoció a Etienne, otro norteamericano. “Su abuelo era de Iparralde y, a pesar del tiempo y la distancia, de algún modo él se sentía conectado a sus orígenes. Era algo que llevaba dentro, en la sangre. Por eso estaba estudiando euskera”. “Es curioso cómo en ocasiones las piezas parecen ir encajando por sí solas”, cuenta.

Sobre el terreno descubrió que de la idea a los pedales hay un mundo. “Dentro de la locura, el papel y el Google Maps lo aguantan todo. Pero luego igual en 200 kilómetros no hay nada, ni un sitio para coger agua; o hace un calor tremendo, o tienes unos puertos impresionantes... Hay que ir adaptándose a la realidad. Es una enseñanza. Ya lo sabía, pero hasta que no te metes en faena...”, destaca.

Así fue superando etapas, acompañado por Ignacio. De Los Ángeles a Chino, que cuenta con una comunidad vasca y un restaurante regentado por gente Iparralde. Vuelta a Los Ángeles, de ahí a Santa Bárbara por la costa, bajar a Bakersfield, donde “hay un centro vasco bastante grande y dos restaurantes”. Uno regentado por Beñat, también de Iparralde. La ruta siguió “por la California profunda” hasta Fresno, donde conocieron a una pareja que regenta un restaurante. Él toca el acordeón en el grupo Amerikanoak.

En Los Baños coincidieron en un picnic con un buen grupo de vascos, y de ahí pusieron rumbo a San Francisco, “que se dice fácil pero igual nos costó 10 días llegar... una odisea”. La ciudad cuenta con “una gran Euskal Etxea y un frontón enorme” en el que charló en euskera con un señor de Donibane/Garazi que hacía Taichí.

Siguió la ruta. De San Francisco a Portland, el Valle de Napa y sus viñedos. Su intención era seguir hasta Vancouver (Canadá), pero a 25 kilómetros de Crescent City Raúl se fue al suelo. “Pegaba el sol de frente, había arena negra en el arcén y no se veía. Metí la rueda y salí por encima de la bici. Golpe en el codo, fémur... no me hice gran cosa, pero se me estiró el abductor. Un dolor que no podía ni andar”, explica.

Montaron un pequeño “show, tuvieron que llamar a una ambulancia y el sheriff de la ciudad les llevó las bicis al hospital. “Tuve la mala suerte de caerme, pero la buena suerte de que fuera en Crescent City”. Raúl e Ignacio se alojaron 11 días en un comedor anexo a una iglesia. Un par de sofás, baño, ducha y cocina industrial gracias a la plataforma de cicloviajeros Warmshowers. Tiempo para recuperarse y coger fuerzas.

Retomaron la ruta “poco a poco. Bici y hielo porque tenía la pierna cargadísima, con etapas de 50 kilómetros. A sobrevivir”. Hasta Portland. Contactó con la euskal etxea de la ciudad. Le respondió Justin Green, un chaval que le ofreció quedarse en su casa. “Yo tenía intriga, ‘a ver qué vinculación tiene con Euskal Herria’. Es de Eugene, estudió filología en la universidad, le interesó el euskera, lo aprendió, se fue a Usurbil... En el coche la oveja, en el brazo derecho tatuado el lauburu, me preparó una purrusalda, hablamos todo el rato en euskera... era vasco”, destaca.

Y aunque ha colgado la bici “porque me ha condicionado la caída”, el viaje y la conexión vasca en EEUU continúa.