¿Se hace extraño que con 57 años comiencen a hacerle homenajes cuando le queda tanto por delante?
–Me ha pasado en algunas ocasiones, en Málaga, en Montpellier que pusieron todos mis largometrajes y algún documental. Se me hace raro porque me siento muy en activo, pero la verdad es que lo recibo con mucha emoción. Incluso en Tudela me sentí tentado con Elena Anaya de volver a ver Familia. Las películas son como nuestro álbum de fotos familiar. Yo recuerdo momentos de mi vida a través de las películas que he hecho, los grandes cambios, cuando nació mi hija, cuando me mudé… la preparación dura 3 ó 4 años y coge los grandes momentos de tu vida. Al final se convierten en eso, por eso a veces recuperarlas es muy importante.
Pero más a nivel personal, ¿no le gusta revisar sus películas y reexaminarse?
–No. Tiene más que ver con lo personal que con lo profesional. Si las ves eres consciente de cosas en las que has acertado, en unas más y en otras menos, pero no enjuicio mi propio trabajo, pienso más en lo que tengo que hacer todavía.
¿Qué queda del Fernando que rodó ‘Familia’, su primera película?
–Cuando la haces no te das cueta que es tu primera película, es un logro y lo celebras. Están todas esas cosas inconscientes, tu manera de contar, de mirar el mundo y eso da un valor enorme. No pesa la rutina, el oficio, la industria y luego te hacen perder la inocencia. Es como el primer amor. Es un momento de mucha inocencia, de mucho arrojo y eso tiene muchas cosas buenas. Cuando pienso en Familia pienso en Elías Querejeta que me dio esa oportunidad y asumió muchos riesgos.
“Ser director requiere de negociación y seducción, dos rasgos que no tenía como guionista y que vas aprendiendo con el tiempo”
Habla del empuje, del arrojo y la inocencia que tenía cuando rodó ‘Familia’, ¿qué le queda de aquello?
–Todo, quizás no, pero sí queda mucho. Escribir e inventar historias sobre todo, que es lo que más me gusta, eso sigue igual de vivo que entonces. No puedo dejar de hacerlo y es una de las cosas que más me gustan. Me alegra en lo personal pensar que eso sigue vivo. A la hora de llevarlas a la práctica, de convertirlas en película, sigo teniendo un compromiso enorme con el trabajo y con el público por hacerlo lo mejor que sé. Más que lo que pierdes es lo que ganas, y no querrías ganar, que es toda la parte del conocimiento de la industria… Toda esa parte dices ‘sería mucho más feliz si no la conociera’. De qué depende la distribución de una película, las campañas… todo eso que no lo conocía con Familia, ni con Barrio, ni con Los lunes al sol. Preferiría desaprender cosas. Mucho de lo importante sigue vivo, pero muchas de las cosas que con los años adquieres dices ‘me sobra la mitad’, como la dinámica de la industria y que piensas ‘esto no tiene que ver con mi trabajo, mi trabajo es inventar’. A veces cuando estoy en reuniones y coloquios y se termina hablando de la industria, de cómo se produce y de la importancia de las plataformas… me aburre soberanamente. Lo que yo quiero es escribir y hablar de personajes y de películas.
¿Ha cambiado mucho la industria, que usted tanto separa del cine?
–Hablar de cine es hablar de historias y prefiero hablar de eso. Ha cambiado mucho, con cosas como la llegada de las plataformas. Cuando yo empecé a hacer cine, con una persona muy especial como Elias Querejeta, había una forma de producir muy artesana, que se hacía pieza a pieza. Él arriesgaba y son formas de trabajar que están en desuso, una forma más personal. Yo cuando trabajo sigo haciéndolo igual y eso hace que no encajes bien en la industria.
“En la escritura hay un momento en que sientes que el trabajo lo lleva ya el personaje, entonces tienes que escucharle y seguirle”
¿Hubiera cambiado su vida si se hubiera matriculado en Bellas Artes como quería?
–Posiblemente habría cambiado. Estaría haciendo otra cosa. Siempre pensé que me ganaría la vida con algo más pegado al dibujo, a otro tipo de arte que tenga que ver con lo gráfico o lo plástico. Gracias a ese cambio de carril descubrí la escritura y eso me ha llevado a hacer películas y a publicar narrativa breve.
¿Cómo empieza a ser guionista de series de televisión como ‘Turno de Oficio’, de concursos como ‘1, 2, 3’ o de grupos como Martes y Trece?
–Después de hacer un pequeño taller de guión de tres semanas con tres guionistas profesionales, que han sido mis maestros aunque les molesta que lo diga (Lola Salvador, Manolo Matgi y Joaquín Oristrell), salí con un entusiasmo enorme por dedicarme a este oficio. Conseguí de su mano los primeros trabajos. Siempre es así, hay alguien que te pasa el testigo y te dice ‘me han llamado a mi pero como no lo puedo hacer lo vas a hacer tú’. Así empecé haciendo los trabajos que ellos rechazaban por falta de tiempo.
Eso enseña mucho...
–Era muy joven y tener un ingreso era importante. Eso curte mucho porque trabajar en un programa de televisión diario te da tablas como escritor. No sirve lo de ‘no se me ocurre nada’, se te tiene que ocurrir algo. Cada vez hacía ficciones más largas. Primero sketches, luego un corto y ya empecé a escribir largos para otros directores, como Fausto 5.0.
Dada su pasión por escribir, ¿es un escritor que dirige o un director que escribe?
–A estas alturas están ya mezcladas. Durante mucho tiempo me sentía así. Familia la tuve metida en un cajón durante 3 ó 4 años, pero dirigí un cortometraje y disfruté. Hasta entonces yo era un guionista militante, yo quería ser como Azcona, quería escribir y que otros sufrieran y madrugaran y soportaran la presión de un rodaje. Familia es claramente una película de un guionista que dirige por primera vez y está en muchas cosas como en el celo por el texto.
¿Qué tiene que tener una historia para que le haga el click de pensar ‘aquí hay una película’?
–Hay algunas que crees que podrían se una película y luego encuentras dificultades para escribirla y se queda por el camino. Es verdad que se produce un click. El momento de invención de una película sucede por asociación de varias cosas. Para escribir es importante que te interesen las cosas, ser curioso, estar en el mundo de una determinada manera. Tienen que ver con el interés por las cosas y en eso todavía me reconozco 30 años después. Es una actitud que tiene que estar dentro de uno. De ahí sale. Del interés por comprender las cosas surge el oficio de inventar porque es especular, buscar una hipótesis. Igual hay una anécdota que te interesa, una paradoja y de repente, dos años después, sucede otra cosa que se une a esa, y después una tercera, que juntas por asociación hacen historia. Hay que estar atento, e intentar entender las conexiones que hay entre las cosas.
Muchos actores y actrices hablan de lo meticulosos que son sus guiones, ¿cómo trabaja los diálogos para que no necesite cambiar nada?
–Por fuerza desde el personaje. Es la única manera. No le puedes imponer un diálogo por ingenioso o brillante que te parezca. Intento encontrar el flujo del pensamiento, la lógica de los personajes. Cuando escribía Los lunes al sol o Princesas hay un momento que necesitas tener un conocimiento tan profundo del personaje que sabrías lo que opinaría sobre cualquier tema. Podría decir inmediatamente qué diría Santa en Los lunes al sol del atentado de las Torres Gemelas, que fue ese año. Podría escribir un monólogo de ese personaje sobre esos atentados. Es cuando tienes el adn del personaje. En la escritura hay cosas que cuestan, pero hay un momento en que sientes que la mochila del trabajo no la llevas tú, sino el personaje y es un alivio tremendo. Ya no es tuyo, el personaje tiene autonomía, tienes que seguirle, escucharle, escribir todo lo que crees que podría decir. Intento escribir siempre así, por eso cuando llego a la fase de que hablen los personajes intento saber mucho de ellos y de cómo se comportarían. Hay un trabajo previo muy largo. Cada vez retraso más el momento de hacer hablar a los personajes. Es como prepararte para una carrera. Tienes que prepararte mucho y cuando llega la carrera es fácil. Cuando llega el momento ya hablan solos. Intento aprender de los actores y trabajar con la emoción.
“Me aburre soberanamente halar de la industria, de las plataformas... lo que yo quiero es escribir y hablar de personajes y de películas”
En su carrera son muy importantes los documentales, casi alterna ficción con documental
–Es verdad que a veces casi era un propósito, hacer cada dos ficciones un documental. Hay una parte egoísta, porque hacer un documental es apasionante. Te ves metido en algo tan ajeno a tí, como seguir los pasos de Joaquín Sabina en su gira y dices ‘qué maravilla, que hago aquí en un camerino en Ciudad de México’. Es una parte muy enriquecedora y la disfruto mucho. Me gusta explorar terrenos diferentes al mío, que es la ficción, soy muy curioso.
Uno de los documentales fue también sobre el surgimiento y auge de Podemos
–La razón de hacerlo fue porque hubo un momento en que parecía que su aparición respondía a una necesidad. Alguien que ponía voz a quienes no se sentían representados en los partidos tradicionales. A mi me atraía la frescura, que no tuvieran detrás una estructura, un aparato. Iban por aluvión, se unían para tratar de inventar algo, pero no había ningún plan detrás al principio. Sentía que no se había hecho mucho documental político. No era ni mucho menos un documental coyuntural ni de campaña, fue algo que les dejé muy claro. Incluso lo dejamos por escrito. ‘Este documental –les dije– tendrá más valor dentro de unos años que ahora mismo’. Era inusual e interesante.
¿Es difícil en España exista y se mantenga una izquierda combativa?
–Quiero pensar que no. Todo es cíclico, hay movimientos que se modulan y fragmentan. Quién sabe qué pasará en 15 años. En la medida en que hay una derecha más fuerte y más unida, también sucederá lo contrario, habrá una mayor respuesta de la izquierda.
“Para escribir es importante que te interesen las cosas, ser curioso, estar en el mundo de una determinada manera”
Cuando hizo ‘Los lunes al sol’ fue a Gijón a un astillero para estudiar sus protestas. ¿Se ha perdido aquella conciencia de clase, empatía y solidaridad entre trabajadores?
–Yo creo que el individualismo está en muchos terrenos, no solo en el trabajo. También en las relaciones. Hay mayor tendencia a preocuparse por el yo: ‘Yo soy lo más importante y tengo que protegerme’. A veces hay algo hermoso en cierto espíritu de sacrifico, vivimos en comunidad, somos un colectivo. En estos últimos 30 ó 40 años eso se ha perdido, con más claridad en el trabajo. Lo que llamábamos clase obrera o conciencia de clase era un salvavidas cuando las cosas vienen mal dadas. Sigue existiendo en ciertos ámbitos, pero ha desparecido en gran parte por la precarización del trabajo. El teletrabajo y las redes sociales han contribuido a eso. Cuando teletrabajas no conoces a tus compañeros y cuando los echen no vas a luchar por él, porque no lo conoces, no te has tomado una cerveza con él, ni sabes si tiene una hija con problemas o si su mujer tiene una enfermedad… Es más difícil la empatía con alguien a quien no has visto. Lo mismo sucede con la movilidad laboral que se veía como una bendición, pero tus compañeros duran seis meses. Se usa como estrategia para estimular la desunión. Las distintas reformas laborales han precarizado mucho el trabajo con el pretexto de la crisis. Con El buen patrón había gente joven de menos de 30 años que decía ‘no está tan mal, el patrón les trata bien’. No tenían otro referente y ante una precarización tan grande eso les parece bien.
¿Es uno de los mejores momentos para el cine de autor dentro del cine español?
–Es un buen momento. Hay muchos festivales como el de Tudela. Las apuestas más personales muchas veces son recompensadas. En los últimos 10 años ha habido un camino hacia eso y es un momento dulce.
Es un contrasentido. Es uno de los mejores momentos para el cine, con más trabajo, pero es cuando más peligran las salas de cine.
–Tiene difícil explicación. Son cuestiones diferentes. El problema con las salas tiene que ver con otras cosas, las plataformas, que la gente prefiera quedarse en casa a ir al cine… Hay una parte que nos toca a nosotros que es hacer las mejores películas posibles. A mi me gusta mucho ir a las salas, es una experiencia, sobre todo por la concentración. Te centras mucho más que cuando la ves en tu entorno familiar que estás pendientes de otras muchas cosas. La salas ayudan a eso y la inmersión en la historia es mucho mayor, además de la experiencia colectiva.
“Hasta que hice el primer corto yo era un guionista militante, quería ser como Azcona, escribir y que otros sufrieran la presión”
Con 30 años de trabajo, ¿se siente satisfecho en líneas generales de lo que ha realizado?
–Más que satisfecho ne siento un privilegiado. Estoy muy agradecido a la fortuna porque creo que es un privilegio este oficio. Había quien decía que si trabajas en lo que te gusta no trabajarás nunca. Es un trabajo muy intenso y difícil, que requiere mucha resistencia y hay mil oportunidades para el abandono. No es sencillo poner una película en pie. Requiere tenacidad y empeño pero la gratificación es enorme y me ha permitido conocer a gente maravillosa a la que admiraba y vivir experiencias muy interesantes.
La parte menos atractiva para alguien tímido como usted es la exposición pública
–Eso hay que asumirlo en algún momento. Al principio me costaba mucho, pero después de más de 30 años vas aprendiendo. Si tienes una personalidad como la mía el oficio de escritor es perfecto, tienes mucha menos exposición. Como guionista nadie me invitaba a nada, como director tienes mucha más exposición y son actitudes diferentes. Ser director requiere negociación y seducción, rasgos que no tenía y que vas aprendiendo.
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