El Bidasoa es un cauce tranquilo, exento de peligros a excepción de temporadas de fuertes crecidas y para quienes no saben nadar. Es lo que les ocurrió a Abdoulaye Koulibaly de 18 años, Yaya Karamoko de 29, y Sohaïbo Billa, emigrantes de Guinea y de Costa de Marfil, y un tercero no identificado también africano, todos ellos ahogados al intentar cruzar desde Irún a Iparralde en busca de un futuro mejor.

Las tres tragedias evocan un tiempo desgraciado y cruel en el que en similares circunstancias emigrantes portugueses y africanos morían a decenas al intentar vadear el Bidasoa. Hacía años que, aparte de ahogados en accidentes, no se registraban este tipo de sucesos, que han vuelto a sacudir las conciencias y la memoria de los habitantes de la cuenca al ver que, pese al tiempo transcurrido, persisten casos de lesa humanidad que mueven, obligan a personas inocentes a huir de sus países de origen.

DOS DÉCADAS Entre los años 1957 y 1974 fue cuando más se puso de manifiesto el intento de emigrantes clandestinos, en gran número de Portugal, por llegar a tierras francesas, donde muchos de ellos tenían familiares o amigos que con anterioridad habían protagonizado “el salto”, como denominaban a su aventura. Precisamente así, ”O salto” se titula una película de Christian de Chalonges (1967) que narra la odisea portuguesa por llegar al supuesto paraíso francés.

La prensa de la época publicaba continuamente el caso de emigrantes que perdían su vida al cruzar el río. El mismo gran escritor José Saramago, en su Historias de la emigración (2009) recordaba la tragedia: “Muchos portugueses murieron ahogados en el río Bidasoa cuando, noche oscura, intentaban alcanzar a nado la orilla de allá, donde se decía que el paraíso de Francia comenzaba”.

CLANDESTINOS Se les decía “clandestinos”, una forma grosera de definir a gentes que, como durante siglos y también ahora, se veían obligados a marchar, a huir de sus países donde malvivían explotados por salarios miserables o sin posibilidad de trabajar y de una vida digna, cuando no sometidos a levas miserables y enviados a guerras, a luchar en conflictos bélicos que no entendían y de los que no eran culpables.

Portugal sufría entre 1926 y la “revolución de los claveles” de 1974, como en España, la dictadura criminal de Oliveira Salazar y antes del sanguinario José Mendes, que provocó la emigración a Europa, a Francia en especial, a cientos de miles de portugueses. Los conflictos por la independencia de las antiguas colonias en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, agravaron una situación insostenible. La emigración era su único recurso. “Entre finales de los años 50 y principios de los 70, emigraron de Portugal alrededor de 1,5 millones de personas (...), un 18% de la población total del país y un 47% de su población activa”, explica Ana Galdós en su blog didáctico y ejemplar.

TRISTE MARCA Enero de 1985, noticia en los periódicos: “Un joven portugués de 18 años de edad ha sido recogido con síntomas de congelación en la orilla del Bidasoa, después de intentar, sin éxito, cruzar el río fronterizo a nado”. Tuvo suerte y salvó la vida, igual que los que, en la Semana Santa de 1973, la corriente “arrastró las maletas de los jóvenes portugueses, tres chicos y tres chicas, y solo uno alcanzó la orilla contraria mientras el resto permanecieron agarrados a las piedras del puente pidiendo auxilio”.

Octubre del mismo año: “Expulsadas de España las 12 personas originarias de Cabo Verde interceptadas en Vera de Bidasoa cuando trataban de cruzar a Francia”. No todos morían en el río y fueron expulsados de España, no así otros cuatro portugueses que les acompañaban “a los que se permitió seguir en nuestro país”, afortunados ellos porque el régimen franquista los deportó a Portugal durante décadas.

Para otros muchos no ocurrió así. Al año 1972 le cabe la triste marca de máximos ahogamientos en el Bidasoa. Nada menos que 130 personas perdieron la vida, 80 portugueses y 50 africanos murieron y replicaron en el cauce bidasotarra lo que ahora mismo ocurre en el Mediterráneo, por una vida mejor que se les negaba y se les niega.

Fue un tiempo desgraciado que desgraciadamente parece volver o que nunca se ha ido. Sobrecoge la imagen de Mohame Lamine depositando un ramo de flores donde pereció ahogado su sobrino Abdoulaye Koulibaly, ver a Bayaye portar una antorcha junto a decenas de bidasotarras solidarios en “duelo y denuncia” por los fallecidos al cruzar el Bidasoa. Hubo un tiempo en el que Francia les aceptaba para desempeñar trabajos que los franceses rechazaban. Carne humana que ahora no necesitan y no aceptan. Penoso.