ola, personas, ¿cómo va ese temple? ¿Aguanta? Venga, que ya queda menos. A aquellos que esta maldita situación por la que atravesamos os haya cobrado un precio irremplazable os mando desde aquí el más fuerte de mis abrazos y mis más sinceras condolencias. Seguirán paseando con vosotros en vuestro corazón, no os quepa duda.

Yo esta semana he tenido sorpresa y buscando una cosa he encontrado otra (un día me enteré que esto se llama serendipia). El paseo va a ser, una vez más, en el tiempo, pero en un tiempo lejano, nos vamos a ir a la mitad del siglo XIX; ese incalificable siglo en el que un presidente de gobierno podía durar 24 horas (los hubo), donde títulos y prebendas se repartían como caramelos a la puerta de un colegio: ¿qué hay de lo mío?", donde los amantes de la reina hacían cola a los pies del regio tálamo y donde eran dioses Cúchares, Frascuelo y Lagartijo. Pero también fue el siglo de las oportunidades como vamos a ver en la vida de quien hoy traigo a colación. Como siempre, empezaré por el principio.

Resulta que estaba yo el lunes revolviendo mis papelotes para ordenar una rama de la familia que tenía un poco descuidada y a falta de algún dato y, para ver si sonaba la flauta por casualidad, metí en San Google el nombre de una miembro de dicha rama que me daba a mí a la nariz que me iba a dar resultado. Ella era la mujer de un tío abuelo mío y se llamaba Araceli Arvizu Aguado. Puse su nombre en el buscador, crucé los dedos y ¡zas! le di enter. Vi una entrada en la que aparecía una señora que se llamaba Araceli Aguado, supuse que era su madre y la abrí. Era una página en la que se puede leer un artículo publicado en el Boletín de la comisión de Monumentos, escrito por Julio Altadill, en el que cuenta la vida de Francisco de Javier Arvizu y Gorriz, padre de la tía Araceli. Altadill comienza dándonos noticia del día en que el biografiado nació y de quienes eran sus padres y abuelos. Explica que, casualmente, nació en Tudela en casa del Marqués de San Adrián, el 30 de abril de 1866 y que era hijo de Claudio y de María Luisa y nieto por vía paterna de Javier Arvizu Echeverría, y por parte materna de Pedro Esteban Gorriz y Artazcoz, marqués de Hiendelaencina.

Piuuu, piuuu, piuuu, sonaron todas las alarmas. ¿Cómoooo?, me chocó mucho este dato y me picó la curiosidad, ¿quién coño es este marqués?, lo busqué, lo encontré y con él vamos a pasear.

Volví a poner una vela a San Google y escribí en el buscador: marqués de Hiendelaencina. Enter y€ ¡bingo!, ahí estaba en varias entradas. La primera me lleva a la página del hotel La Perla, buena señal, pensé, porque esa página la lleva Fernando Hualde y Fernando sabe un huevo de historia. Un lujo. Empecé a leer y leo que el edificio donde siempre ha estado ubicado el hotel, y su adyacente de Óptica Rouzaut en Chapitela 21, en el cual nació mi madre, los levantó nuestro amigo el marqués en 1854 y nos explica como fue la cosa. El solar donde se levanta el hotel era un rincón sin edificar que el pueblo llamaba el rincón de la sal, por haber sido lugar donde descargaban tal producto aquellos que venían a Pamplona a venderla; por vecindad, así se llamaba también a un callejón o belena sin salida que partía de él y que corría entre Estafeta y Chapitela. No cabe duda de que para acometer semejante empresa nuestro marqués había de ser un hombre acaudalado. Vamos a ver su vida. Ésta nos la cuenta al detalle la segunda entrada que abro y que corresponde a una publicación digital llamada henaresaldía. com y que firma Tomás Gismera Velasco.

Pedro Esteban Górriz y Artázcoz nació en Subiza el 17 de septiembre de 1804, su padre, Lucas, fue un valiente coronel a las órdenes del general Mina en la guerra de la Independencia y cayó en la batalla del Carrascal en 1811. Pedro Esteban heredó el talante liberal y con 17 años era correo de Mina en sus tejemanejes contra el régimen de Fernando VII. Descubierto en su delito dio con sus huesos en la cárcel y cumplió condena en Sevilla y Cádiz. Recuperada su libertad con 21 años, vuelve a Sevilla donde se casa con Dolores Moreda; intenta varios negocios en Sevilla, Madrid y Talavera, pero solo recoge fracaso tras fracaso. Toma entonces la decisión de hacerse agrimensor y, obtenido el título, saca plaza para tal puesto en Guadalajara, donde el matrimonio vive y trabaja. Otra mala gestión con un refugiado político al que presta su ayuda vuelve llevarlo entre rejas, esta vez por cuatro años. Al salir se instalan en Sigüenza donde malviven de los trabajos de su mujer delicada bordadora.

Pedro, que a sus estudios de agrimensor unía una gran afición por la mineralogía, recorría los montes de la provincia buscando algo que le sacase de pobre y una buena mañana, escudriñando los campos de Hiendelaencina, vio algo que le llamó la atención: vio que esos terrenos podían ser argentíferos. Pedro los compró y€línea, bingo y el acumulado: en unos meses tenía abiertas tres minas de plata a pleno rendimiento, la Santa Cecilia, la Suerte y la Fortuna, un poco después abrió la Verdad de los artistas y en menos de un año se habían abierto 200 pozos. Corría el año de 1844. Pedro pasó a ser D. Pedro Esteban, se convirtió en uno de los hombres más ricos de España y se autotituló marqués de Hiendelaencina, así pues, amigos míos, el título era más falso que un euro de madera.

Abandoné la página de "Henares al día" y me puse a buscar en prensa de la época, en ella se recogen detalles muy suculentos del negocio. Leo, entre otras cosas, que las minas daban del orden de 1.000 kilos de plata al mes y que toda ella iba a la casa de la moneda de la que llegó a ser el mayor proveedor.

Los inversores acudieron a Hiendelaencina como moscas a la miel, él empezó vendiendo participaciones y acabó por venderlo todo y volverse a su Navarra natal. Leo en otra noticia que las acciones de la Santa Cecilia llegaron a cotizarse a 5.000 duros por título en 1852.

De regreso a su tierra se paseó con su título de marqués ful por todos lados y entró en todos los negocios habidos y por haber: periódicos, comercio, hoteles, bodegas y hasta tocó el moderno mundo del ferrocarril consiguiendo en 1857 una licencia para construir una línea de Puente la Reina a Alsasua, negocio que evidentemente no llevó a cabo. Pero su principal actividad seguía siendo la minería; fundó una sociedad llamada La Pamplonesa bajo cuya razón dio de alta 76 minas de hierro, cobre y zinc por todo Navarra desde Valtierra a Baztán, desde Funes a Bera o desde Valcarlos a Miranda de Arga. Por los nombres de sus minas sabemos también que era un hombre con humor y sensibilidad ya que las bautizó con nombres como: la Cualquier cosa, la Esto es algo, la Puede ser, la Paz en Navarra, la Odalisca, la Bella, la Marte y Vulcano, la Cortesana, la Sultana etc. etc.

Llegó a ser vicepresidente de la Sociedad Nacional de Minería y del Partido Progresista de Navarra y, así mismo, fue concejal del ayuntamiento de Pamplona.

Enviudó en 1865 y falleció en 1870, a su muerte contaba con una fortuna calculada en 3.000.000 de reales, 750.000 pesetas, un pastón. Fue enterrado en Berichitos en un mausoleo en el que bajo su nombre mandó inscribir su título de marqués, fijaos si estaba íntimamente convencido de que se lo había merecido.

Y hasta aquí llego con la vida de este navarro que supo, y mucho, aprovechar las oportunidades que le ofreció el siglo XIX.

Que la semana os sea todo lo leve que pueda.

Besos pa tos.

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