Antes de que todo comenzara, Miel Otxin descansaba en soledad en el desván de la posada de Lantz. Quizá no se acordaba de cómo terminó el pasado año, y por eso sonreía sin saber que iba a repetir aquel final. La tranquilidad, de hecho, no le duró mucho al bandido Miel Otxin, cuando la puerta se abrió y entró Ziripot, aún de carne y hueso. Su fatal destino comenzó ya estaba más cerca.

Ayer, fue Ibai Muskiz uno de los primeros en llegar a la última planta de la posada, solo precedido por una pequeña cuadrilla de txatxus. No era para menos pues Ibai, con ayuda de otros veteranos, debía convertirse en Ziripot en cuestión de minutos, personaje encargado de apresar al bandido. Con su llegada se rompió el sosiego que reinaba en el desván. Los primeros curiosos se agolparon a su alrededor para ver cómo lo envolvían unos sacos enormes rellenos de paja. Hubo que turnar a las decenas de personas que querían ver cómo emergía Ziripot, más de tres veces mayor que Ibai.

La de ayer era la segunda ocasión en la que el joven se enfundaba un traje que puede superar los cien kilos de peso. En la tarea de capturar al bandido, Ibai toma el testigo a Joseba Ariztegi y a Ander Esain, este último fue el encargado de dar vida a Ziripot durante la mañana, mientras que por la tarde le tocó a Muskiz.

Ajenos al ajetreo, en la otra parte del desván los txatxus comenzaban también con sus preparativos. Una blusa y pantalones muy coloridos, la sábana blanca tapando el rostro, un sombrero cónico todavía más lleno de color, y listos para empuñar la escoba.

Con todo ello, algo más de media hora después de que dieran comienzo los preparativos una larga comitiva estaba lista y dispuesta para alborotar las calles de la pequeña villa de Ultzamaldea. El primero en salir de la vieja posada fue Ziripot. El grandullón que encarna al hombre más fuerte del pueblo y que tiene por fin atrapar al bandido Miel Otxin, evitando las acometidas de su caballo Zaldiko. Seguidos a ellos salieron, como una exhalación, la gran cuadrilla de txatxus que a limpio grito, escoba en mano, y también algún envoltorio de papel enroscado, comenzaron a golpear e incordiar a la multitud de personas que aguardaban a la salida de la comitiva dejando una estrecha brecha por el centro de la calle.

El último en salir fue el bandido Miel Otxin, a hombros de los más veteranos, mientras que el grupo de txistularis cerró la comitiva poniendo música a un caminar casi errático. Tras varias vueltas a la localidad, y en un momento de despiste, el bandido se fugó de sus captores. Pero la alegría le duró apenas unos segundos. Preso otra vez, Miel Otxin se enfrentó a su destino establecido por la justicia medieval, de donde nace la tradición carnavalera de Lantz. Su fin no fue otro que la hoguera.

Una vez engullido por las llamas, en torno a sus restos todos los txatxus se unieron para bailar un zortziko que puso el cierre a las celebraciones paganas que dan inicio a la estación de la primavera.

relevo asegurado Antes de que todo diera comienzo, Iker de la Torre, de 15 años de edad, observaba la transformación de Ziripot. De la Torre fue quien hizo del personaje en el Carnaval Txiki que se celebró la tarde del pasado domingo en Lantz. Junto a Xuban Ilarregi, que encarnó al personaje aquella mañana, son parte del futuro del Carnaval de Lantz. Según Iker, el relevo está garantizado. “Todo el mundo participa, incluso los txikis de siete años ayudan haciendo el Miel Otxin”.

De la Torre e Ilarregi no son los únicos que están dispuestos a tomar el relevo en el carnaval de la localidad de Ultzamaldea. Poco antes de que todo comenzara, un grupo de chavales correteaban por el desván. Algunos de ellos eran Jon y Xabier Jubera, Iker Martikorena o Julen y Aimar Ciganda, todos entre los 7 y los 13 años, deseosos de ponerse sus disfraces de txatxus y que todo comenzara. “Lo que más nos gusta es pegar y asustar a la gente”, afirmaron todos casi a unísono. Si por ellos fuera, el carnaval no tendría fin. “Hacen falta por lo menos dos días más”, afirmaron algunos, mientras que otros añadieron, “¡en el Carnaval Txiki tendrían que hacer lo mismo que en el grande!”.

Lo que está claro es que la voluntad lo es todo para que celebraciones como la de Lantz salgan adelante. Tanto de propios como de los que se unen de pueblos de alrededor. Y por ganas no será.