Cada día vemos el reto que supone cuidar de nuestros mayores. Conseguir que tengan su espacio donde alargar en lo posible su independencia dentro de sus casas o fuera de ellas en las residencias. En el paisaje cada día es más natural ver a esas personas ancianas acompañadas de sus familiares o de cuidadores que custodian su intimidad y sus paseos. Reconforta sentir ese cariño que reciben como una prolongación natural del que ellos fueron capaces de dar. El mimo que ponen en los cuidados más sencillos o en los más complicados. Nuestra sociedad no siempre está preparada para asumir esa responsabilidad por lo que en muchos casos ejercerla es una decisión personal. Cada vez existen más voluntarios que dan el paso adelante para cuidar a los mayores y no siempre ese cuidado encuentra la recompensa social y familiar que se merece. Sin embargo, la gente lo asume con naturalidad y se entrega con todas las consecuencias. Y ojo que las consecuencias pueden ser bien duras porque casi siempre tienen que ver con las renuncias personales de lo que la mayoría disfrutan con naturalidad y también con la entrega del tiempo que, a la postre, es nuestro bien más preciado. Es difícil saber si en el futuro seremos recompensados con la misma atención dimos o por si la alta natalidad de décadas pasadas, en las próximas generaciones, los abuelos tendremos menos suerte en quien se encarga de nuestros cuidados. De momento yo sigo admirando en silencio a todos aquellos que lo están haciendo ahora: los valores humanos como mejor se demuestran es poniéndolos en práctica. Y aquí hay muchos practicantes anónimos, valientes guardianes de los mayores que hacen que este mundo, en fin, sea sencillamente mejor.