90 años de la Chata de Griseras, la plaza de toros de TudelaUnai Beroiz
Durante casi 15 años Tudela había vivido sus fiestas sin un lugar donde celebrar corridas de toros. Una plaza hecha de cañizos y tablas había servido para satisfacer las necesidades taurinas de los tudelanos desde 1919, fecha en que se decidió derruir la que hasta entonces (desde 1842) había existido junto al paseo de Invierno y lindante con la calle San Marcial, en el lugar donde ahora se encuentra la torre de Telefónica. Pero pasados esos tres lustros, en enero de 1933, algunas de las personalidades más relevantes e influyentes de Tudela decidieron que la capital de la Ribera merecía contar con una nueva plaza que diera respuesta a los impulsos de la afición tudelana.
La primera reunión para tomar la decisión de asumir la empresa se celebró el 16 de febrero. El Círculo de la Unión Mercantil asumió el reto del Ayuntamiento de Tudela y congregó a sus socios para crear una comisión. A través de una carta pedían la colaboración para “aportar el capital necesario para la referida construcción, y a este efecto, teniendo en cuenta los indudables beneficios que para las clases industriales y del comercio ha de reportar una plaza de toros y el interés que usted ha demostrado por todo lo que representa una mejora para Tudela, nos permitimos rogarle que acuda a una reunión que se celebrará el próximo jueves”.
De este encuentro salió una comisión integrada por Miguel Aznar, Nicolás Salinas, Jesús Abeti, José Martínez Berástegui, Pedro Bermejo, Mariano Frauca y Domingo Burgaleta. En ese mismo momento se aportaron ya 130.000 pesetas de las 200.000 que se habían estimado para el futuro coso. Sólo cinco días después se cubrió esa cantidad, “parece increíble, tantas veces como ha fracasado el proyecto, que con tanta facilidad haya salido ahora”, señalaba incrédulo el periódico tudelano El Eco del Distrito.
Taurinos/futbolistas
La ilusión en Tudela se disparó ya que, como decía la prensa local, “no sólo aspiración constante del pueblo de Tudela, sino verdadera preocupación de todos los ayuntamientos que se han sucedido durante estos últimos años, ha sido la construcción de una plaza de toros como único medio que permite la organización de unos festejos propios y dignos de esta ciudad, con el indudable beneficio que ellos reportan a la industria y comercio de la localidad”.
En unos momentos políticos tan tensos y complejos, a sólo tres años del comienzo de la Guerra Civil, este proyecto servía para que se allanaran las discrepancias políticas puesto que se calificaba la obra como “un regalo que los accionistas han hecho al Ayuntamiento” y que a la larga “lo mismo puede ser administrado por republicanos, que por carlistas, que por las derechas más recalcitrantes”.
Pero no todo eran beneplácitos y halagos. El sector más perjudicado por estas obras, quienes usaban y disfrutaban del campo de fútbol de Griseras, no se mostraban muy contentos de que emplearan lo que vendía la prensa como “zona de ensanche”, a los pies de la vía del Tarazonica y que se preveía como el lugar natural para el crecimiento de la ciudad. Quienes hasta entonces jugaban al fútbol en las afueras de Tudela en un campo de tierra situado en esta zona de Griseras pedían otro emplazamiento ya que iba a afectar a su deporte que, en aquellos años, distaba mucho de la popularidad actual frente a los toros y casi se podría considerar minoritario.
“Los futbolistas, por exceso de amor al deporte, hubiesen querido tener un hermoso campo en Griseras, pero eso no era posible. Para convencerse basta con ir al campo donde se construye la plaza y, mirando con desapasionamiento, verán que en una parte queda aproximadamente unos 12 ó 13 metros para el público. Puede quedar un campo de fútbol bastante aceptable para lo que hoy es el deporte en nuestra ciudad pero, si aún así, resultase pequeño, nada se perderá con hacer después otro mayor, destinando el de ahora a los infantiles, que merece la pena acordarse de ellos, probablemente más que de los mayores, aunque sólo sea porque no arman esa serie de jaleos que han ocurrido en los campeonatos”, argumentaban los sectores taurinos. Pese a todas las discusiones, el campo de fútbol se siguió empleando durante unos 30 años más, hasta que desapareció Griseras y comenzó a construir el que sería el estadio José Antonio Elola.
Entre Pamplona y Logroño
El proyecto que se barajaba era semejante a la plaza de toros que se acababa de construir en la vecina Logroño y “las dependencias tienen las características y disposición de las de Pamplona”. Según explicaban, el dibujo del nuevo coso consistía en un gran tendido con tres palcos, el del centro para la presidencia y los laterales para las autoridades, terminando en una plataforma para poder continuar la construcción de los palcos. El número de localidades era de 7.600 “amplias y cómodas conforme está ordenado para esta clase de edificios. Igualmente están bien dispuestas todas las dependencias de la plaza como capilla, enfermería y corrales, de los que se destinan tres para corridas”.
El 20 de marzo empezaron las obras “a la salida de la población junto a la carretera de Zaragoza, conforme se va para allá a mano izquierda, en el mismo campo que hasta ahora ha servido –inútilmente por cierto– para eso del fútbol”, explicaba El Eco del Distrito. Los toros como espectáculo es mucho más que el fútbol y acarrea un contingente mucho mayor”, añadían.
Para su construcción, los artesanos tudelanos Tomás Navarro, Emilio y Maximiliano Marzal, Antonio Pérez Vicente, Carmelo González y Marcelino Lostalé emplearon 75.000 kilos de hierro a 0,30 pesetas el kilo y 27 vagones de cemento El Cangrejo, de 200 sacos cada uno. Para poder cumplir el plazo (debía terminar el 12 de julio) se establecieron dos turnos intensivos de trabajo, el primero de las 4 de la madrugada hasta las 12 del mediodía y el segundo desde esta hora a las 8 de la tarde.
26 de julio: inauguración
Hasta 600 vehículos entre automóviles y autobuses llegaron a Tudela el 26 de julio de 1933 (día de Santa Ana) para presenciar la corrida de inauguración de la nueva plaza de toros. La que se dio en llamar desde entonces Chata de Griseras llenó un gran vacío taurino de la capital ribera que recibió la obra como “un regalo para todos”.
En aquella tarde “era imposible poder atrapar una silla en cafés y bares por la enorme concurrencia llegada de los pueblos comarcanos y capitales de Aragón, Rioja y Navarra”. “Olas de forasteros en agitado movimiento; torbellinos de gentes por todas las calles; muchedumbre de tudelanos venidos de fuera, después de muchos años de ausencia; ejércitos de conocidos de los pueblos vecinos, que vinieron a ratificar el pacto de amistad con su capital del distrito; avalanchas de simpatizantes de nuestras tradicionales fiestas; ingente masa de extraños que llenaban plazas y paseos”, comentaban otros diarios.
Para recibir a los tres diestros, Armillita, Bienvenida y Ortega, figuras de la época, el director de la banda Luis Gil (creador de La Revoltosa) puso música al primer paseíllo sobre el nuevo albero con un pasodoble dedicado a los constructores de la plaza. Se repartieron orejas y rabos tanto a Bienvenida como a Ortega. “Corridas como ésta se dan pocas en España, por lo que este humilde revistero pide una ovación grande al artífice de ese gran día que presenciamos, don Celestino Martín, empresario con vergüenza y honor”, decía Cayetano en El Ribereño Navarro. La multitud que llegó a Tudela fue tan grande que las crónicas hablaron de que se gastaron “700 gaseosas de pistón”.
Sin embargo, la llegada de forasteros a Tudela también disparó el miedo a que se produjeran robos mientras la gente estaba entretenida con los famosos diestros y con el festejo de la plaza “esta circunstancia no pasa desapercibida para los maleantes y rateros que la saben aprovechar para su profesión”, indicaban. Así las crónicas de días después explicaban que “era de esperar que ante la aglomeración de gentes, especialmente el día de la corrida, los servicios de vigilancia se reconcentrasen principalmente en las cercanías de la Plaza de Toros para dirigir la colocación de los autos llegados de todas partes y que tanto los guardias municipales, como a los números de la Guardia civil estuviesen al cuidado de mantener el orden público en un caso dado, quedando el casco de la ciudad completamente indefenso para ser vigilado en esas horas en que el vecindario se echó a la calle bien para presenciar la corrida o para ver la animación de la entrada y el desfile. Como así sucedió en la tarde del 26 en la que se cometieron dos robos de alguna importancia en la casa huerta de don Marcos Bellido, camino de Mosquera y en la casa de don Blas Casado, en el Paseo de Galán y García, durante la corrida, llevándose los cacos unos cientos de pesetas y alhajas de valor”.
En ambos casos, las sospechas se dirigieron hacia tudelanos porque “tanto en una como en otra casa, penetraron por el lugar más seguro, y menos peligroso para ser vistos, conocían perfectamente a las personas que las habitaban e iban a sabiendas de no perder el tiempo”.
Sin duda, el festejo fue memorable, pero de aquella “tacita de plata”, tal y como la describían en la inauguración, poco queda. Víctor Arribas, cuando en 1983 se cumplieron los 50 años del edificio taurino, pedía a gritos que se arreglara la plaza que, por entonces, como se dice en Tudela, se caía a cachos después de décadas de abandono. “Cuatro brochazos de cal,/ o acaso media docena, sería hoy preciso dar/ a la Chata de Griseras/ que por si dentro está bien/ está de pena por fuera. (...) Pocas corridas se dan/ en la plaza de Tudela,/ pero hay que reconocer/ (y eso fácil se demuestra)/ que esas pocas que se dan/ son corridas de primera. Merece la pena, pues,/ que el municipio o la empresa/ o al alimón, que es lo bueno,/ se gasten unas pesetas/ en mejorar el aspecto/ de la Chata de Griseras”.
Detalles
Premios a los mantones. En las fiestas de este año de 1933 se entregaron premios a los mejores mantones de Manila de la capital ribera. Los galardones se entregaron en la verbena del paseo de Invierno y fueron a parar a Pilar Moreno, María Ardanaz y Carmen Martínez Sola. También se premió a las mejores cuadrillas que fueron La Cuba (100 pesetas), El Rayo (75 pesetas) y la cuadrilla Infantil (50 pesetas).
Señoritas luchadoras. El día anterior a la inauguración de la plaza de toros de Tudela se celebró una gran atracción, “grandiosa función de circo con valiosos números entre los que figura el campeonato de lucha grecorromana disputado por 10 señoritas luchadoras”.
Los números. En los ocho días de fiestas se recaudaron en la plaza 109.425 pesetas. El Eco del Distrito contaba el 1 de agosto de 1933: “Cantidad que rebasa los datos más optimistas. Se calculaba la recaudación durante las fiestas en unas 80.000 pesetas para fijar aproximadamente lo que se obtendría por impuestos. De la cantidad recaudada corresponde al Ayuntamiento por impuestos unas 9.400 pesetas. El aumento de los impuestos, por otros conceptos, es aproximadamente unas 5.000 pesetas. Sólo de cerveza se calcula unas 1.100 pesetas. Sumadas las dos cantidades dan 14.500 pesetas que el Ayuntamiento obtiene por tener plaza de toros. De arriendo de la plaza se han cobrado 5.000 pesetas, más cinco funciones que el empresario tiene que dar en estos meses de verano con un precio mínimo de 300 pesetas, son 1.500 pesetas. De arriendo de plaza, se sacan por lo tanto, 6.500 pesetas, que sumadas a las anteriores son 21.000 pesetas. Al bonito regalo hecho al Ayuntamiento, aumenten el negocio que han tenido cafés, bares, fondas, carnicerías y demás comercios”.