En el año 1769 se construyó en el solar que hoy ocupa el mercado de Santo Domingo un gran edificio de tres plantas que acogía los depósitos municipales de trigo, harinas, aceite y otros productos alimenticios, el llamado Pósito o Vínculo. Su planta baja y patio central porticado se utilizaba como mercado, con puestos para venta de carnes y pescados en los soportales; frutas y verduras se vendían en los exteriores del edificio. Casi un siglo después, en los años 1850 y 1862 se construyeron en las cercanías del portal de San Nicolás los nuevos edificios de la Alhóndiga y el Vínculo respectivamente, que iban acoger los depósitos que hasta entonces estaban en el citado Pósito de Santo Domingo. El consistorio aprovechó la ocasión para arreglar el edificio, mejorando sus instalaciones, no solo como mercado en los bajos sino para acoger la primitiva Caja de Ahorros Municipal o la sede del incipiente Orfeón Pamplonés en sus pisos superiores. Un pequeño edificio anexo, el Almudí dedicado a la compra venta de grano en gestión municipal, ocupaba el espacio que después sería plaza, entre el Pósito y la casa consistorial. Adosada a su fachada norte, tenía una fuente labrada en piedra que en 1856 había diseñado el entonces maestro de obras municipal José Mª Villanueva, fuente de parecido estilo a las diseñadas por Luis Paret a finales del XVIII para varias plazas de la ciudad.

El Nuevo Mercado

Por desgracia, pocos años después de su arreglo, en 1875, el edificio del Pósito sufrió un voraz incendio, con importantes consecuencias y daños que lo dejaron prácticamente inservible. El ayuntamiento rápidamente tomó la decisión de rehacer el edificio sobre los parcialmente conservados cimientos con objeto de dedicarlo exclusivamente a mercado municipal. Muchos de sus materiales fueron reciclados y reutilizados pero se incluyeron algunos nuevos, a veces lujosos, como las cerámicas de Manises o un vistoso tejado de pizarra. El Almudí, también afectado por el incendio, hubo de trasladarse a unos barracones provisionales en la Taconera antes de su integración en el edificio de la Alhóndiga en la esquina del paseo de Sarasate con la calle San Ignacio. La fuente de piedra, tras algunas disquisiciones, se trasladó y colocó en la belena de la calle Descalzos en donde se encuentra hoy día. Durante los meses que duraron las obras de remodelación, el mercado fue instalado de forma provisional en unos barracones de la plaza de San Francisco. Para el flamante Nuevo Mercado, que se inauguró en mayo de 1877, se había aprobado la instalación de dos nuevas fuentes, una de ellas en el centro del patio abierto del establecimiento y la otra fuera, en el centro de la plaza que ahora quedaba expedita entre la trasera de la casa consistorial, la iglesia y convento de Santiago de los dominicos y la fachada del propio mercado. La compra de las piezas se encargó al ya citado maestro de obras municipal, José María Villanueva, y este se decidió por la adquisición de dos distintos modelos de fuentes, a la prestigiosa casa de fundiciones J.J. Ducel et fils de París.

Jean Jacques Ducel fue un famoso fundidor de objetos ornamentales. Nacido en Marsella en 1801, en su juventud puso una fábrica de fundición en la localidad de Pocé sur Cisse, cerca de Tours. Sus piezas fundidas en hierro o en cobre, bancos, barandados y especialmente fuentes, fueron muy premiados en las exposiciones de la época. En París poseía una tienda de venta, a donde se encargaban los ornamentos de su amplio catálogo. Fuentes y surtidores de Ducel se conservan por todo el mundo, siendo bien conocidos los de Santiago de Chile, Río de Janeiro o la fuente del Pequeño Tritón del Retiro madrileño. Justo un año después de la venta de las fuentes encargadas por el Ayuntamiento de Iruñea, la fundición se cerró.

Un surtidor para el patio del mercado

La destinada al patio interior del mercado, señalada en el catálogo con el número 92 y que costó 820 francos, era más propiamente un surtidor que una fuente. Estaba formado por tres plataformas cóncavas o conchas de hierro fundido de diámetros progresivamente menores de abajo a arriba montados sobre un adornado tubo central de unos tres metros de altura, por cuyo extremo surgía el chorro de agua. El cantero Juan Pompier iba a ser el encargado de hacer las bases en piedra tanto de este surtidor del patio interior como de la fuente de la plaza exterior, por un precio total de 1.200 reales de vellón. El afamado escritor y periodista Juan Mañé y Flaquer, en su obra de 1878 El Oasis. Viaje al País de los Fueros, hace una exhaustiva descripción del nuevo mercado, asombrado de sus magníficas instalaciones entre las que incluye el surtidor de tres conchas en el centro de su patio descubierto. Es uno de los pocos testimonios que han quedado de los apenas diez años que el surtidor de Ducel estuvo en el mercado. Tras la inauguración del mismo y la ocupación de todos sus puestos y ante la gran solicitud para ocupar otros, se decidió aprovechar el patio para colocar algunos más, alrededor de la fuente. El problema de espacio se agravaba en primavera y verano con la gran cantidad de vendedores de fruta y hortalizas de temporada, vendedores espontáneos sin derecho a puesto que acudían al mercado desde los pueblos del entorno y que había que ubicar necesariamente en el patio. Probablemente demasiado grande, el surtidor con su potente chorro de agua era más un estorbo que un adorno y solo diez años después de su instalación, en 1885 fue retirado y recolocado, poco después, en el paseo de Sarasate. Aquel año el consistorio había decidido adecentar el citado paseo, entonces más conocido como de Valencia, con la colocación de varias estatuas, plantación de árboles, parterres ajardinados y colocó el surtidor de tres tazas justo delante de la fachada principal del Palacio de Diputación. Sin embargo, no iba a durar mucho tiempo en aquel lugar, ya que cuando en noviembre de 1895 se decidió la construcción y ubicación del Monumento a los Fueros el surtidor requirió, otra vez, ser desmontado. Año y medio después, en junio de 1897 fue montado en el centro de un estanque preexistente en el paseo central de la Taconera, cerca de su Mirador, después llamado de Vistabella. Tampoco allí iba a encontrar su lugar definitivo y en 1950 iba a ser nuevamente trasladado a una zona más apartada del parque, cerca de Larraina, para en su lugar colocar el monumento a Gayarre. En lo más intrincado y sombrío del considerado como pulmón de la ciudad, el parque de Taconera, ataka honera, el surtidor que vino de Paris parece haber encontrado su paz. Luce tranquilo y silencioso, testigo de juegos y correrías infantiles, de primeras caricias y besos adolescentes, de pausados paseantes, con el rumor de sus aguas tan solo roto por los ruidosos cantos de pavos y otras aves diversas del cercano foso de la muralla.

Otro surtidor de muy parecidas características, aunque solo de dos platos, se había instalado muchos años antes, en 1854, en los jardines del palacio de Diputación. Este provenía de la fundición Tastet de Baiona y desde 1953 ocupa el centro de la plaza de las Merindades en el ensanche pamplonés.

La fuente de los delfines

La otra pieza de Ducel, esta sí verdadera fuente, tiene forma cilíndrica de casi tres metros de altura con cuatro caños que surten de agua a una bañera circular de dos metros de diámetro. Vistosamente decorada con figuras alegóricas animales, se supone que delfines, quizás tritones, de cuyas bocas salen los chorros de agua, realmente si uno observa detalladamente las figuras tiene dificultades para reconocer un animal concreto. El cuerpo y la cola son de pez pero la cabeza está, en cierta forma humanizada, con su cara de mal genio que recuerda a las espeluznantes gárgolas de las catedrales góticas. De una forma u otra, siempre se los ha etiquetado como delfines y de ahí el nombre popular de la hermosa fuente. El coste de la misma fue de 1.945 francos, algo más del doble de su otra compañera parisina.

Esta se instaló frente a la puerta del Nuevo Mercado en mayo de 1877 con carácter de fuente pública de donde, entonces todavía sin agua corriente en las viviendas, los vecinos recogían el agua en diversos recipientes para cubrir sus necesidades. Parece ser que, además de para recoger el agua que manaba de sus cuatro caños, la amplia bañera cilíndrica de su base tuvo otras utilidades y el 24 de agosto de 1877 el diario El Eco daba la siguiente noticia: “por lavar vientres de reses en la fuente nueva de la plazuela del Nuevo Mercado ha sido multada una mujer con dos pesetas”.

A los pocos años de su instalación, coincidiendo con la electrificación del alumbrado público de la ciudad, hasta entonces de gas, se le añadió en su parte superior una luminaria similar a las que ya comenzaban a iluminar y adornar parques y calles de la ciudad. A partir de entonces se convirtió en una rara avis, iturri berezia, con dos distintas funciones, la de fuente y la de farola, en un mismo elemento, centrada en la llamada plaza de Santiago por algunos, plaza de Santo Domingo o simplemente plaza del mercado por otros.

En el año 1952 se procedió al derribo de la casa consistorial para su reforma y en su lugar se construyó una nueva, conservando como es sabido, su fachada original del siglo XVIII. Aunque el planteamiento inicial fue mantener su superficie de base, finalmente se amplió la misma, quitándole espacio a la plaza de Santo Domingo, que fue reducida a dos tercios de su tamaño anterior. La fachada del mercado fue la gran perjudicada desde el punto de vista visual, perdiendo parte de su protagonismo en el, hasta entonces, más armónico conjunto de la plaza. También la fuente, quedaba descentrada y con poco espacio; probablemente por esa razón se desmontó y se trasladó a la plazuela de San José, en donde se encuentra en la actualidad.

Con la idea de conservar su carácter de fuente y farola, se le colocó en su cúspide una nueva y diferente luminaria, lámpara que se volvió a quitar en 1962. Durante años, perdió el protagonismo que merecía, sin luz, rodeada de coches, en una plaza que también perdía su encanto al constituirse en un caótico aparcamiento. A principios de los ochenta, tras la urbanización y reorganización de la plazuela, ya sin tráfico rodado ni parking, nuevamente se le instaló encima una pieza de tres farolas, recuperando así su tradicional doble función. Tras haber sido sometida a tantas manipulaciones, el conjunto quedó realmente armónico y cualquiera que no conozca su historia podría pensar que toda la fuente es un mismo conjunto de fundición. La fuente de los Delfines, por su valor artístico e histórico, por ser única en su género, forma parte de nuestro patrimonio y merece su reconocimiento como tal.

En palabras del gran geógrafo catalán Joan Nogué, en un mundo cansado y acelerado, donde el ruido está siempre presente y el silencio se ausenta y bate en retirada, cada vez son más las personas que buscan un pausado lugar en el que poder reencontrase a sí mismos. Algunos son capaces de encontrar ese lugar en los paisajes cotidianos, en espacios concretos incluso dentro de las ciudades. La plazuela de San José o el parque de Taconera, con sus fuentes parisinas, son hoy para muchos uno de esos espacios, remansos de paz y de silencio, e invito a los que todavía buscan donde evadirse, a reconocerlos. Dice un viejo proverbio árabe que, después del silencio, la mejor música es la del agua. En la coqueta plazuela de San José, del barrio Zugarrondo de la Nabarreria, tan solo el leve rumor de los cuatro chorros de agua que salen de las bocas de otros tantos delfines, es capaz de romper el pacífico silencio, y acompañar a la deliciosa intimidad del lugar.