A comienzos de la década de los años veinte del pasado siglo, cuando ya se había realizado el derribo del frente sur de la muralla de Pamplona, el consistorio pamplonés ya debatía sobre la posibilidad de la apertura de la plaza del Castillo al proyectado ensanche, lo que iba a conllevar necesariamente el derribo del Teatro Gayarre y la necesaria construcción de uno nuevo. Sin embargo, diversas agrupaciones sociales presionaban al consistorio para gastar el presupuesto de un supuesto nuevo teatro en la construcción de viviendas sociales. Es decir, que el entonces, único local para poder programar obras teatrales, operas, zarzuelas etc. estaba en entredicho. Además, era también, junto con el frontón Euskal Jai, el único lugar para las proyecciones cinematográficas que, en aquella época por novedosas, eran muy demandadas por el público. Finalmente su derribo y la construcción del nuevo teatro Gayarre iba a retrasarse hasta 1931.

En ese contexto, hubo de ser la iniciativa privada la que moviera ficha. En 1921 un grupo de emprendedores, convencidos del interés del negocio del espectáculo, crearon la sociedad “La Euskalduna” con objeto de construir un nuevo teatro y cinematógrafo. La sociedad estaba formada por el industrial Álvaro Galbete, principal impulsor, y los señores Bajo, Sagaseta de Ilurdoz y Zozaya, entre otros. El capital social inicial fue de 500.000 pesetas y el primer consejo de administración nombró gerente al periodista Francisco Rebota. Álvaro Galbete, presidente de la sociedad, era también promotor de la sociedad Euskal Jai y precisamente en un solar de su propiedad anexo al frontón iba a construir en 1931 el cine Proyecciones, después llamado Novedades y aún después Arrieta. Para el mes de octubre de 1921 la sociedad Euskalduna presentó al ayuntamiento el proyecto de edificio cine-teatro, realizado por el arquitecto José Yárnoz Larrosa. El lugar elegido, en el recién abierto ensanche, estaba situado justo donde se encontraba hasta hacía poco el portal de san Nicolás. A pesar de ello, para los primeros espectadores, el que se iba a llamar Coliseo Olimpia estaba todavía a las “afueras” de Pamplona.

El Coliseo Olimpia de arquitectura ecléctica, proyectado como decíamos por José Yárnoz, ocupaba una superficie total de mil doscientos metros cuadrados, y estaba formado por bajo más dos alturas con fachada principal a la calle san Ignacio. La fachada se curvaba en el chaflán en donde una marquesina cubría la puerta principal de entrada y ese chaflán curvado se coronaba con un bonito frontispicio en donde figuraba su nombre, Olimpia, en letras de neón. La fachada que daba a la actual calle Cortes de Navarra era más austera, sin ventanas y abierta exclusivamente a las puertas de salida. La planta baja del edificio se dedicaba a vestíbulo, sala de butacas, con siete palcos bajos o plateas a cada lado y el propio escenario. Este fue diseñado por el afamado pintor escenógrafo madrileño José Martinez Garí y fue también en Madrid en donde se confeccionaron telones, vidrieras y aparatos de luz. En la primera planta, además de otros dieciséis palcos laterales, tenía un gran palco central, normalmente usado para autoridades e invitados y detrás de él se encontraba la cabina de proyección para su uso como cinematógrafo. Más arriba existía una tercera planta, la galería o gallinero, dedicada a las trescientas treinta y tres entradas generales que completaban el aforo total de 1.225 localidades. En la planta sótano tenía el servicio de bar y una amplia sala llamada Katiuska en donde se organizaban cenas y bailes de sociedad. En todas las plantas contaba con servicios para señoras y caballeros lo que, en la época, causó realmente sensación.

cinco pesetas Para la inauguración, el día 6 de julio de 1923 a las diez y media de la noche, la empresa propietaria programó la representación de la opereta vienesa La noche azul, a cargo de la compañía Zuffoli-Peña, costando la entrada la cantidad, no despreciable para entonces, de cinco pesetas. La prensa local señalaba al día siguiente el magnífico éxito de la sesión, con la sala repleta de un público numeroso y distinguido que dedicó largos aplausos no solo a los actores, encabezados por la espléndida Eugenia Zuffoli, sino también al consejo de administración de la empresa promotora que ocupaba el palco principal junto a las autoridades de la ciudad. Tan solo un mes después, el 5 de agosto se iniciaban las proyecciones de cine, con el estreno de la película alemana Pasajero sin billete, del director E. Lubitsch, interpretada por la popular Ossi Oswalda. Todavía eran películas mudas y las sesiones estaban amenizadas por el célebre quinteto del maestro Aramendía. A partir de entonces el Coliseo Olimpia iba a competir con el Teatro Gayarre tanto en sus programaciones teatrales como cinematográficas. Los primeros operadores del proyector fueron Antolín Iriarte y después Carlos Aguirre. Las críticas al Olimpia diciendo que no se oía bien en todas las localidades y que estaba más concebido como cine que como teatro las desmentía una y otra vez su principal promotor Álvaro Galbete. Las primeras películas sonoras se proyectaron en el frontón Euskal Jai en 1930, con muy malas condiciones de acústica y poco después en el Gayarre aunque sin continuidad ya que iba a ser derribado de inmediato. El Olimpia inauguró el cine sonoro el 4 de julio de 1931, con el nuevo Gayarre aún en construcción, con la cinta musical Galas de la Paramount que el público que abarrotó las dos sesiones aplaudió con fuerza. El Olimpia, enseguida compitiendo con los nuevos Gayarre y Proyecciones, se caracterizó por programar los principales largometrajes de estreno de la época. En su uso como teatro, aunque por supuesto también incluía grandes obras como por ejemplo la famosa ópera Aida de Verdi en mayo de 1926, se dedicó más a géneros entonces llamados menores, zarzuelas, comedias o revista. Fue pronto el local de moda en la ciudad y con objeto de no resultar un local elitista, la empresa procuraba unos precios asequibles y habilitaba abonos mensuales a precios reducidos. En los Sanfermines de 1928 se efectuó en la sala Katiuska del sótano, una exhibición del afamado bailarín de salón Paul Breslau, que hacía largas maratones de baile continuado, entonces en boga. En concreto en aquellas fiestas permaneció 120 horas bailando ininterrumpidamente, con distintas parejas claro, algo fácil para él pues tenía su récord en 300 horas (14 días).

En agosto de 1928, la Euskalduna vendió el Olimpia a la Sociedad Anónima General de Espectáculos (SAGE) por un millón de pesetas. La empresa madrileña se había constituido pocos años antes con objeto de construir el Palacio de la Música de Madrid y para cuando compró el Olimpia, ya poseía otros 7 cinematógrafos y gestionaba hasta veintiuno a lo largo de toda la geografía estatal.

Un evento muy sonado de la época fue cuando el 8 de abril de 1930 actuó en el Olimpia la mítica artista americana Josephine Baker en donde entre otros números, bailó su famosa danza de las bananas. La tradicionalista sociedad pamplonesa, además en plena cuaresma, montó en cólera nada más conocer la programación, acusando al espectáculo de pornográfico y diciendo que la artista ejecutaba danzas lúbricas de salvajismo primitivo que excitaba los groseros instintos de la parte animal.

acto de desagravio De hecho durante la sesión de tarde se organizó en la vecina iglesia de San Ignacio un acto religioso de desagravio. Cuentan que algunos, “obligados socialmente” a asistir a este acto pasaron después directamente, amparados por la oscuridad, a la sesión de noche del Olimpia. Parece claro que, mejorando las previsiones de la propia empresa, la polémica creada facilitó el lleno absoluto en ambas sesiones. Se llegaron a realizar manifestaciones y más misas de desagravio y la Asociación Católica “castigó” al local aconsejando a la población no acudir al mismo durante un mes.

En 1931 el que había sido principal valedor del Olimpia Álvaro Galbete, inauguraba el cine Proyecciones en la calle san Agustín y se llevó a su nuevo local al que era gerente del Olimpia Alfonso López y a su operador de cine Pedro Garbayo. La SAGE empezó entonces a subarrendar el Coliseo a la empresa de construcciones Erroz y San Martín que a su vez era concesionaria del nuevo Teatro Gayarre y cuyo gerente era precisamente otro de los socios fundadores del Olimpia, Serapio Zozaya. Al comienzo de la guerra, la sociedad madrileña, tuvo muchos problemas para controlar sus locales, la lejanía cada vez mayor con respecto a su negocio en Pamplona le llevó a continuar con su arrendamiento, que fue ya permanente desde 1938. Finalmente la SAGE vendió el Olimpia en 1941 a la sociedad arrendataria que tan solo un año después, en 1942, se iba a constituir como Sociedad Anónima Inmobiliaria de Espectáculos (SAIDE). Esta sociedad, siempre bajo la dirección de Serapio Zozaya y sus sucesores, iba a gestionar prácticamente todos los cines de Pamplona hasta finales del siglo pasado. Ya en plena guerra, en el otoño de 1937 se fundó en Pamplona el Auxilio de Invierno, después llamado Auxilio Social que iba a instalar sus cocinas de beneficencia y el comedor infantil en los bajos del Olimpia. Lo que había sido el Katiuska, en donde se celebraban los populares bailongos dominicales y a donde se iba a “sacar plan” se reconvirtió de esta forma en un local de beneficencia gestionado por la Sección Femenina del Movimiento.

Durante los siguientes años, el Olimpia iba a continuar alternando sus sesiones de cine con otro tipo de programaciones musicales o de teatro. Alguna de sus sesiones señaladas fueron, por ejemplo, la actuación en noviembre de 1944 de la entonces jovencísima y gran pianista catalana Alicia de Larrocha o la presentación en diciembre de 1946 de la Agrupación Coral de Cámara que el maestro Morondo había fundado con cantantes elegidos del Orfeón Pamplonés. Además, la orquesta sinfónica Santa Cecilia programaba una buena parte de sus conciertos de ciclo en el Coliseo.

También fueron muy señaladas las adaptaciones teatrales de cuentos infantiles que realizó José Uranga, el popular Padre Carmelo, también promotor de la benéfica Institución Cunas en los años cincuenta. Fundador del grupo de teatro Tirso de Molina, sus representaciones de los cuentos de Perrault, Andersen o los Grimm en las navidades de aquellos años, con los brillantes decorados de P. Lozano de Sotés y F. Bartolozzi forman parte ya de los gratos recuerdos de muchos, entonces niños, pamploneses.

El Olimpia se clausuró en 1963, derribándose en su totalidad para construir en su solar el edificio que alojó, hasta hace poco, el cine Carlos III, el de mayor aforo y tamaño de pantalla de los existentes entonces en Iruñea, recientemente también desparecido. En aras de un supuesto progresismo y modernidad el entonces director del más conocido diario local, de gran peso en la opinión pública, le dedicó un injusto y agresivo obituario en su columna habitual. En él decía que la desaparición del Olimpia, de nombre pedante y dieciochesco, no podemos sentirla demasiado. Edificio de un gusto arquitectónico dudoso y pasado de moda, con sus miradores acristalados, sus medallones modernistas y sus ventanas de un cubismo sui generis, se ha quedado enano y viejo entre los edificios que lo rodean. Descalificando a las compañías de revista, de género chico e ínfimo, le llamaba también cine de cacahuetes y desinfectante, con demasiadas cortinas en las plateas y exceso de tiros en su pantalla. Por supuesto que no todo el mundo era de la misma opinión.

despedida En aquellos últimos años ya se habían celebrado en la sala varios “festivales de música moderna”, casi siempre promovidos por los inquietos estudiantes universitarios del momento, como muestra del ya entonces pujante panorama musical pamplonés. Para el día cuatro de marzo de 1963 los alumnos de periodismo y derecho de la universidad de Navarra organizaron una hermosa y sentida despedida al Coliseo con un festival teatro musical, titulado Del Charleston al Twist. Al mismo invitaron a Eugenia Zuffoli, que volvió a cantar fragmentos de zarzuela y recitar algunos poemas como en 1923 ante el entusiasmo del público asistente. También actuó en la misma sesión el entonces puntero y pionero grupo de rock Los Tótem de los Ganuza y Montero. Los últimos trabajadores del Olimpia, operadores, taquilleras, estremadoras y acomodadores subieron al escenario a recibir un sincero aplauso de agradecimiento. Fue un digno colofón.

Sin cumplir los cuarenta años de existencia desaparecía el que había sido el más popular de los escenarios de Iruñea. Quizás hoy en día se hubiera cuestionado mucho más su destrucción así como la de otros muchos edificios del ensanche pamplonés que, de esta forma, terminó por convertirse en un pastiche de estilos y alturas. Su “flamante” sustituto, el gran cine Carlos III, el mejor de su época también caería tempranamente con apenas cincuenta años. Los importantes y rápidos cambios surgidos en el mundo de la exhibición cinematográfica, hacían que cerrara sus puertas en 2016 y el edificio ha sido demolido hace tan solo unos pocos días. De esta forma en menos de un siglo, dos importantes dotaciones del sector del espectáculo desaparecían de un mismo lugar. El futuro edificio, dedicado a viviendas, quizás sobreviva más años, siempre a la sombra de los anteriores y efímeros ejemplos, que ya solo quedan para la historia y el recuerdo.

Arazuri J.J. (1980) Pamplona, calles y barrios. Tomo III. Edit. Autor. Pamplona

Cañada A. (1997) Llegada e implantación del cinematógrafo en Navarra. 1896-1930. Edit. Gobierno de Navarra

Hemeroteca. Archivo Municipal de Pamplona.