Las primeras Visitadinas o Salesas residieron durante 21 años en el convento de las Dominicas de la pamplonesa calle Jarauta, a donde llegaron el 25 de febrero de 1881. Arribó en la vieja Iruña una treintena de religiosas formadas en el segundo de los monasterios de Salesas de Madrid. Al convento de la villa y corte pertenecía desde 1878 la navarra Juana Baleztena, quien, sin duda, influyó para que su familia impulsara el establecimiento del Monasterio de la Visitación de Santa María en Pamplona;. Esta congregación fue fundada por San Francisco de Sales (de las que surge su nombre popular) y Santa Juana Francisca de Chantal en 1610.

En 1902 tomaron posesión de su nueva casa en la calle San Francisco. Una casa de obra nueva sobre seis solares que habían ocupado el palacio de Armendáriz, conocido antes como Casa del Reino, la Delegación de Hacienda y la Compañía Arrendataria de Tabacos. El complejo religioso se sitúa en el extremo suroeste del antiguo Burgo de San Cernin entre los números 5 y 15 de la calle San Francisco y su parte trasera es aledaño al paseo del doctor Arazuri, muy cerca de la iglesia de San Lorenzo y del parque de la Taconera. El convento ocupa una superficie de 2.970 metros cuadrados. Los planos y dos años de edificación del convento e iglesia corrieron a cargo del arquitecto Florencio Ansoleaga y del contratista de obra Felipe Lorca.

El círculo completo del monasterio visitadino se cerró con la consagración de su iglesia en 1905 a cargo de Juan Soldevila y Romero, arzobispo de Zaragoza. Un templo dedicado a al Sagrado Corazón y culto con su Guardia de Honor, y que consta de tres naves de cuatro tramos cubiertos por bóvedas de crucería y de paños en la cabecera. El interior es de estilo neogótico, así como goticista la intensa policromía y el abundante uso de la madera. El exterior responde al lenguaje ecléctico nutrido en los estilos del Medievo. El convento de las monjas se adosa por el lado de la Epístola.

de clausura El torno se cerró en primera instancia de clausura en toda regla en 1902, pero parpadeó decenas de miles de veces durante casi 4.000 días por la laboriosidad de las monjas. Estas se marcharon el 4 de junio de 2003 y se incorporaron a la comunidad hermana del emblemático y precioso monasterio de Vitoria-Gasteiz (1879).

A través de unas muy solicitadas visitas guiadas promovidas desde principios de abril por la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona se ha podido conocer su interior y su historia. Las guías Bakarne Atxukarro y Naike Mendoza, que se sienten privilegiadas en su misión, consiguen transmitir a los visitantes sus sentimientos plenos de empática regresión en el tiempo y de las virtudes de laboriosidad, austeridad y disciplina de las monjas. Monjas que llegaban de novicias, siendo aún niñas, con lo puesto y para siempre a esa gran puerta conventual. Lo hacían sin remedio y sin posibilidad de escuchar una aldaba de rescate. No hubo; no hay aldaba. Como mucho, ya en tierna juventud, pudieron, previa acreditación de la superiora, alzarse de puntetas para alcanzar alguna celosía del ladrillamen del patio y contemplar el verus foris est mundum; ese mundo real del exterior. Y soñarlo, por San Fermín, en la grandeza del baile de los ocho hijos de Tadeo Amorena, reyes de los continentes de ese mundo al completo, pero extramuros. Un momentico de levitación mundana por esencial alegría de novicia: hilaris adolescentia.

Seis visitadinas o salesas, sí oyeron entrar por sus celosías el crujido del paso del tiempo; ese que deja siempre huellas con manchas de secularizaciones, modernidades de todo pelaje y de olvido. La actual superiora de las Salesas gasteiztarras, la keniata Sor María Patricia, confirmaba ayer que tres de ellas aún viven y con los recuerdos de su larga vida en Pamplona intactos: con 87 años de edad María Bernarda (Micaela Astiz Villavona, de Navarra), con 88 años, María Josefina (María Teresa Adriana González López, de Huesca); y con 62, Inmaculada (Inmaculada Martín Serrano, nacida en Guadalajara pero con profundo sentimiento navarro).

Atmósfera y recuerdo Ahí dentro, anteayer, a los dos lados del torno, surgió un íntimo zarandeo del alma y una tricotosa de recuerdos; e invadió un perfume único y sutil, producto de un olor amalgama entre Chanel 4 y almidón. Al otro lado de las celosías, los extraños misterios blindados por cuadraturas de hierro, se desvelan amables. El mundo se vuelve del revés al comprender de quién eran esas manos tan finas, unas, y otras surcadas por las labores y la vida misma, pero siempre porcelanosas. Manos templadas de borraja cultivada y cocinada; de amasar, restaurar, limpiar y hasta de contar bolas del rosario. Unas manos denuedas de agujas y dedales, pero también de modernas tricotosas de punto y ganchillo. Unas manos portadoras un metro amarillo tenue, unas medidas tomadas, apuntadas, las palabras justas? Las manos desaparecen por las rejas, un que Dios les bendiga, otro intento de lectura de las palabras y leyendas escritas en la paredes, una bolsa que desaparece en el torno... Todo para que unos jerséis de punto y de color rojo pasión fueran el resultado de algunas de las mejores cosas de la vida: el abrigo del amor de una madre a sus hijos y la responsabilidad y actos de fe de otras mujeres, esa monjas que en Pamplona se dijeron Salesas. Quiero creer que mi madre sabía que lo esto lo iba a contar. También pienso que las que hicieron ese mítico jersey rojo fueron María Bernarda y María Josefina. Un saludo emocionado para ellas.

Quizá por mor al inmenso ora et labora de esta mujeres, la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona vuelve a entrar por ese torno al monasterio con dos loables acciones: Primero, poniendo al alcance de todos el valor patrimonial y espiritual de esta gran casa; y, segundo, el proyecto de restauración y adecuación a acometer durante los dos próximos años, que respeta el valor histórico del edificio, conserva las trazas de lo existente y la volumetría exterior.

Bienvenido sea el suprimir el torno e incorporar bisagras a todas las celosías para disfrutar del rico patrimonio inmaterial en torno a costumbres y labores. Ello ayudará a valorar ese acervo cultural y dar a luz otros aspectos de la ciudad en la antigüedad y del recinto amurallado medieval. Como muestra, ahí está, en el centro del patio un pozo románico del que se adivina que se asienta sobre un aljibe más antiguo. Ahí mismo, en huerta, abandonada por Micaela, sigue brotando unas hermosas borrajas. Micaela, la salesa María Bernarda, dice que en Vitoria no le brotan las borrajas igual. ¡Y ese jersey rojo!