La jota es una manera de querer y de cantar a la tierra en la que hemos nacido, de homenajear a las personas y a las labores que durante décadas se han ejercido en los pueblos. Es un regalo. Personalmente, lo es todo”, asegura Alberto Gurrea, compositor de jotas que combina su faceta folclórica con su peluquería de Pío XII.

Alberto nació en Pamplona, pero se crió en Andosilla, donde reside toda su familia. A edad temprana, comenzó a cantar jotas en la escuela de Andosilla, dirigida por el ilustre jotero José Monasterio Losantos, más conocido como Antero. El inicio fue esperanzador: “Empecé a ir a concursos de jotas y los ganaba todos. Era uno de los niños prodigio de la jota navarra en esa época”, bromea. Hasta la adolescencia, “le pegué a la jota bastante fuerte”, pero dejó el mundo de la jota durante dos décadas - desde mediados de los 90 y hasta 2015- porque amplió su espectro musical y se convirtió en cantautor: “Me dijeron que para ser un buen cantautor tenía que educar la voz y para eso quitar el deje jotero”, confiesa.

Sin embargo, hace seis años, “volvió la necesidad de sentir la jota”, que había sido su fiel compañera durante su infancia: “La jota es muy importante en mi vida porque desde niño ha estado presente. Para mí, la jota es una manera de ser mejor persona, de ayudar a los demás, de volver a las raíces y sobre todo de conocerme a mí mismo”, relata. Por eso, en 2015, decidió que había que dar un paso adelante y se lanzó a componer jotas. “El 99% de mi repertorio”, afirma.

Una centena

En concreto, ha compuesto la letra y música de 100 jotas con una temática bastante variada: San Fermín, costumbres de los pueblos, labores del campo, amor... “Me considero un poeta y el poeta siempre tira al amor”, señala.

De las cien canciones, destaca tres. La primera, Ay Navarra, que a su vez es el título del disco que publicó hace dos años. “Hablo de la jota, que es la voz de un pueblo entero”, explica. También la jota -con ritmo de habanera- que dedicó a su pueblo, Andosilla, y Una flor en las Bardenas, la primera canción que compuso cuando tenía 16 años. “Es maravilloso poder cantar lo que uno mismo ha escrito. Es como ponerte un traje normal o ponerte un traje que se ha cosido a medida”, asegura.

El año pasado, desgraciadamente, no pudo lucir su repertorio. En la actualidad, señala, “empezamos a arrancar, se ve un cierto despertar, una pequeña luz dentro de la oscuridad en la que estamos inmersos”. Su última actuación fue en la misa de La Escalera del tres de marzo, donde interpretó las jotas Que hizo a San Fermín llorar y Glorioso San Fermín, que cada 7 de julio resuenan durante la procesión por el Casco Viejo de Pamplona.

20 años de peluquero

Alberto combina su pasión jotera con su profesión de peluquero. Desde 2011, regenta su propio negocio -Peluquería Alberto Gurrea- en Pío XII con Monasterio de Urdax. Sin embargo, los inicios en el gremio se remontan a 2001, cuando abrió en la avenida Barañáin junto al Colegio Nuestra Señora del Huerto. “Siempre me ha gustado no depender del dinero de mis padres. Desde joven he buscado la solidez e independencia económica y por eso decidí abrir la peluquería. En ella vi una manera de pagarme los estudios de música. Además, también había que comer y de las jotas no puedes vivir”, lamenta.

Durante estas dos décadas, Alberto nunca había dejado de cortar, teñir o peinar el pelo de un cliente. Hasta que llegó la pandemia y el coronavirus, que obligó al sector a guardar las tijeras y los peines durante dos meses. “Nunca había estado un día sin trabajar. Ni por estar en el paro ni de baja. Fue muy frustrante. La verdad que ha sido un año muy duro”, señala. A pesar de ello, reconoce que la crisis no les ha golpeado tanto “como a la hostelería. Después de los dos meses de cierre, de repente hubo mucho trabajo. Los clientes llegaban en cascada y la peluquería parecía las Cataratas del Niagara”, bromea.

A pesar de que la peluquería le encanta “y es de lo que vivo”, si tuviera que elegir entre cortar el pelo y cantar jotas lo tiene claro: “Lo que verdaderamente me apasiona en esta vida es la jota”, confiesa. Y explica por qué: “Ningún cliente se va a acordar de los cortes de pelo que le he hecho a lo largo de todos estos años. Sin embargo, en la jota, se van a quedar mis composiciones. Está registrado. En el día de mañana, los nuevos compositores de jota navarra se fijarán en mí y habré dejado algo para la posteridad. Es una manera de estar presente en el mundo cuando yo no esté”, finaliza.