En el último tercio del siglo XIX se planteó en Iruña, tanto en el consistorio como en la propia población un amplio debate sobre las necesidades de agua en la ciudad. A la ya gran mortalidad producida en la reciente guerra carlista, se añadió otro importante incremento durante los duros años de postguerra. La población, además, se encontraba hacinada entre los muros de la ciudad, en muchos casos hambrienta y sedienta, y el debate se planteó cuando los expertos higienistas achacaron ese exceso de mortalidad a la falta de agua, tanto en su cantidad, como en su calidad. La traída de las aguas de Subitza ochenta años antes, resultaba evidentemente insuficiente para las necesidades básicas. El debate terminó con la decisión de hacer una nueva traída de aguas y, tras barajarse varias opciones, se decidió hacerlo desde el manantial de Arteta en el valle de Ollo como mejor opción. Sin embargo, no llegó a ser un proyecto asumido por el ayuntamiento si no que tuvo que ser una empresa privada, la Sociedad de Aguas de Arteta la que lo llevara a efecto. Aunque suponía un largo trayecto desde su origen hasta los nuevos depósitos de Mendillorri, la cantidad de agua aportada por el manantial era más que suficiente para las necesidades de la ciudad. Desde los depósitos, una extensa red de tuberías llevaría el agua a todas las fuentes y servicios municipales además de a 2819 caños libres en las viviendas que, la vecindad, debía contratar con la citada compañía.

Una vez realizada la obra, Aguas de Arteta llegó a un acuerdo con el consistorio por el que le aseguraba un aporte de 70 litros por segundo a la ciudad, lo que suponía 200 litros por habitante y día. La traída del agua desde Arteta se inauguró con gran pompa y celebración durante los sanfermines de 1895 instalándose, para la ocasión, un gran surtidor en el Paseo de Valencia que fue la admiración del vecindario. Fue la culminación del gran proyecto del aporte de agua corriente a las viviendas que anteriormente se surtían fundamentalmente de los pozos y de las no excesivas fuentes existentes en la ciudad. Por ello, al contar con un mayor aporte de caudal de agua también se planteó, desde el consistorio, el incremento de la que se consideraba insuficiente red de fuentes públicas.

En manos del maestro de obras municipal José Mª Villanueva se encontraba un catálogo de surtidores y fuentes de la casa Kennedy&Glenfield de Kilmarnock (Scotland). La compañía era muy conocida porque tenía la patente de unos novedosos contadores de agua, pero en su catálogo también tenía diversos modelos de fuentes, eligiéndose de entre ellos el modelo “D I F” como el más apropiado para los requerimientos necesarios. La fuente en cuestión, de hierro fundido, parecía robusta y contaba con una llave de cierre automática y, además, con un especial sistema interno para evitar la congelación del agua en invierno. Además, desde el punto de vista decorativo, el cabezal con rostro de león pareció adecuado para una ciudad que tenía en su escudo la figura del león pasante. Su coste tampoco era excesivo, 118 francos franceses de la época, portes incluidos hasta Bilbao. De esta forma en mayo de 1896 la comisión de obras del consistorio aprobó el encargo de una de esas fuentes a la compañía escocesa a través de su sucursal en París. El ejemplar viajó en el vapor Donata desde Liverpool hasta el puerto de Bilbao y desde allí a Pamplona en donde se colocó rápidamente en una de sus calles. La prueba, durante un par de meses, resultó satisfactoria y pronto se hizo un nuevo pedido de 12 unidades. Aquel mismo año se instalaron cuatro de aquellas fuentes en distintos puntos de la ciudad, en concreto una en la cuesta del Palacio delante del convento de las Adoratrices, otra en la plazuela de San José, otra en la calle Campana y una cuarta en el barrio de la Magdalena. ¿y por qué no se pusieron las demás? El contrato suscrito por el ayuntamiento con la sociedad Aguas de Arteta no lo permitía y era esta empresa la que debía autorizar el incremento de los grifos o puntos de suministro. Llegado este punto desconozco con exactitud que fue del resto de las fuentes, aunque, por ejemplo, hay documentación gráfica años después de al menos dos más, una en la calle Mercaderes, junto al arranque de la calle Curia, en donde ya existía una fuente medieval, la fuente de santa Cecilia y otra en la plaza de San Nicolás.

La fundición de Sancena con una larga historia en Iruñea iniciada a mitades del siglo XIX por el labortano Pinaquy y continuada desde su muerte en 1890 por su cuñado Martin Sancena y después por sus sucesores, pasará a tomar protagonismo en la historia de las fuentes de león. Inicialmente dedicada a la fundición de piezas para maquinaria agrícola y útiles de labranza, con el paso de los años fue priorizando y centrando su producción en piezas de mobiliario urbano, papeleras, fuentes, farolas, bancos, sumideros, bocas de riego, sifones de descarga o tapas de alcantarilla. De esta forma, con su taller primero en la calle Mayor y después en la Rotxapea, fue la principal suministradora de material mobiliario al ayuntamiento de Iruñea constituyéndose como uno de sus principales clientes. La barandilla con el león pasante del escudo de la ciudad, que ocupa más de 3.500 metros lineales de nuestras calles y parques, es uno de sus productos más conocidos, así como distintos modelos de bancos. En casa Sancena, no solo se fundían las patas de los mismos, sino que se procedía al montaje de listones o tablones y se colocaban en su correspondiente lugar, constituyendo de esta forma una labor integrada. A pesar de su desaparición hace más de 15 años, todavía se pueden observar muchos de sus productos dando un pequeño paseo por nuestras calles y parques.

Una vez que en los años treinta del pasado siglo, el servicio de aguas se municipalizó y dejó de depender de una sociedad privada como era Aguas de Arteta, estaba en manos del consistorio la instalación de fuentes y puntos de agua allá donde considerara conveniente. Alrededor de 1950 el ayuntamiento cedió a Sancena una de aquellas fuentes leoniles que habían llegado cincuenta años antes desde Escocia. La fundición efectuó el correspondiente molde para después poder fundirlas en serie. Pronto se fueron instalando en múltiples lugares del centro y de los barrios periféricos, los primeros años siete u ocho por año, pero a partir de 1970 se fundían hasta una media de 50 por año. Aunque la mayoría eran para Pamplona también se vendían en otros lugares del estado español, como es el caso de Córdoba. Con frecuencia pintadas en el verde carismático de la bandera de la ciudad las fuentes de león rápidamente se popularizaron hasta llegar a considerarse como algo típico y, para muchos, exclusivo de la ciudad. Se calcula, que se llegaron a fundir unas 1.000 fuentes a lo largo de la historia de la empresa, la mitad aproximadamente para Pamplona. Su precio a finales de los noventa rondaba las 72.000 pesetas. En los últimos años se les colocó un pulsador para evitar la pérdida de agua cuando no eran utilizadas. En septiembre de 2003 se fundió el último ejemplar ante la presencia testimonial del pleno municipal, fuente que después se colocaría en el lugar en donde estuvo el taller de Sancena.

Siendo, en verdad, algo tan característico de nuestra capital, vemos, sin embargo, que el modelo de fuente existe en muchos lugares del mundo. La facilidad que hoy día nos dan los modernos medios para recabar información escrita o grafica hace que las encontremos en lugares tan alejados de nosotros como Irlanda o las Islas Maldivas. Pero me queda alguna duda de si en algún lugar son tan apreciadas como aquí. Tanto es así que, existe hasta un grupo o sociedad que bajo la firma The Green Lion Project se ha dedicado a catalogar y numerar todas las existentes en la ciudad y su entorno. En la última actualización de su blog, ya hace algunos años, contabilizaban 348 fuentes e incluso daban la posibilidad de adoptarlas, desconozco que supone esto de coste y beneficio. Una vez cerrada la fundición de Sancena todavía se ofertaban en algunos comercios de jardinería y ya he observado algunas en jardines privados y en muchas localidades del entorno o incluso bastante alejadas de la capital, por poner un ejemplo en Olazagutia.

Quizás sea importante señalar aquí que conozco al menos tres de las originales del siglo XIX como así consta en su base, la marca de la casa fabricante. Una de ellas probablemente en su primitiva ubicación en la plazuela de Dos de Mayo, delante del que fue convento de las Adoratrices, hoy hotel Puerta del Camino. Existe una fotografía de principios de siglo que atestigua su presencia en el mismo lugar. Otra está colocada en la cabecera del aska existente bajo el baluarte del Redin en la calle Vergel, de esta también hay documentación gráfica desde mitades del pasado siglo. Quizás sea una de aquellas cuatro primeras que en la documentación antigua figura como instalada en el barrio de la Magdalena. Recientemente me comunicaron la presencia de una tercera en el patio del instituto de Iturrama. Nadie sabe cómo llegó hasta allí. Quizás poco a poco vayamos localizando otras. La línea de investigación sigue abierta.

Consultada la hemeroteca de la ciudad, las referencias a estas fuentes siempre dejan un halo de misterio en el origen de las mismas, suelen atribuirse a los años cincuenta del pasado siglo y en muy pocos casos se señala su olvidado origen escocés. Sirva este trabajo de investigación para aportar un poco de luz al misterio. En cualquier caso y, aunque se desmonte algún mito, no por ello dejaremos de sentir las verdes fuentes del león como algo nuestro. Algo con más valor sentimental que real pero, al fin y al cabo, aprendiendo a querer esas pequeñas cosas se va conformando el orgullo de pertenencia a una ciudad, en este caso Iruñea, pequeña contribución a su consideración como lugar de memoria.