Por sorprendente que parezca, pocas cosas se pueden encontrar en esta ciudad que reflejen mejor su diversidad que la procesión que se celebra cada 7 de julio en honor a San Fermín.

Para los creyentes, la imagen del santo moreno por las calles supone un acto de profunda religiosidad, íntimo pese al ruido ambiental, que viene a confirmar el matiz religioso de las fiestas de Pamplona.

Para los que no lo son, es el día adecuado para contemplar con todo su esplendor la parafernalia tan peculiar que rodea al consistorio pamplonés en Cuerpo de Ciudad, con sus txistularis y maceros, los gigantes y cabezudos abriendo la comitiva, los corporativos con trajes de otra época y los curas marcando el paso, como casi siempre ha ocurrido por estos lares.

Tanto los que creen como los que no, tienen sitio en esta procesión, como caben también los gustos y las fobias de cada uno, con respeto hacia lo que piense el diferente, con la excepción de la cuesta hacia la Catedral, donde un grupo de intransigentes llevan tiempo empeñados en convertirla en un escaparate para su violencia.

Enrique Maya y Joseba Asiron sabían perfectamente el tramo de la procesión donde iban a recibir gritos de exaltación y donde les iban a poner de vuelta y media.

El territorio más favorable para el actual alcalde se localiza preferentemente en el entorno de la parroquia de San Lorenzo y en la curva de acceso a la calle San Antón, donde se concentran año tras año muchos de sus más fieles incondicionales.

Los de Asiron son más de interior, hacia la zona de Zapatería y Mercaderes, donde los gritos con su nombre sonaban atronadores mientras fue alcalde y también después, como jefe de la oposición.

Esta mañana no había nada de eso en las calles por las que atraviesa la procesión del 7 de julio. Unos cuantos viandantes vestidos con la ropa blanca y con el pañuelo rojo al cuello eran el triste recordatorio del santo sin el homenaje popular y de todo lo que se ha llevado por delante la pandemia en este año y medio.

La calle Mayor, generalmente repleta de gente, estaba como en un día normal, con varios vehículos de reparto de mercancías circulando con tranquilidad y los vecinos con sus recados de un lado a otro.

En la capilla de San Fermín de la iglesia de San Lorenzo donde se guarda la imagen del santo, se concentraban los feligreses a la espera de que a las 11 horas comenzara la misa solemne de San Fermín.

Por allí se dejó caer el alcalde Enrique Maya, que a falta de otros actos protocolarios, no se pierde un evento religioso, acompañado de otros miembros de su grupo municipal.

Un rotundo “¡Viva San Fermín!” pronunciado por el arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez, y respondido al unísono por los fieles, cerró la celebración religiosa.

El santo se quedó en la capilla, en su casa, sin poder contemplar a los miles de pamploneses que siempre le esperan ni poder escuchar las canciones que se entonan a su paso.

En la plazuela del Consejo, que cada 7 de julio se transforma en un auditorio de primera categoría, no se oyó la jota en su honor que emociona al más insensible. Desde su casa, la encargada de poner voz a la canción, Marta Sola, recordaba con tristeza este momento y se acordó del santo para pedirle un favor más: “San Fermín, protégenos y cuídanos a todos!!”. A los que creen y a los que no.