El Rincón “ha sido poco y ha sido mucho. No ha pasado nunca de ser un bar de barrio, pero al mismo tiempo para la gente y el día a día ha sido mucho, un punto de referencia en la Rochapea. Un sitio donde hemos hecho muy buenos amigos, donde mucha gente ha encontrado refugio y muchos trabajadores que han pasado más o menos tiempo han encontrado un balón de aire”, explica Carlos Lizarraga, junto con su mujer Sara Murugarren al frente del bar El Rincón desde hace 25 años. Habla todavía desde detrás de la barra, pero en pasado porque el establecimiento de la calle Joaquín Beunza, en la Rochapea, baja el sábado la persiana.

Carlos y Sara han querido despedirse de clientes y amigos con una texto que preside la pizarra de la terraza y está impreso en cada mesa: “El día 19 cerraremos nuestra pequeña puerta y nos asomaremos al mundo. Durante este tiempo hemos pasado por diferentes etapas, las más complicadas a partir de 2010 y las más destructivas los últimos años. La pandemia, ocho meses de obras en la calle, el encarecimiento de todos los servicios y materiales necesarios, y las particulares condiciones económicas de nuestro local y la imposibilidad de negociarlas y el elevado número de bajas laborales por motivos de salud, han hecho inviable nuestra continuidad”, explican.

Se van “no sin haber luchado”. Y quieren brindar a su gente “esa sonrisa y ese cariño que todos y todas merecéis, clientes y amigos que durante todo este tiempo habéis estado cada día apoyándonos y haciendo que todo fuera más fácil. Sabed que nos quedamos con los buenos recuerdos. Queremos pedir disculpas por abandonar, pero sobre todo queremos que sepáis que os estamos sinceramente agradecidos”, concluyen.

La “ilusión por agradar”

En su Rincón nunca han faltado “los huevos fritos, las cazuelicas; el ajoarriero, los menudos, los callos... Siempre han estado presentes en la carta. Y nuestros almuercicos de San Fermín han sido famosos en el mundo entero. Ha sido una cocina casera, de toda la vida, y todo hecho aquí. Sin grandes florituras pero con la ilusión por agradar”, explica Carlos.

Así ha sido hasta que no han podido más. “Ves el panorama y te das cuenta de que está preparado para las grandes empresas. Una empresa pequeña, familiar... solo puedes tirar, con dos o tres empleados muy difícil, y si encima tienes una renta estás muerto”.

Además los tiempos traen la carga extra del encarecimiento de materias primas o la luz: “Para hacer esto viable tengo que subir un 30% los precios. Y a los clientes no les van a subir el salario, pero sí la luz, la gasolina... Si además en el pinchico y el café de cada día te van a meter un puyazo, pues ya no va a ser el de cada día, sino el de un día especial. Nos vamos a cargar muchos rincones. Sé que han ido unos cuantos por delante y que van a ir unos cuantos más por detrás”, lamenta.

Ahora les toca vaciar el local, vender lo que puedan y a partir del 1 de abril enfrentarse “a un salto base, pero sin paracaídas”. Les da pena cerrar sin una despedida, pero no está la cosa para fiestas. “Es una salida muy triste”. Para Carlos son días “intensos y con la lagrimilla al límite”. Y “cuando se pase el mal rato nos quedaremos con los buenos recuerdos, con el buen rollo de la gente. Lo mejor es el trato humano y lo rutinario. Ese vecino que viene todos los días, vacilas, te ríes y te cuentas las penas. Es la parte más chula”.

Sara se ha criado en un bar y está acostumbrada “desde siempre” al trato con el público. Vive la despedida con una “mezcla de sensaciones. Da mucha pena porque son muchos años, pero por otro lado es un alivio, porque llevamos unos años muy duros. Va a ser un cambio radical”. Este sábado no se pondrá maquillaje porque vaticina que “me pegaré una llorera de la leche”, y agradece a los clientes “por su cariño, su apoyo y por haber estado aquí”.

Sara ya tiene la mirada en su próximo proyecto, alejado de la hostelería: vender gorros oncológicos. “Pasé por eso y me di cuenta de lo caro que es el mercado y lo escaso que es aquí en Pamplona. Lo voy a intentar”, asegura.

La clientela

“¿Tú sabes lo que es almorzar aquí un sábado huevos fritos con manitas?”, dice José Ignacio Valencia para referirse a las bondades de la cocina del Rincón. Este parroquiano destaca su “ambiente de camaradería” y lamenta que, con el cierre, “nos han jodido la tertulia del mediodía”. A su mujer María Jesús Gutiérrez, vecina de la zona desde “hace casi tantos años como el bar”, también le da “mucha penica que vayan, porque nos cuidan de maravilla. Es de los bares a los que entras a gusto en cualquier momento, te sientes como en el cuarto de estar de casa”, concluye.

Nos deja un gran vacío. Ha cerrado el Arga, va a cerrar este... se nos queda el barrio un poco huérfano. Es un sitio de encuentro, de buena atención y de cariño, yo lo siento así”, opina J.J. Chas para resumir el sentir general de la clientela habitual. “Y ya no digo más porque me voy a emocionar”.