ola personas, bienvenidos a la primavera y bienvenida sea ella, a ver qué tal se porta.

Esta semana voy a dedicar mi paseo a unos pamplonicas muy especiales; nacen, viven y mueren entre nosotros y dan mucho para lo poco que piden. Dan oxígeno, dan belleza, dan sombra y en su otra vida dan calor. Son más de 140.000 el número de miembros de este colectivo y 250 el número de sus especies. Bieeen, algunos ya habréis adivinado que me estoy refiriendo a... los árboles.

Según dicen los expertos Pamplona antes de ser habitada por el hombre, allá en la noche de los tiempos, fue habitada por los robles. Casi toda su extensión era un inmenso robledal, excepto las riberas de los ríos en donde se podía encontrar, igual que ahora, olmos, fresnos, alisos, chopos y sauces. Así mismo estos entendidos en la materia dicen que el único vestigio que nos queda de aquella riqueza arbórea es el pequeño robledal de Ezcaba que encontraremos en la ladera sur de Ezkaba Txiki, ese pequeño monte que hace de cola del gran dragón dormido que es San Cristóbal. Ese robledal, como digo, se considera parte del inmenso bosque que ocupaba las tierras de Pamplona y su comarca. Algunos lo llaman el robledal de Pamplona.

Bien, pero no es en el aspecto general y privilegiado de la Pamplona verde de lo que hoy quiero tratar sino de algunos de sus ejemplares, de aquellos ejemplares que yo tengo por favoritos y de aquellos que el pueblo ha encumbrado como elementos intocables de la ciudad. He de puntualizar que serán todos ellos elementos que encontramos en el centro de la ciudad otro día veremos la periferia.

Para empezar mi paseo tomé la Avda. de Galicia y salí a la Plaza de los Fueros donde se encuentra uno de mis preferidos, no es un árbol de gran porte, es reducido y coqueto, siempre es bonito: desnudo en invierno, verdeante en primavera, preñado de vida y color en verano y tostado y senil en otoño. Sus ramas parten perpendiculares a su tronco y forman un extenso círculo que cobija del sol, que protege, que invita a descansar en la hierba bajo su techo. Se trata de un pequeño roble que está en el jardín central de la plaza justo donde la calzada se desdobla para tomar Yanguas y Miranda. Un poco más adelante y al otro lado de la vía, donde sale la calle Vuelta del Castillo, hay un ejemplar de pino mediterráneo que crece totalmente tumbado en el suelo, sus raíces han levantado la tierra que lo alimenta y ahí sigue vivito y coleando con su redonda y potente copa viviendo sin esfuerzo tumbada sobre el suelo en constante siesta. He atravesado la maravillosa Vuelta del Castillo, cuyos ejemplares merecen ERP aparte por la gran cantidad y calidad que atesora, y he llegado al Bosquecillo para ver cómo está a estas alturas del calendario uno de los árboles más curiosos de Pamplona, el que cariñosamente llamamos Arbolico de San José. Se trata de un castaño de indias de mediano porte que se adelanta a todos sus hermanos y para el día de San José ya tiene nacidas todas sus hojas y ya verdea en todo su esplendor, mientras que los ejemplares que le rodean siguen con las vergüenzas al aire. Llegué y ya desde lejos lo vi, su color entre tanto pardo no puede pasar desapercibido, me planté a su pie y vi que, ciertamente, su calendario es particular y que nos anuncia la primavera con unas semanas de antelación lo cual es muy de agradecer. Abandoné el Bosquecillo con su árbol y su quiosco y pasé a la Taconera. ¿Qué decir de la Taconera?, el Parque con mayúsculas de Pamplona, sus habitantes de leña y sabia son muchos, ricos y variados, pero hay uno que a mí, y a muchos de nosotros, nos enamora, y lo hace por su rareza, por sus ramas retorcidas, por su tronco informe o deforme, por la exuberancia de su follaje cuando está pletórica, es un árbol como pocos, se trata de la sophora japonica que hay junto al café vienés. Es único. He seguido y he saludado a la diosa de la abundancia, vulgo Mariblanca, que tiene a su espalda una maravillosa magnolia en flor. He recorrido el resto de la Taconera, sin querer fijarme en ningún otro, ya lo haremos en otro paseo, y he salido de ella por el portal nuevo. He seguido todo el paseo de ronda y por el pasadizo que hay al lado de los funiculares he salido a la calle Descalzos y por Eslava he tomado Jarauta para llegar a la Plaza de Santa Ana y poder echar un vistazo a otro ejemplar que siempre me ha gustado, es pequeño, poco más que un arbusto, se encuentra entrando a la plaza a mano derecha y se trata de un precioso acebo, ahí estaba preñado de sus características hojas, si bien algunas de ellas se han dulcificado y no tenían las espinas que suelen lucir. He vuelto a las calles del viejo Pamplona y por ellas he llegado al Caballo Blanco para ver un árbol que siempre me ha llamado la atención, está en el vértice del baluarte del Redín, es un pino de esos que tienen la copa redonda al cual los vientos del norte que ahí soporta, lo han puesto a 45º del suelo y crece desafiando la gravedad. Me he asomado al mirador que da al Portal de Francia para ver el gran cedro que en el Baluarte del abrevador crece solo e imponente. He bajado la calle de Redín para tomar la de Barquilleros y salir por Dos de Mayo al Palacio de los reyes de Navarra que tiene por centinela permanente un pino ácrata y retorcido al que hubo que cortarle una gran rama que amenazaba con dar con él en tierra, ahora está amputado, pero sigue vivo. He llegado a Santo Domingo por donde he subido para alcanzar la calle Zapatería y por Pozoblanco y Comedias, antiguas General Moriones y Dos de Febrero, llegar a la avenida de San Ignacio y pararme un rato a admirar esa maravilla de secuoya que luce orgullosa en los jardines de la diputación, esta secuoya es a los árboles de Pamplona lo que la del Castillo es a las plazas, o la Taconera es a los parques, o sea primus inter pares de la vegetación pamplonesa. Lleva 167 años ahí plantada y aunque sufrió una gran amputación por los efectos de un rayo, que en 1933 le partió la copa, sus ramas laterales tomaron la dirección adecuada y volvieron a darle su característica forma de cucurucho que hace que todos le llamemos, familiarmente, el pino de la Diputación. Estando admirándola me he fijado que, en el mismo jardín, en la otra esquina, hay un magnolio enorme que tampoco se queda manco.

Me quedan muchos y muy dignos ejemplares en el tintero, este es un tema que da para mucho, volveremos a la carga con él pero por hoy se me acaba el espacio. Recordad que el lunes día 21, mañana, es el día del árbol y habrá actos en honor de tan querido conciudadano.

Besos pa tos.