Todavía no se han curado las heridas para algunos vecinos de Artozki como Javier Díez que forzosamente tuvieron que abandonar su pueblo y ver cómo su historia, su vida y su vitalidad como comunidad se derribaban enteras de un plumazo para posteriormente ser inundadas por las aguas del pantano.

Para él y para otras 12 familias siempre quedará en Artozki una parte de su identidad porque donde ahora sólo hay recuerdos, antes había un hogar. “Al principio fue un shock, desaparece toda tu vida anterior, pero con el tiempo la herida se hace más punzante. Descubres que el pueblo no son sólo las piedras y ese ensañamiento (durante el derribo) impacta mucho por la manera en la que lo hicieron”, expresa Javier.

Y es que no fue fácil asimilarlo. Durante el desalojo, hubo una fuerte resistencia por parte de colectivos como Solidarios con Itoiz para frenar la inevitable demolición, sin embargo, los vecinos de Artozki firmaron un acuerdo con el Gobierno de Navarra para abandonarlo voluntariamente.

Cuando vimos que ya no tenía solución, nos agrupamos y creamos una asociación de vecinos para darle una salida conjunta de grupo. Y tuvimos que comprar al Gobierno parcelas en Azparren y en Nagore, porque teníamos la voluntad de permanecer en el territorio”, explica Javier, que ahora reside en una casa en Nagore.

PROYECTO SANADOR

Más allá del duelo por perder una parte de su identidad y por intentar erigir una nueva vida, hoy, dos décadas después, impera la sensación de que no ha merecido la pena tanto sufrimiento. Ni económicamente ni socialmente.

“Hay que reconocer que en su momento se hicieron cosas, como la carretera hacia el valle de Aezkoa, accesos más cómodos o algún saneamiento, pero lo fundamental, que era ese proyecto de vida en el territorio, se ha ido dejando”, lamenta.

Se refiere a que el valle no ha terminado de reflotar. La fotografía indica que es el sexto valle en extensión y que tiene 260 habitantes; la realidad, deja un valle dividido por una mina de agua, resquebrajado socialmente y fuertemente marcado por el conflicto de Itoiz. “Ha costado que la gente se involucrase, pero ahora creo que hay ganas de dinamizarlo y hay una posibilidad de engancharnos y hacer enganchar a ese tren a las administraciones. Hoy toca el esfuerzo común”, aclara.

De hecho, se está trabajando en proyectos ilusionantes para el Ayuntamiento del valle de Arce como la rehabilitación del entorno del Palacio de Arce y el acondicionamiento del embalse de Nagore. “No es tanto el edificio, sino lo que todos queremos que arrastre: que sea un punto de encuentro donde poco a poco las heridas se cierren y un punto de acogida y apoyo para iniciativas como la recuperación de la calzada romana del Pirineo o la Eurovelo”, admite Javier.

DAR SIN RECIBIR

Asimismo, el vecino de Artozki se muestra optimista con la creación de una comisión parlamentaria de trabajo y la aportación económica anual que puede revertir en los municipios afectados por Itoiz. “La deuda es muy grande, pero el monto ecónomico no es una barbaridad. Que a nadie se le olvide lo que ha generado Itoiz sin que aquí vuelva nada. El 6% de la electricidad que se utiliza en Navarra sale de aquí, el ahorro que hay en avenidas y ríos sale de aquí y está valorado en 3 millones y los miles de ciudadanos que se aprovechan de la boca de riego… Todo eso debiera haber sido compensado con la contribución, como otros embalses del Estado”, apostilla.

Es momento de cambio, de esperanza y de oportunidad para lograr el tan necesario progreso en el valle. Pero, por supuesto, sin olvidar lo que fue en su día. “Tengo un sueño recurrente de que me despierto en Artozki. Sé que esto lo llevaré de por vida, pero si algo he aprendido es que hay que mirar hacia adelante”, confiesa.