puente la reina/gares - Maldaganchua, mamusti, sugarima, anderete, irichuri, marzaculos, filimosca, carachichi, matachuri o capristo. Estas son algunas de las 2.500 voces incluidas en el nuevo Diccionario de Valdizarbe y Valdemañeru, publicado por Fernando Pérez de Laborda, licenciado en Filología Alemana de 55 años, natural de Getxo aunque residente en Gares, que ha recopilado el léxico propio y singular de la zona en un libro, subvencionado por la Asociación Loxa, del que se han sacado a la venta 350 ejemplares (por 18 euros). En este sentido cabe destacar que los beneficios obtenidos se destinarán a la Asociación Navarra Amigos del Sáhara (ANAS).

Tal y como él mismo explica, este diccionario, en cuya escritura ha invertido entre cuatro y cinco años, bebe de 19 fuentes publicadas e inéditas, así como de los datos ofrecidos, durante los últimos 50 años, por 120 informantes. El germen de este libro, en concreto, se remonta varios años atrás, cuando supo que algunos amigos suyos del valle tenían “listados con las antiguas palabras que utilizaban sus padres y abuelos”. Muchos de estos documentos, se publicaron en un cuadernillo del Ayuntamiento de Gares en 1993. Sin embargo, los colaboradores continuaron añadiendo unos datos que Pérez de Laborda se propuso ordenar. Para enriquecer la obra, acudió además a autores como José María Iribarren, Manuel Alvar o Javier Irigaray. A continuación, contrastó y amplió la información recogida “hablando con los abuelos del valle” y grabando sus reuniones. Pérez de Laborda agradece la ayuda que le prestó “el grupo de ancianos que se junta en frente de casa de mi abuelo en Obanos”, quienes le han aportado “muchísimo” reconoce, y con quienes ha pasado “grandes” momentos. “Tienen un conocimiento tremendo y es importante dejar constancia de eso en un libro” subraya.

Fruto de estos encuentros, le chocó, tal y como escribe en la introducción del diccionario, la reticencia de algunos interlocutores “a expresarse como antaño, con el lenguaje que utilizaban de pequeños”, llegando a decir, incluso, que hablaban “torcido”, entendiendo como torcido, equivocado o erróneo (al tratarse de un calco semántico del euskera oker). Pérez de Laborda achaca esta cuestión a que “el idioma del pueblo ha estado siempre un poco menospreciado”, al haberse “priorizado el estándar, el elitista, el de los medios de comunicación”, que es más conservador y ha evolucionado menos. Sin embargo, reivindica que el habla de Valdizarbe y Valdemañeru “es una lengua per se” en la que confluyen castellano y euskera, así como otros idiomas.

A la hora de afrontar la escritura de este libro, por su parte, lo que más le costó fue “encontrar el concepto de diccionario que quería y su formato” admite. Finalmente optó por “dar voz a los informantes y no interpretar lo que ellos decían, sino poner directamente su información”. El resultado es un “diccionario de consulta”, en el que se aclara la procedencia de las palabras (pueblo por pueblo), sus variantes fonéticas, etimología (si procede del euskera, latín, árabe, occitano, etc), se describen las fuentes y se explican sus referencias (si son locales, regionales?). Asimismo, se ha añadido un apéndice final, que consta de 26 capítulos, en el que el autor ha tratado de aclarar algunas cuestiones que se le fueron planteando durante el trabajo y donde ofrece “información sobre ciertas dinámicas del lenguaje como elemento que se encuentra en continua transformación”. Y es que “saber reconocer las realidades ocultas que revelan las palabras es una cuestión fundamental para poder seguirles la pista y descubrir su origen”.

Entre otro ejemplos, sorprende el origen de la palabra chupinazo, que proviene del alemán topf, que significa puchero, y que llegó a Navarra a través del occitano toppin, adaptándose después al sonido tupín (euskera/castellano), que era una cacerola de tres patas que se utilizaba para sostener el cohete al lanzarlo. De tupín cambió a chupín y de chupín al actual chupinazo.

Otra de las sorpresas que puede llevarse el lector al ojear este diccionario es “la rapidez con la que evoluciona el idioma”. Tanto es así que “prácticamente 2.000 de las 2.500 voces que componen el diccionario ya no se usan”. Y es que la gente joven ya no conoce los nombres de los pájaros, plantas o aperos, siendo su lenguaje “más tecnológico”. Eso no quita que se deba conservar el patrimonio inmaterial del valle, siendo consciente de que “las lenguas tienden a morir no porque se extingan, sino porque evolucionan. Y eso es ley de vida y hay que aceptarlo” concluye.