El lenguaje de las campanas tiene un componente de tradición y de antigüedad que en Navarra ha conseguido transmitirse de generación en generación gracias a un pequeño grupo de campaneros, que ahora esperan en silencio el retorno a una normalidad que les permita volver a poner "el alma" en su sonido.La ausencia de este son ancestral se debe a la llegada del coronavirus, que ha suspendido la actividad del toque manual de las campanas en todos los lugares "por cuestiones sanitarias y de respeto" y ha dejado sin su más preciada afición a cuatro campaneros con los que Efe ha podido conversar.

El artajonés José Javier Urdíroz comparte esta pasión "desde crío" y recuerda como cada domingo su madre le ponía a desayunar frente a la torre de la iglesia de San Saturnino para ver bandear -tocar dando la vuelta a las campanas-, algo que, a veces, intentaba presenciar desde lo alto del campanario, pero por ser pequeño lo "despachaban".

No fue hasta unos años más tarde, después de que unos bandeadores le invitasen a subir, cuando Urdíroz experimentó por primera vez lo que se vive al tocar una campana. "Sientes emoción y la sientes por todo el cuerpo, se nota en la mano y te envuelve totalmente", describe.

En el caso del pamplonés Joaquín Corcuera, la vocación de campanero le llegó más tarde, en 2011, cuando se restauraron las campanas de la Catedral de Pamplona y se apuntó a un cursillo sobre toque de campanas impartido por Francesc Llop, momento en el que descubrió que "una vez subes, te engancha".

Fue precisamente en ese concierto de campanas que se dio tras la restauración, cuando Javier Echeverría, con 4 años, se quedó "embelesado" al oír el sonido de la campana "María" y desde entonces es algo que le "apasiona" tanto, que, diez años después, se ha convertido, posiblemente, en el campanero más joven de la Comunidad Foral.

Esta afición se la contagió a su padre, Rubén Echeverría, que admite que al principio acompañaba a su hijo en el campanario "agachado y con vértigo" pero, al verlo "lleno de emoción", al final acabó también cautivado por la magia que envuelve a esta tradición.

Esto fue posible después de ponerse en contacto con la Asociación de Campaneros de Navarra, que les invitaron a tocar y que se constituyó formalmente en 2019 y "tras muchos meses de burocracia", según relata Urdíroz, su presidente.

La idea nació durante un almuerzo y después de contactar "con todos los ayuntamientos de Navarra para encontrar más campaneros", con el objetivo de apoyar "a toda esa gente que está sola" para tocar las campanas y "no tiene grupos grandes"; y reivindicar la esencia cultural del toque manual.

"Hubo respuestas positivas, negativas y no respuestas", admite Urdíroz, que consiguió reunir por primera vez a todos los aficionados de este arte en 2016, con el primer Encuentro de Campaneros, que este año iba a celebrar su quinta edición en Santacara pero ha sido pospuesto por la pandemia.

Aunque desconocen el número exacto, calculan que, al menos en quince pueblos de Navarra se tocan todavía las campanas a mano. Corcuera explica que, en su momento servían de "reloj para todo el pueblo" y, a través de su código sonoro, los vecinos podían saber "qué se toca y por qué".

Desde el agitado ritmo del "Tentenublo" para avisar de las tormentas; al toque de "Agonía", que hacía saber a los habitantes que una persona estaba en sus últimos momentos de vida, o el toque de "Muerto", que llegaba a esclarecer si la persona fallecida era hombre o mujer o incluso su posición económica, a través del sonido.

Cada ritmo expresa algo diferente y suenan distinto según quién las toca y el que las escucha "lo suele notar", y diferencia cuándo están tocadas a mano, o bandeadas, por parejas de edades muy diferentes y de todo tipo de ideologías que comparten un rato "mágico y especial" en lo alto del campanario.

Sin embargo, admite con pena que la mayoría de localidades hayan sustituido el toque manual por un sistema automático. "En muchos pueblos el campanero es una persona mayor que cuando se jubila no hay quién siga su trabajo y se pierde el toque".

Por eso consideran necesaria la ayuda de las instituciones, para mantenerlo y enseñárselo a las futuras generaciones, quizás con una "actividad extraescolar una vez al año", propone Urdíroz, ya que el acceso al campanario ya no es libre, y eso que él vio de pequeño ahora "no se puede transmitir".

La esperanza y el futuro del oficio está ahora en jóvenes como Javier, que asegura que "cumple un sueño" cada vez que toca y le gustaría "continuar todo lo que pueda" con el toque de campanas, y "poco a poco ir introduciendo amigos a que hagan cantera" para conservar este lenguaje tan atípico y especial durante muchos más años.