Antonia y Santiago iban a envejecer juntos. Lo supieron el día en el que ella, con trece años, jugaba a la soga frente a la casa de él, donde fue a dejar la cuerda "para seguir pingoneando". Era el año 1941 y en Alcanadre (La Rioja), el pueblo de ambos, los vecinos celebraban las fiestas con un baile, al que "no podíamos ir porque éramos menores". Cuatro años más tarde, el 6 de diciembre de 1945, Antonia Maestre Cenzano y Santiago Mateo Salas se casaron en secreto cuando todavía era de noche.

Este domingo de 2020 sumarán 75 años casados y, aunque el tiempo podría haberles gastado las palabras y los gestos de cariño, ellos siguen dándose "el beso antes de ir a la cama por la noche". Las bodas de Brillantes, como se denomina al 75º aniversario de matrimonio, es algo tan inusual (sus nietos tuvieron que buscar cómo se llamaba a las celebraciones tras las bodas de oro), que solo podría enmarcarse en 2020, un año que parece encapsulado en un guión de ficción y que "no permitirá la fiesta que teníamos planeada". El matrimonio no hace alarde de los 75 años de amor compartido. Actúa con normalidad, como si el suyo fuera un relato habitual y no la muestra de un amor que perdura frente a la edad y las circunstancias. "75 años, vaya, pues no son nada para lo que hemos vivido...", masculla una alegre y humilde Antonia.

La historia de estos dos riojanos asentados en Caparroso tampoco tiene nada de común, pues su vida no es la habitual en un matrimonio forjado en la posguerra. Ya en la adolescencia, ella con 13 años y él con 16, aprovechaban las noches de fiesta, en las que el padre de Antonia salía a trabajar, para juntarse en la casa de ella. "Nunca ocultamos nada, él era amigo de mi hermano y venía a casa", apunta ella, que incluso con 92 años todavía recuerda los días jóvenes, en los que la pareja se juntaba a la vista de todos conocedores de que "a escondidas no hay nada que salga bien".

Los años de noviazgo terminaron en 1945, su año de la dicha y la dificultad. Aquel fue el año en el que Antonia se quedó embarazada fuera del matrimonio, una noticia que, "en una época en la que todo era diferente", no llegó con felicidad al resto de la familia. "Mi padre, que me quería con locura, me echó de casa y me dijo que yo era un espejo en el que ya no se podía mirar", recuerda Antonia, aunque sabe "que lo único que él buscaba es que nos casáramos, pues en cuanto lo hicimos me volvió a acoger".

El 6 de diciembre de 1945 Antonia y Santiago se casaron "casi a escondidas", de madrugada, cuando todavía no había salido ni el sol y con ella "embarazadísima" de ocho meses. "Por aquel entonces las bodas eran temprano, a las ocho de la mañana y como mucho después se celebraba con un desayuno, pero nosotros nos casamos y yo me fui directo a trabajar", reconoce Santiago.

En el altar tan solo estaban el padre de Antonia y algunos de sus hermanos. Del lado del marido, nadie. "Cuando lo vi ahí solo€ es que nadie en su familia apoyaba que nos casáramos, ellos preferían que no hubiera estado conmigo", lamenta Antonia. 23 días después de la boda nació su primer hijo, una familia que comenzó entonces y que ahora, 75 años más tarde, reúne a 2 hijos, 4 nietos y 5 bisnietos.

Santiago construyó la casa para el matrimonio en una cueva, picó sobre la roca durante meses y sacrificó los días para conseguir un espacio habitable en el pueblo "porque no había para una renta y en la cueva pudimos tener un hogar con luz, aunque sin agua".

Trabajó en el campo hasta los 33 años, donde ganaba 7 pesetas al día, y en 1952 entró a trabajar de eventual en Renfe. El trabajo como ferroviario les llevó por diferentes localidades navarras: Zuasti, Villafranca y Castejón, donde se jubiló hace 35 años.

Antonia y Santiago, junto con sus dos hijos y dos de sus cuatro nietos (también tienen 5 bisnietos)

La pareja mantiene todavía el respeto mutuo, "que ha sido la clave para que sigamos juntos y bien". "No merece la pena discutir para nada, para qué discutir si queremos estar bien y vamos a estar bien", sonríe Santiago.

Hasta hace poco tiempo Santiago mantenía la costumbre de salir a andar con la bici, una carrera en la que, cuando llevaba 12 kilómetros de recorrido, cogía el teléfono y llamaba a Antonia, le cantaba una jota "para que viera que había llegado bien con la bici" y volvía a casa. "Nunca falta el beso cuando salimos de casa y nos despedimos", precisa Antonia. Pequeños gestos que confirman "el respeto y la admiración que sentimos el uno por el otro, pasen los años que pasen, que ya han pasado".

"Nunca falta el beso cuando salimos de casa, la clave es el respeto y la admiración mutua"

Vecina de Caparroso