Cuando un amigo se nos va recordamos los silencios y las ausencias, esa espacio de tiempo en que no compartimos una risa, un dolor o una nueva noticia, impuestos semejante vacío por la distancia. Pero es bueno recordar, para reconfortar al corazón dolorido, los muchos momentos vividos en concordia y que favorecieron la amistad, uno de los mejores dones humanos. Recuerdo a Juan José Pujana y los momentos turbulentos y retadores de la década de los ochenta en que a nuestra generación le tocó hacer país. Muerto el dictador, se entreabrió la puerta de la imperfecta democracia, pero democracia, y los vascos sentimos que podíamos caminar por un sendero, mas bien una trocha, a la que que teníamos que desbrozar y pavimentar.

Se recogió la herencia del gobierno del Lehendakari Agirre y con el dolor que nos causaba la ausencia de Nabarra, nos aprestamos a muchas tareas, entre ellas, la fundación de Eusko Legebiltzarra, por primera vez un Parlamento para congregar a tres pueblos vascos, y tras varios desplazamientos físicos de lugares simbólicos, fue situado en la calle Becerro Bengoa, Gasteiz, en el viejo edificio del Instituto de Enseñanza Secundaria, proyecto del arquitecto Pantaleón Iradier,1851 y 1854. Se hicieron obras para adecuarlo a su nueva función y recuerdo que quien me lo mostró fue Pujana, atento a todo movimiento de la reconstrucción. Me señaló la sala de Plenos que iba a presidir el magnífico emblema de Néstor Basterretxea, y me mostró el despacho de la Biblioteca. Lo vi peque pero es que no me fijé en la sonrisa burlona de Puhjana cuando declaró que de lo alto nos íbamos al sótano del edificio, donde había un enorme espacio, con bibliotecas rodantes, una novedad, junto al cuaretelillo de la Ertaintza, que también inaugurábamos. Se acaba de comprar, me anunció triunfante, el importante fondo bibliográfico vasco de Juan Ramón Urquijo, Era ahora nuestro, del pueblo vasco.

Así empezó todo. Con emoción y esperanza, sin fatiga por el trabajo a realizar. Predominaba el empuje de hacer una Euskadi tal como la soñaron nuestros antepasados, siempre con el dolor de la ausencia nabarra, pero sin desfallecer. Vivíamos la década de los 80, la del golpe de estado, en la en que los vascos nos estábamos claros en muchos temas, pero que acometimos con coraje y buena fe, cada quien en su encomienda, para lograr objetivos. Me tocó levantar una biblioteca parlamentaria, no todos estaban de acuerdo, y tuve en Pujana el mayor de los apoyos. Era una ávido lector, un hombre culto, un enamorado de nuestra bibliografía, un amante del euskera.

En el quehacer de aquellos cinco años que nos llevaron hasta 1985, fue mi valedero ante la Mesa del Parlamento/Euso Legebiltzarra, del ordenamiento de la Biblioteca, Archivos y Centro de Documentación, que todo se hizo, y de la publicación de 6 Catálogos Bibliográfico/Bibliogfrafi erroldea, del Fondo Urquijo en sus áreas de Euskera, Fueros, Historia, Viajes, Arte, El libro... los catálogos llevaban como novedad una Línea de Tiempo Histórica en la que se incrustaban las obras señaladas, Indices en euskera y castellano, ayudada por el colaborador entusiasta, Josu Oregi. Se presentaban especialmente algunos libros catalogados en su edición inicial, sumadas los nuevas ediciones, siguiendo la vertiente de los bibliógrafos Julien Vinsin y Jon Bilba. Prologados fueron por Juan Jose Pujana, en euskera. Fueron años de un trabajo intenso, de reuniones con hombres como Francisco Abrizketa quien en 1983 regresaba de su exilio colombiano con la oferta de donar su magnífica colección de libros vascos en cascada a la Universidad de Deusto, Euskolegebiltzarra, Colegio de los Padres Benedictinos de Lazkao y Museo Vasco de Baiona, donando un ejemplar valioso del Fuero a Nabarra.

Teníamos reuniones concernientes a este proyecto, que se realizó, y mientras tanto tocaba la organización del Departamento, siempre contando con la ayuda de Pujana, su consejo y su llamada a la serenidad. Recuerdo su sonrisa, su paciencia y su disposición al diálogo. Así, mientras dirigía la crispada tarea parlamentaria, brusca tenía tiempo para discurrir en como lograr que la Biblioteca y Archivos de nuestro Eusko Legebiltzarra creciera, conscientes de que estábamos construyendo un país nuevo que necesitaba de sus bases bibliográficas históricas y lingüisticas para innovarse y rearmarse sin perder la poderosa traición que nos hacía singulares, en cierta medida adelantados a la democracia que se ensayaba por ese tiempo también, en Europa. Teníamos mucho que aportar. Eramos viejos y jóvenes a la vez.

Tras aquella alborada democrática, vinieron otros tiempos que no fueron los mejores. Pujana regresó a Elorrio, a la vieja mansión que restauró, a los valiosos libros que componían su espléndida biblioteca, dedicado a la tarea de traducir algunos del griego al euskera, y copiar otros con la vieja fórmula de escritura de pluma y tintero. Le gustaba. Hacia que el tiempo se detuviera en la grandeza de la transcripción y que los agravios y sinrazones políticas disminuyeran su gravedad. Creía que la cultura nos haría libres, según proclamó Sócrates, recogido como derecho en la Declaración de los Derechos Humanos, y en eso discurrió los años que siguieron, apacibles y fecundos, que le fueron llevando a su muerte.

No llevaría flores a la tumba de Pujana, quizá un poco de romero, sino un precioso ejemplar que cabe en la mano, encuadernado preciosamente según él mismo lo precisó, el Mariya Jaungokoaren Amac,recopilación de cánticos religiosos en dialecto bizkaino. Es que eso tenía Pujana, tradición y cultura, como si el príncipe Boinaparte, del que tanto hablábamos, hombre enamorado de nuestro pueblo a mediados del s. XIX y que nos evitó la muerte cultural y que realizo un viaje por oda nuestra geografía, nos estuviera esperando para volverlo a recorrer.