Señor, es tiempo. Largo ha sido el verano (‘Día de otoño’, Rainer María Rilke)

El 29 de septiembre, en la primera luna llena de otoño, falleció en Sangüesa Nicolás Navallas Martiz. Tenía 98 años, 10 meses y la fortuna “de haber vivido con una calidad y una actitud inmejorable” para consuelo de los suyos. Al día siguiente, la iglesia de Santiago se llenó en su despedida como en uno de los días grandes de la ciudad. Tal era el afecto de Sangüesa a su vecino, el último artesano hojalatero que transformó en arte su viejo oficio. Trabajador incansable, colaborador amable y generoso, acogedor y ameno contador de historias, ha dejado profunda huella en su familia y un recuerdo imperecedero con su obra, que forma parte del patrimonio material sangüesino.

Conocí a Nicolás en septiembre de 2007 en su taller en el número 21 de la calle Santiago. Mi primera fotografía y mis primeras líneas sobre él no versaron sobre el artesano, sino sobre una colaboración en el programa de fiestas con motivo del 25 aniversario de la plaza de toros. Enérgico y vital, a sus 83 años, me llevó con paso corto y rápido de un lado al otro de aquel espacio fascinante repleto de herramientas de trabajo y utensilios domésticos rurales usados tiempo atrás, de faroles, cántaros y jarras... Un mundo de latón, cobre, plomo y hojalata hecho con sus manos. Reproducciones de palacios, ermitas, edificios emblemáticos y maquetas de la ciudad; cuadernos de dibujo y notas de la vida cotidiana de los años 40 y una colección de tarjetas de peregrinos del Camino de Santiago y turistas del mundo que le visitaron (su puerta siempre estaba abierta) y cantidad de cartas de agradecimiento de parroquias y vecinos a los que ayudó, desde Gallipienzo hasta Benidorm, en reparaciones de tallas, creaciones para representaciones, procesiones y otros escenarios. Navallas era un manitas comprometido, un hombre muy popular, dinámico y vivo. Fue hojalatero hasta 1950 y después fontanero. En tierra de hortelanos, él cultivó eternas figuras en su refugio creativo y terapéutico, sobre todo tras enviudar temprano de su mujer, Esther Echarte.

Ocho años después, en 2015, le visité de nuevo. En aquella ocasión, me detuve en el conjunto de su obra: un trabajo de décadas que superaba ya el centenar: iglesias, San Salvador y de Santiago, ayuntamiento, ermita de la Nora, Arco de Carajeas... y entre ellas, la maqueta iluminada de Sangüesa del siglo XII que mostraba con orgullo. Un museo único, en suma, objeto de reportajes en los medios de comunicación a los que atendía siempre amable y natural, con afán de explicar el origen de sus piezas, los materiales usados y aprovechados para su elaboración. Lo suyo era reciclar y transformar la chatarra en arte. Y para bordar el asombro, guardaba la sorpresa para el final: sacaba pequeñas piezas del interior de una grande. En aquel instante, se divertía como un niño.

En diciembre de 2020, en plena pandemia y a punto de cumplir los 97, Navallas volvió a ser noticia. Protagonizó una exposición en la casa de cultura con 60 piezas de hojalata resultado de los meses de confinamiento, una muestra etnográfica de objetos de la vida rural hasta mediados del siglo XX. “Todo esto se ha perdido”, lamentaba el que fue testigo de ese tiempo.

Nicolás aparcaba su labor artesana en días señalados como el 11 de septiembre para reunir en el taller a familiares y amigos en el comienzo de las fiestas . Mis compañeros fotógrafos de DIARIO DE NOTICIAS y yo tuvimos la suerte de compartir con él jamón, champán, y vino con el que nos agasajaba. Nuestra manera de trabajar y su carácter congeniaban. “El momentico de Nicolás” era un estímulo para ese día laborioso. A esta cita solo faltó en pandemia y este año. Y ya no volverá.

Se ha ido un vecino singular que deja una extraordinaria herencia, un personaje sangüesino carismático y perspicaz. Largo ha sido su viaje y deja un tesoro colmado de los mejores recuerdos a sus hijos: Javier, Agustín, Ángel y Esther, a sus seis nietos y a su bisnieto Adei con los que ha compartido enseñanzas y vivencias. “¡Si vieras cómo me tira de la boina!”, exclamaba y reía. Nicolás Navallas alcanzó su sueño de “morir joven a una edad muy avanzada” y vivió sintiéndose afortunado, “activo, entretenido, disfrutando de la vida y ayudando en todo lo que pudo hasta el final”. Su familia cuidará su legado “en su Sangüesa del alma” y su sonrisa vivirá para siempre en nuestra memoria, llenando el hueco del hombre grande que hizo humor de su talla pequeña y de su profesión, pasión y arte.

Goian Bego!