Heredero de una reconocida saga vizcaína de escultores. Tercera generación de artistas. Su abuelo Vicente Larrea Aldama trabajó con Rodin en París. El nieto homónimo nace también en Bilbao en 1934, era el quinto hijo de José Larrea Echániz y de la navarra Pilar Gayarre Galbete.

Siempre se mostró orgulloso de su parentesco con dos euskalzales navarros ilustres, Arturo Campión Jaimebon precursor, oráculo y maestro de la literatura vasca producida en Navarra, que aprendió euskera en su juventud y de este modo se convirtió en un modelo a seguir para los euskaldunberris y Paz de Ziganda Ferrer que perteneció a la asociación "Euskararen adiskideak" y fue benefactora de la Ikastola que lleva su nombre.

Saltaba a la vista su poderosa sensibilidad y esmerada formación artística. La cultivó en el taller paterno, y en la Escuela de Artes y Oficios de Atxuri, o en el Museo de Reproducciones de Bilbao. Posteriormente, en París consolida su aprendizaje con el francés Raimond Dubois, en la localidad gala de Solesnes, asentando su evolución creativa. Completó después su formación con la carrera de Ingeniería técnica de Minas y Siderurgia en 1957.

Al principio, sus obras escultóricas se centran en la temática religiosa y en el estudio de la figura humana. La madera y metales son sus materiales, con propuestas de carácter público, pasando a trabajar con formas orgánicas, de una mayor abstracción y poética genuina. La superposición de estructuras y líneas de gran potencia, que crean claroscuros, generando volúmenes y espacios interrelacionados y complementarios.

Integrado en el grupo de artistas vascos de vanguardia EMEN (vizcaínos) expone junto a los componentes del grupo GAUR (guipuzcoanos) en el Museo de Bellas Artes de Bilbao en 1966.

En 1968 expone por primera vez en solitario en la galería Gris de Bilbao. Su lenguaje artístico transita ya los territorios del expresionismo abstracto y de la experimentación. De carácter introspectivo, generador, acumulativo, termina poseyendo en su obra un cierto dramatismo barroco de gran monumentalidad.

A comienzos de los 70 acude junto con Merino, Basterretxea y Mendiburu a una exposición conjunta en Méjico. En esos años vive una breve experiencia docente, como profesor de escultura en la Escuela de Bellas Artes de Bilbao. Experiencia que dura solamente un curso 1970-71. Su desacuerdo con el sistema vigente, de escasa valoración de la creatividad personal del alumnado, le aleja para siempre de esa actividad. Manifiesta una particular sensibilidad crítica, muy personal, que marcó una línea coherente en toda su obra.

Participó en los Encuentros Internacionales de Arte de Pamplona en 1972 con una pieza monumental de hierro fundido que, desde entonces, dignifica la zona próxima al horno de la Ciudadela. La obra, titulada Maia, es considerada la primera escultura abstracta instalada en Pamplona.

A partir de 1977 prefirió las exposiciones colectivas a las individuales, trabajando incansablemente en sus piezas llenas de expresividad y de recorridos laberínticos. Investiga en lo misterioso, lo oscuro, lo liberador y lo trascendente. El metal, ya fuera bronce, hierro, acero corten, o inoxidable se convertirían ya el soporte habitual de sus propuestas.

Evolucionó con la lentitud y la solidez de los bosques vascos. En sus originales trabajos posteriores están presentes las cavidades misteriosas, las cuevas, los encarcelamientos, la claustrofobia, los estratos profundos, de los que brota en ocasiones la sensualidad. Expresiones muy intensas de exuberante resultado. Todos recordamos la monumental obra que preside el acceso al auditorio Euskalduna de Bilbao (1998).

Persona siempre géneros con la cultura de su pueblo, en el año 2012 dona al Museo Bellas Artes siete piezas importantes, con las que se completa la colección de arte vasco de posguerra. En 2016 las Ikastolas de Navarra le dedicaron un merecido homenaje en el marco de la exposición Artea Oinez; reconocimiento que siempre recordaba agradecido por ser la primera vez en que le cantasen una jota navarra y le bailasen un aurresku.

Su obra es lo suficientemente extensa y significativa como para poder tomar el pulso a la sociedad que le ha tocado compartir; y comprobar el vigor de los lenguajes contemporáneos, capaces de impactar al espectador más adormecido.

Afortunadamente, el reconocimiento y los encargos no le han faltado. Acompañado siempre por su esposa Lourdes, verdadero pilar y soporte de su vida, una mujer elegante y sensible, que se ha volcado en su cuidado. Siempre dispuesta a hacer grato todo lo que les rodeaba a ellos y a sus amigos y amigas, su casa-taller, el encantador jardín cuidado con mimo, poniendo en primer plano a Vicente, que deja vacío un espacio en el mundo artístico de nuestra tierra.

Valorar su altura creativa y su trabajo incansable, además de agradecer sinceramente su generosa colaboración, que tantas veces ha prodigado a las Ikastolas de Navarra, en todo tipo de actos que tuvieran que ver con la defensa de nuestro legado cultural cuyo máximo exponente es el euskera, es una gratísima obligación. AGUR VICENTE, ARTISTA Y AMIGO.

*El autor es Director de la Federación Navarra de Ikastolas