Obituario: José Antonio Pedroarena, capellán de la Policía Foral de Navarra
Nos deja a los 73 años, rezumando vitalidad hasta que le llegó la enfermedad, con un legado de amor único que nos da aire personal y profesional
Descansa en el cielo desde el sábado día 5 José Antonio Xavier Pedroarena Granada (Burguete, 1951), monje de Leyre y capellán de la Policía Foral. Un hombre fundamentalmente bueno, entregado a Dios, que todos los días rezaba por nuestras almas. A quienes tuvimos el privilegio de conocerlo nos deja vacíos y apesadumbrados, con un recuerdo imborrable que calará con el paso del tiempo.
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Su relación con el Cuerpo comenzó en 1983 (32 años tenía), como explica en el prólogo del libro “90 años: Policía Foral de Navarra (1928-2018)”, “un policía foral que cantaba en el orfeón pamplonés, y al que conocía por las clases de gregoriano que les impartía, me acercó a su puesto en el Palacio de Navarra, donde conocí los entresijos policiales y entablé amistad con el entonces jefe, Sinforoso Barricart, que me propuso la capellanía para celebrar el día del patrón. El primero se celebró en Leyre, con un almuerzo de hermandad en la hospedería, donde fraguó mi labor simbólica de «páter» por aclamación popular en el fragor de los postres”. Añade que “los que llevamos en la sangre la marca de navarridad la relacionamos directamente con nuestro viejo Reyno. Recuerdo en mi infancia el puesto de Camineros de mi Burguete natal, donde pude familiarizarme con las txapelas rojas que identificaron tantos años a la Policía Foral”.
Recordaba con cariño su anecdótico primer contacto con la Policía de Carreteras en 1964, siendo un crío de trece años. “En un Land Rover que la Diputación cedió al Monasterio emprendimos excursión a Loyola quince niños y tres monjes. En la muga con Guipúzcoa un flamante coche gris de forales nos da el alto. Cuando uno de los policías observó la capucha del hábito del chófer, y desconociendo nuestra procedencia, le comentó a su compañero de patrulla: «Frailes… entonces se jodió» (y perdóneseme la expresión). ¡Vaya punto de partida! Sin saber todavía que agazapados viajaban cinco niños más de lo permitido… Cuando descubrieron la infracción comenzaron a extender en la libretica la correspondiente denuncia, hasta que uno de ellos se sorprendió al leer en la puerta lateral del vehículo: «DIPUTACIÓN FORAL DE NAVARRA». Al comentarlo en voz alta dejó en ese momento de escribir y nos instó: «Continúen pues ¡no vamos a multar a nuestros propios vehículos!».
En este recorrido de 41 años celebró las misas anuales del día del patrón, el Santo Ángel de la Guarda, decenas de bodas forales, bautizos y comuniones de hijos -cuyas fechas y nombres recordaba con memoria elefantiásica- y no pocos funerales, los más recordados por los fallecimientos en acto de servicio de los compañeros Udi, González, Villava, Alzate y Salaberri. Y fue parte de la familia de muchos policías, a los que acompañaba en las duras y maduras. “Esos momentos de intimidad me han permitido conocer aspectos de la vida profesional de los forales: sus logros y dificultades, sus ilusiones y añoranzas; también sus reivindicaciones ante gobierno para conseguir legítimas y necesarias mejoras laborales en pro de un mejor servicio a la ciudadanía”, recuerda en el libro. Visitarle prestando servicio en la zona, en la paz de esa abadía donde el reloj no corre, era un chute vital para los patrulleros: nos atrapaba con su ánimo, su bonanza, su sonrisa, su voz, ese café de puchero y sobre todo sintiéndonos queridos con su abrazo monacal sincero.
Nos deja a los 73 años, rezumando vitalidad hasta que le llegó la enfermedad, con un legado de amor único que nos da aire personal y profesional. Aunque amigos de la austeridad los benedictinos, el funeral no pudo ser sino homenaje grandioso, cientos de personas agolpadas queriendo devolverle un poquico de lo mucho que él nos daba. Sonó al órgano el Himno de Navarra, cantado con nudo en garganta por “Voces Forales-Foru Ahotsak”, vistiendo rojo de gala y con mirada al cielo, donde te reconocíamos firme y sereno. Y te dejamos bajo tierra in perpetuum. Lloraba San Virila, llovía en Arangoiti…
Para siempre en nuestro corazón, Josean, betirako gure bihotzean.
Jefe Comunicación Policía Foral*