eL Tribunal Constitucional (TC) tardó cuatro años en fallar sobre el Estatut y otros doce días, hasta la víspera de la multitudinaria manifestación de ayer, en publicar enteramente su argumentario. Y esa arquitectura que pacientemente han tejido los magistrados del Constitucional -los que están ejerciendo en plazo y aquéllos cuyo mandato ya expiró- viene a desbaratar esa lectura simplista de que el TC apenas había retocado el 6% del texto aprobado por tres instancias: el Parlamento catalán, el Congreso y la ciudadanía de Cataluña. Porque esa excusa -pergeñada por Moncloa para dar apariencia de cumplimiento a aquella promesa de Zapatero, tan solemne como a la postre vana, de que como presidente asumiría el texto que se acordara en Cataluña- queda absolutamente al desnudo cuando se lee en la sentencia que "la Constitución no conoce otra nación que la española", que "el deber de conocer el catalán no puede equivaler al de conocer el castellano" o que resulta "un exceso evidente" establecer un poder judicial catalán. Del tal forma que, como ayer se denunció en Barcelona, las más de 800 páginas del dictamen contradicen a quienes hacen un par de semanas restaban trascendencia al cepillado del Constitucional aferrándose al argumento cuantitativo de que la resolución del Alto Tribunal sólo modifica 14 de los 223 artículos del Estatut, en efecto, escasamente un 6%. Ahora bien, conviene subrayar que ese porcentaje, aun exiguo, es el alma del texto, ésa y no otra es la lectura política obligada. Como bien saben el propio Zapatero, que en el mejor de los casos pecó de inocencia cuando prometió respeto a la voluntad del pueblo catalán; el president Montilla, embarcado en una defensa del proyecto político ahora fracturado que tiene mucho del mismo electoralismo que él dice repudiar; o el mismísimo Rajoy, que ahora ha bajado el volumen consciente de que su partido ha aprobado en otros estatutos los mismos artículos que impugnó para Cataluña y que su camino hacia la presidencia puede estar en manos de CiU, si no lo está ya. A estas alturas, lo cuantitativo importa relativamente. El contenido cercenado del Estatut tiene su propio recorrido, pero lo cualitativo, la ola política que puede generar para unos y otros, está por llegar, más allá de que la sociedad catalana ya expresara ayer en su capital el enojo ante la peculiar concepción de los poderes del Estado de su tan cacareada realidad plurinacional.