Que si la abuela fuma...
EL verano ha tocado a su fin y, como cada año, nuestras caras rebosan de alegría al ver cómo los pistilos de nuestras plantas de María se tornan marrones, indicándonos con ello que el momento de la cosecha se aproxima. En cambio, nuestros corazones se llenan de inquietud, pues el mercantilismo generado alrededor de este vegetal, hace cada vez más frecuente (podríamos decir: habitual, pues hay quienes lo tienen como un hábito) el robo de plantas de Cannabis para su venta en el mercado negro, perpetrado por desaprensivos que solo ven dinero verde y a los que para nada importa la salud del consumidor final. Los y las integrantes de las diferentes asociaciones y partidos pro cannábicos y clubes de usuarios y usuarias repartidos por todo el Estado, al igual que muchísimos ciudadanos y ciudadanas de toda índole, abogamos por un consumo libre, responsable y digno. Esto supone, en primera instancia, alejarse del mencionado mercado negro y de los peligros inherentes a este. Lo cual nos lleva en muchos casos al autocultivo en privado y en otros al cultivo colectivo, es decir, a la autoproducción, para obtener un producto de calidad (sin pesticidas, hongos, podredumbre...), amén de económico, pues el precio de la hierba en la calle es, muchas veces, desproporcionadamente abusivo.
Como cada temporada, al llegar la primavera, más huertos y jardines, balcones y terrazas, ven brotar nuestras esperanzas de ver la despensa provista de aromáticos cogollos con los que abastecernos a lo largo del año. Las leyes tratan de acabar con el mercado negro y nosotras y nosotros tratamos de salir de él. En principio establecen que el cultivo para autoconsumo (dicho cultivo puede pertenecer a una o varias personas, mayores de edad, ya habituadas o necesitadas de tratamiento terapéutico y sin ánimo de lucro) no es un delito, así como tampoco lo es el consumo en ámbito privado.
Sin embargo, nuestras esperanzas se ven truncadas, en no pocas ocasiones, por un sistema fallido altamente represivo, diseñado desde la autoridad en contra la marihuana y las personas usuarias, en pro dicen, de la salud y la seguridad ciudadana. Las formas de actuación no son las más correctas y el cultivador ve ultrajados sus derechos a la intimidad y al libre desarrollo de la personalidad, mientras observa impotente cómo destrozan su jardín y revuelven todas sus pertenencias en busca de ¿más?
A sabiendas de todo lo que ello conlleva (detención, enjuiciamiento y sus consecuencias, tanto a nivel personal como social) la misma persona que trata de no alimentar a un voraz mercado ilegal, se siente víctima de un aparato legislativo que no funciona como debería, pues nos reiteramos, ya que supuestamente persigue el mismo fin que el autocultivador: acabar con la economía sumergida que genera el mercado ilícito y los peligros inherentes a éste, aunque la realidad demuestra todo lo contrario. El endurecimiento del Código Penal y el constante acoso y derribo al que se somete a las personas cultivadoras y consumidoras, estén asociadas o no, son datos suficientes para darse cuenta del escaso interés por parte de quienes legislan, por la salud de quienes consumimos cannabis. Es bastante común, que tras el hallazgo de plantas de cannabis por parte de la autoridad, se extienda la noticia por los medios de comunicación gritando a bombo y platillo unas cifras exageradas (imprecisas, pero muy jugosas para el morbo público), que generan cierta alarma social y, sobre todo en localidades pequeñas, un rumor que crece boca a boca, pudiendo llegar a ser una tremenda carga para el cultivador implicado. Todo esto por elegir la opción de fumar unos porros, opción ésta tan valida como la de quien decide tomar un café tras cada comida o la de quien le gusta asistir a catas de vino y disfruta con un rosado suave, afrutado, con notas florales y fresco retro nasal. Echémosle un poco de cordura al asunto. ¿Acaso desmerece nuestra atención el gran gasto producido por esta persecución tan absurda? Realmente ¿no es posible la revisión y renovación de unas leyes claramente obsoletas?
Dejemos claro que no somos mafiosos, ni terroristas, ni demonios, somos vecinos, vecinas, hijos, cuñadas, panaderos, la abuela del cartero y la quiosquera de tu barrio... Nuestras vidas son como las de cualquiera.
José Ángel Bonafuente Train y Noemí Solanas Soler
Asociación de Estudios del Cannabis Ribera Activa