A mi padre le gusta Bruce Springsteen, su música digo, pero no llega a ser un fanático. Y creo que no llega a serlo únicamente porque el no saber inglés le impide entender las letras, lo que hace imposible que conecte del todo con las canciones, por mucho que la música le transmita. Si pudiera entenderle no me cabe la menor duda de que sería un incondicional. De esto, que parece muy lógico, yo no era consciente. Hasta ayer.
Andaba yo inmerso en mi habitual empanada en el trayecto de casa al trabajo, cuando The river sonó en la radio del coche. Sin prestar demasiada atención, comprendí la historia de la canción y experimenté esa contradictoria sensación que se da cuando uno siente que le ha llegado lo que el artista quería transmitir, pero lo que experimenta es un desgarrador sentimiento de nostalgia. Entonces, me percaté de que mi padre nunca podrá vivir algo ni siquiera parecido con las canciones de un tío, que al contrario que a mí, a él le gusta mucho escuchar.
La pena, que ya era doble, se mezcló con una sensación que no acertaba a identificar. Era algo como yo esto ya lo he sentido antes, pero ¿cuándo? Al semáforo le quedaban aún 70 segundos de color carmín y la radio escupía entonces algo de Kiss que molestaba a mis oídos. "Voy a poner un CD" pensé. Y ahí estaba mi respuesta, en forma de discos que cierto Olentzero joven le había traído a mi padre. Discos de Mikel Laboa, Hertzainak, Muguruza? La mayoría de ellos le habían gustado, algunos más que otros claro, pero al ser cantados en euskara no entendía lo que decían y le pasaba como con el Boss, la conexión nunca llegó a ser total.
Imagino que a muchos esta pequeña anécdota les parecerá intrascendente. A mí me sirvió para darme cuenta de lo afortunado que era por poder disfrutar de tres idiomas como son, este en el que escribo, el inglés y el euskara. Y todo se lo debo a que el modelo educativo que eligieron mis padres, el modelo D, me plantó trilingüe a los 18 años, con toda la vida por delante.
Escribo esta anécdota, en primer lugar como respuesta personal a la injustísima campaña de desprestigio que sufre hoy en día el citado modelo, vilipendiado sin base sólida ni argumento de peso por ese sector de la política y la prensa foral y nacional que siempre se muestra a favor de ensuciar y entorpecer todo aquello que huela a vasco. Además, estas líneas son una pequeña muestra de agradecimiento para mis padres, y para todos aquellos padres que, como los míos, se decantaron por el modelo D para la educación de sus hijos, a sabiendas de que nunca fue una decisión fácil ni popular.
Por último, me gustaría animar a los padres que en un futuro cercano se enfrenten a la difícil decisión de elegir el camino educativo de sus hijos a apostar por un modelo que, al menos a mi generación, le ha abierto muchas puertas y le ha proporcionado una infinidad de posibilidades.
Imanol Ollo Zapata