ejerciendo de Melchor, descubro más lonjas vacías donde ayer hubo comercios. Salvo que lo impida el huracán, son días de ver escaparates y descubrir algo sorprendente que, por unos cuantos euros, haga feliz al cuñado o a la sobrina invisible, al menos el tiempo de abrir el paquete y suspirar. Mientras me envuelve el regalito, le comento al dependiente del bigote (jefe de sí mismo, a su vez): “Qué lástima, han cerrado otros dos comercios en este tramo de calle”. Sin acabar de exponer mi elemental diagnóstico comercial, él lo completa: “Y en febrero, seremos tres”. Lo tiene decidido, no puede mantenerse, cierra. Me sigue hablando: “Los clientes jóvenes se están pasando a internet, y mucha gente pasa la tarde en esos cajones comerciales de la periferia”. “Pues así, nos cargamos la ciudad”, añado. “¿Y qué vamos a hacer, amigo?”, contesta resignado. Su actitud me duele. Aprovechando la Navidad, le completo el sermón de la montaña:
Bienaventurados quienes no compran por internet ni en la periferia, por el daño que evitan a la ciudad.
Bienaventurados quienes no compran por internet ni en la periferia, porque con ello sirven al mantenimiento de más puestos de trabajo.
Bienaventurados quienes no compran por internet ni en la periferia, porque anteponen los valores sociales al posible ahorro de algún euro que gastan en aceite y gasolina.
Bienav?
El dependiente del bigote (jefe de sí mismo, a su vez), sonríe y me interrumpe: “Aquí le meto su tique regalo”. “¡Ni se le ocurra!”, le respondo totalmente alterado. “¿Es que no sabe que esa es la mejor manera de transformar un regalo en una transacción? Para eso, ¿no será mejor que le meta a mi cuñado los veinte euros en un sobre?”.
Vivimos tiempos erráticos, y en lo comercial también. Tiempos de huracanes y movidas imposibles. Y lo más elemental se olvida, ni siquiera eso, ni olemos lo que se avecina. De seguir así, la ciudad, como crisol de actividad urbana, tendrá los días contados. Son tiempos mediocres repletos de pantallas, tiempos sin ideología reconocible. ¿Qué se puede hacer? Solo cabe la actitud personal, la de quien compra solamente en la ciudad, la de quien evita acercarse a esos cajones impersonales de la periferia. Solo sirve la postura de quien, sin denostar a internet, (herramienta útil, cómo no), lo usa para informarse y saber más, pero jamás para comprar lo que puede hallarse en una tienda, en la zapatería o en la librería, en la joyería o en la juguetería. Tiempos de equívocos, como el que llevó a equiparar la actuación actoral con una representación veraz. Para eso sí, para descabalgar al comediante encarnado en rey negro, llegamos a ser trending topic y fuimos capaces de montar hasta una coordinadora. Pero para dejar languidecer la ciudad, con decir que es el signo de los tiempos, resuelto.
En fin, lo dicho, que con el uso del teclado, al comprar por internet, el comercio va cerrando y así vamos matando la ciudad. Y para consuelo del escéptico, en la más concurrida representación teatral, no le queda ni el genuino Baltasar.
El autor es arquitecto