El pasado 6 de febrero tuvimos el honor de recibir en el centro Pompidou de Málaga, de mano de Sus Majestades los Reyes, la Medalla de Oro a las Bellas Artes, que nos fue concedida por el Consejo de Ministros a petición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte con fecha de 23 de diciembre de 2016.

La entrega de este galardón reconoce la trayectoria artística de esta institución centenaria y el esfuerzo y dedicación altruista de tantas personas que han pasado por ella a lo largo de sus años de historia, dejando de lado sus querencias personales a cambio de servir al conjunto coral. Reconoce también nuestra labor como embajadores, ese llevar al mundo algo más que conciertos.

El otro día, en el cariñoso homenaje que nos rindió nuestra ciudad, el alcalde habló del Orfeón como parte del patrimonio cultural de Pamplona, de un Orfeón que canta en su tierra y que, con el mismo orgullo, pisa los grandes escenarios del mundo.

No todo ha sido fácil. El Orfeón ha sufrido épocas convulsas, en unos casos ajenas a la propia sociedad coral, la Guerra Civil por ejemplo, con orfeonistas en uno u otro bando. En otras ocasiones las crisis fueron internas y llegaron a hacer temblar un proyecto nacido en 1865. Sin embargo, han pasado los años, con y sin conflictos, y el Orfeón sigue en pie, corroborando aquello de que las personas pasamos por las instituciones, pero éstas permanecen inalterables. Casi eternas.

Cuando tengo oportunidad de hablar con antiguos orfeonistas, siempre he sentido el gran amor que sienten por la casa, por su casa. Y no sólo porque a lo largo de tanto ensayo, concierto y viaje encontraron quizás al compañero o compañera de viaje para toda la vida. También por el entretenimiento que encontraron, por las risas, por esos ratos en el ambigú del que tanto nos han hablado.

El Orfeón suponía para muchos orfeonistas mucho más que música. Eran vivencias personales, salir de su ciudad, era viajar. Muy especialmente en épocas en las que viajar no era habitual, o quizás nunca lo habrían hecho si no fuera por los viajes con el coro. Qué decir de las primeras mujeres orfeonistas, para quienes se abrían horizontes insólitos a principios del siglo XX.

Y es que algo tiene el Orfe, un atractivo que por sí mismo es capaz de embelesar a quien pasa a formar parte de sus filas. Aquí no se habla ni de política ni de fútbol, quizás sea el secreto, sólo se habla de lo que nos une, la música. Bueno, también algo de gastronomía, sobre todo en la cuerda de bajos.

Los rectores tenemos la obligación de mantener viva esa memoria y el respeto de quien pasó por la institución, desde los socios cantantes a sus directores, pasando por las juntas directivas y su plantilla profesional.

Estas líneas desean ser un homenaje a todos los que han hecho posible este reconocimiento de oro del Ministerio. A quienes han formado parte del Orfeón y para quienes el Orfeón ha formado parte de sus vidas. No me quiero olvidar de todas aquellas personas que nos han escuchado a lo largo de los años. Sin cantantes, no hay coro, pero sin público tampoco.

El autor es presidente del Orfeón Pamplonés