irva el primer gin tonic en compañía en este periodo de desescalada progresiva para comprobar la relatividad del tiempo. Bastaron un par de tragos largos para apurar el brebaje hasta donde los hielos impiden seguir sorbiendo, con ese punto gélido en la sien a modo de efecto purgante de las incertidumbres y ansiedades acumuladas en el confinamiento. Nada que ver ese momento fulgurante con las chanzas posteriores con los amigos reencontrados cara a cara, que hubiéramos querido prolongar hasta julio mientras los decibelios subían a la par que el morapio. Esos éxtasis por las reuniones que tanto ansiábamos, incluidas las citas de los abuelos hasta ahora aislados con los nietos tan añorados, no pueden sin embargo borrar de cuajo la mejor enseñanza del enclaustramiento, a saber: que la vida se disfruta más cuando nuestra existencia se demora. Porque las prisas son malas consejeras pero sobre todo nos escatiman los pequeños placeres, esos detalles deliciosos en su pequeñez en los que no reparábamos hasta que el estado de alarma nos encerró y descubrimos un nuevo mundo de intereses y capacidades, activando una creatividad aletargada por demasiadas obligaciones que creíamos inaplazables. Haríamos mejor que bien en compaginar la vuelta a la cotidianeidad con esa cierta ralentización vital, que desde luego resulta de todo punto incompatible con adentrarnos en la normalidad renovada desfasando. A la carrera en el regreso a nuestras rutinas, también laborales, así como en bares y terrazas, playas y piscinas. Primero desde una perspectiva individual, en el sentido de que retomando el ritmo vertiginoso de antes del covid nos haremos el flaco favor de recargar los niveles de estrés. Y segundo por una cuestión de responsabilidad social, pues tenemos la obligación cívica de que el ingente sacrificio colectivo no caiga en saco roto. Más en concreto el del personal sanitario, cuyo esfuerzo merece un verano sin rebrotes provocados por la pura estupidez, a la espera del advenimiento de la vacuna. Mientras llega, tranquilidad y sentido común. Si no es mucho pedir.