Paseando por los territorios de la Maremma Toscana descubrió algo que podía ser útil en los hispánicos territorios, imitando la genialidad de nuestros itálicos prójimos. Tiempos de crisis obligan a reinvenciones porque no se puede habitar en esquemas pasados que ya se han hundido, sea a causa de virus o de crisis económicas. ¡Adelante la mirada! Paró en una aldea diminuta, Cura Nova, donde un hombre con una gran barba, maduro y joven de espíritu, lleno de entusiasmo, le recibió para explicarle las ideas que hacían crecer sus negocios: Enrico Corsi, el corsario del vino, es un filósofo y un poeta de la vida al que había encontrado en una exposición de Verena de Nève, una pintora suiza que exhibía sus últimos 31 años de producción, cuando iba a cumplir 91 ella misma. Él estaba ahí como mecenas, pues cedía sus amplias y excelentes salas de un edificio situado frente a la catedral, donde pensaba hacer un museo del vino y exhibir sus propios productos. Trabajador infatigable, Corsi también tenía ideas sobre cómo mejorar las carreteras, según veía que necesitaban ampliarse, ocupando con tuberías cubiertas el badén, sin tener que expropiar a los adyacentes... En el almacén mostró algunos experimentos que estaba haciendo con botellas, pero eran secretos todavía, algunos sencillos y fascinantes... Uno de los mejores vinos de su premiada producción iba con leyendas latinas y al revés, en una caja de madera y cristal, pues así puede mantenerse durante muchos años en los restaurantes sin que entre el oxígeno para arruinarlos... Detrás, en braille, una leyenda que leer puede quien ver no pueda... Pero mostraba especial orgullo y cariño ante un vino dulce y muy sabroso cuya etiqueta decía: "Mi abuela decía que es un pecado desperdiciar cosas. Mi abuelo sufre que se tire la uva. En la civilización de los campesinos se decía de lo que se tira: nada... (...) De estos simples conceptos nace la idea de recuperar la uva dispersa... que de otro modo se perdería. La colaboración con la universidad de Pisa y el uso de métodos antiguos han permitido exaltar las características de esta uva y producir este vino preciado... Una vez más tenían razón nuestros viejos". A ese vino le pondría el nombre del predicador franciscano: San Bernardino de Siena. La pobreza alienta ideas de supervivencia y así puede crearse riqueza. Ante la idea de que es un pecado tirar la comida, pues muchos padecen hambre y no es justo el derroche, se recuperó lo que habría quedado tirado en la tierra... Productos ecológicos, naturales y que no dañen la ya muy herida naturaleza que el buen Dios nos cediera, ideas que aprovechan la materia hasta sus últimas consecuencias y evitan el derroche, tal parece el camino de la prosperidad en el futuro, inventando caminos. Y siguió el paseo reinventándose.