la especie humana el arte le viene de lejos y le es universal. Lo que no implica necesariamente que las manifestaciones del mismo deban ser cortadas en todos los lugares por un mismo patrón. El arte constituye fundamentalmente en su localización la expresión de la cultura del ser espiritual que es el humano. Y por ello mismo se hace imprescindible ir progresivamente desligándolo de algo tan efímeramente alienante como es ese ámbito en boga para el utilitarismo mercantil de la industria cultural, que en todo caso se sirve del mismo para sus fines.

Raymond Bayer, destacado representante del realismo estético, al comienzo de su Historia de la estética, referida a la anterior a Platón, comenta cómo ya en Hesíodo se dejaba intuir la traumática relación entre los conceptos de lo bello, por un lado, y del bien, por el otro. "Hesíodo -nos dirá este autor- adivinó igualmente una de las diferencias más radicales entre la belleza y el bien: lo útil y lo mediato. Toda idea de utilidad presupone un medio (un objeto) y un fin, es decir, dos elementos. La belleza no presupone esos dos elementos: es un acto único, total y global. Es la primera antinomia entre lo bello y lo bueno". El arte, por tanto, no tiene porqué ser ni bueno, ni útil, ni perfecto, y, en ocasiones, ni siquiera contar con una obra como tal. Esta, en todo caso, parece ser la primordial lección recién aprendida por el contemporáneo en su pretendida vuelta al origen cuya tardía puesta en valor y escena ha venido dada en la reflexión, entre otros, traída de la mano de Nuccio Ordine (La utilidad de lo inútil: 2013), de Jean-Yves Joaunnais (Artistas sin obra: 2014) y de Michael Sandel (Contra la perfección: 2015); yendo, este último, un poco más allá del ámbito de la especialidad artesana para adentrarse en la ingeniería genética del horizonte poshumanista (la nueva obra de este mortal dios menor del que tratamos). En definitiva, bien cupiera traer a colación como previo la sentencia, anterior a 1919, del filósofo ruso Lev Shestov: "Es necesario saber que no tenemos la menor noción acerca de qué es la perfección".

Al artista profesionalizado en su quehacer, sin embargo, no le queda más remedio, al menos si ha de vivir de ello, que encontrar esa tan anhelada oportunidad dentro del nicho de negocio. De lejos, condicionados por la necesidad de poder vivir de algo, además de aquello que realiza, el artista actual va progresivamente alejándose del concepto tradicional de Arte en su estado más o menos trascendente, llegando a confundir lo global con lo universal. Esa perentoria necesidad de estar presente en todo lugar a través del objeto de su creación mediante el uso y abuso de los medios comunicacionales, en beneficio último de quienes los gestionan, constituye una nueva modalidad de la sempiterna explotación. Si bien debemos reconocer de partida la dificultad añadida del hecho de poder definir qué es, ha sido y habrá de ser el arte, como paso previo a su crítica, a todas luces tendente a ser empresa inabordable desde esta discreta tribuna. Aunque para comenzar convendremos en la utilidad de la distinción entre dos conceptos interrelacionados, pero ciertamente no equivalentes, cuales son los de arte y estética. Sin ir más lejos, en Tilghman, por ejemplo: "El carácter estético, como se supone comúnmente, puede encontrarse virtualmente en cualquier lugar de la naturaleza, si bien, con frecuencia, en esos aconteceres naturales está atenuado, sino adulterado. Una obra de arte, por otro lado, es un artefacto en el que el carácter estético está deliberadamente concentrado y aumentado".

En cuanto a la autoexplotación del especialista del arte, aún desde la premisa erudita en que se ha convertido mayormente la acción artística en los sujetos con posibles para poder vivir del mismo, Martha Rosler llega a preguntarse si hay alguna opción para un artista hoy en día que no sea la de servir a los ricos. Siendo la respuesta afirmativa, aunque de manera indirecta y desde la negación del principio de autonomía; es decir, formando parte de ese instrumento de la dominación en que se ha convertido prácticamente toda la industria de la cultura y del entretenimiento, así como ejerciendo para la infinidad de los servicios derivados de la misma. En definitiva, nos dirá dicha autora: "Los artistas van detrás del flujo del capital del mismo modo que cualquier otro trabajador". Lo que hace de su mundo un lugar más de la precarización tanto social como laboral sufrida en propias carnes.

Si Platón, en su día, optó por expulsar de su República a los artistas, Aristóteles ni tan siquiera los tomó en consideración. Esta es la diferencia y la lección a aprender. Bayer en este sentido expone que para el último "hay [...] toda una doctrina sobre las artes que viene a ser una mera técnica, no una metafísica. Esta doctrina es muy incompleta. Se olvida voluntariamente de las artes plásticas, ya que no le interesan". Dado que la naturaleza es la verdadera aristotélica artista creadora de realidad, como mucho propone una aproximación técnica a través del arte al concepto metafísico de la belleza. Por ello Bayer habrá de matizar: "Aristóteles la sobrentiende ante todo por asimilación a las matemáticas, que no se someten a principios sensibles ni se sirven jamás de mitos como el de la caverna". Y respecto de la poesía Bayer es de la opinión de que en Aristóteles "nada tiene de la realidad de la historia; es el ámbito de lo verosímil, que sigue como criterio el de la opinión y se conforma con ella".

Se da una diferencia esencial entre el artista, creador de artefactos, aún mediados por la práctica situacional, y el esteta. Boris Groys, iniciando la compilación de ensayos en que consiste su Volverse público -las transformaciones del arte en el ágora contemporánea- habrá de abordarlo: "La actitud estética es la actitud del espectador. En tanto tradición filosófica y disciplina universitaria, la estética se vincula al arte y lo concibe desde la perspectiva del espectador, del consumidor de arte, que le exige al arte la experiencia estética. Al menos desde Kant, sabemos que la experiencia estética puede ser una experiencia de lo bello o de lo sublime. Puede ser una experiencia del placer sensual. Pero también puede ser una experiencia anti-estética del displacer, de la frustración provocada por la obra de arte que carece de todas las cualidades que la estética afirmativa espera que tenga". Y si de los sentidos se trata, para finalizar, habré de compartir con Markus Gabriel de esta mismísima condición sensitiva aun también para con el pensamiento del que cierto malentendido poshumanista máthema bien pudiera tener la tentación de prescindir, supeditando la cultura a esa amalgama algorítmica fabril-consumista del capitalismo que ha encontrado su clímax último en la sociedad informático-comunicacional. En la pretensión de conversión, en definitiva, del artista en la figura de una especie de obediente e inconsciente artesano ciego.

El autor es escritor