ue recorriste sola los seis metros del pasillo de tu casa sin la ayuda de tu madre; que montaste en bici y te sostuviste desafiando la teoría de la gravedad; que te perdiste a propósito una tarde sanferminera y cuando tu madre te encontró le dijiste, "me he perdido porque he querido"; que tuviste la primera regla y pensaste, sin saber bien por qué, que el tiempo se volvería histérico cada veintiocho lunas, que viste el primer muerto y sentiste un miedo extraño a que de repente se despertara, porque dicen que los muertos nunca mueren; que una manos te tocaron sin permiso; que el alcohol entró en tus venas como un cuchillo voraz y te pareció que la vida iba a ser así siempre; que te echaste el primer polvo, entre el miedo, la inseguridad y la inocencia; que tuviste el primer gran amor y te sentiste feliz pero en el fondo era como estar triste, que viste el mar y te quedaste allí pensando dónde estaría la salida de emergencia; que tuviste tu primer coche y lo inauguraste como debe ser; que te escapaste de casa con desesperación y alevosía; que lloraste de verdad, devastadoramente; que pariste por vez primera y sentiste que se había roto una compuerta; que quisiste hacer la revolución pero en el fondo querías ser como Corto Maltés; que miraste hacia atrás con vértigo y preferiste mirar hacia delante con curiosidad; que leíste Oración por Owen, de John Irving y desde entonces no has dejado de rezar; que te miraste en el espejo y te emocionaste, o te asustaste, al ver a tu madre retratada en tu propio rostro; que calculaste tus años y te diste cuenta que a esa edad tu padre ya había muerto; que decidiste no tener más planes que levantarte y vivir, que era como tener un día sin secretos. Como hoy.