as personas queremos seguridad y una parte básica de esa seguridad son los ingresos. Y estos, en general, vienen a través de un empleo. Desde finales del siglo XX hasta ahora el empleo de calidad se ha reducido y el paro ha aumentado. Es natural porque se trata de empleos basados en el consumo de combustibles fósiles. Si estos se agotan, todo el universo que han creado se contrae, también las posibilidades de ganarse la vida dentro de ese sistema fosilista. El paro o el empleo precario provocan un problema social muy grave que puede hacernos bascular hacia lugares peligrosos para la seguridad de las personas y para la democracia en el estado. ¿Por qué voy a defender una democracia que no hace mi vida más segura...?

El empleo es una de las energías sociales más esenciales porque es uno de los principales motores de la economía. Si queremos cambiar la sociedad hacia una dirección que la haga más segura en las condiciones que debemos afrontar (menos recursos y graves cambios medioambientales), es imprescindible transformar la naturaleza de los empleos. Debemos poner en comunicación el mundo del trabajo con el momento histórico de crisis civilizatoria. Y actuar en consecuencia. Aunque ello suponga una disminución de nuestro universo material. La economía necesita repensar la globalización: relocalizar lo esencial ya que el transporte se está encareciendo. Discernir las actividades tóxicas y cuestionar su rentabilidad económica frente a la ecológica, que es prioritaria si queremos sobrevivir. La sociedad debe dar un nuevo valor a la organización de la vida que, en este universo fosilista, habíamos definido hasta ahora alrededor de la producción y el consumo. Sin embargo, mucha gente, asustada por la precarización personal, pone por delante de la contaminación, la venta de armas, la mala calidad de los empleos, su sueldo. Y es natural, pero no justo, ni con mucha gente ni con las generaciones futuras. Por eso para cambiar la sociedad debemos cambiar la conciencia sobre el empleo y su trascendencia. Y a la par, todos los relatos de futuro deben acompasarse con una mejora de las condiciones generales de vida en el presente. Porque esas condiciones serán el motor para alcanzar las transformaciones futuras que necesitamos. A pesar de los esfuerzos del sistema de hacernos creer que es posible seguir este ritmo de vida sin petróleo, es imposible. Y esta transformación de mentalidad y actividades es vital porque quien hoy siente inseguridad no tiene razones para mirar al futuro. Solo quiere volver a sentirse seguro. Y existe el riesgo real de que fuerzas reaccionarias sean las únicas que ofrezcan una solución, injusta, peligrosa, sí. Pero a fin de cuentas, solución. El tema central de la política hoy y más con el covid, debe ser responder a esa necesidad de protección que se siente generalizadamente. Hoy el trabajo se percibe únicamente como un medio de conseguir dinero y ahí termina la relación de empleado y producción. No estamos educados en la percepción integral de qué, cómo y para qué producimos. El trabajo se ve como una mercancía, obviamos las implicaciones de ese trabajo sobre salud, medio, otras personas, países... Despertar la conciencia de quien produce sobre qué produce es el principio de la democracia económica y del cambio civilizatorio que las condiciones insoslayables nos exigen. Esta democracia económica reconoce un derecho al control sobre métodos y fines del trabajo hasta las últimas consecuencias. Después de décadas de una realidad cada vez más global, atomizada, contaminada y autoritaria, hace falta el interés de la clase trabajadora sobre qué y cómo produce. Debe despertarse una alerta ecológica sobre los empleos, porque necesitamos reconfigurar, sustituir, reducir sectores claves (construcción, automoción, turismo, finanzas, consumo). Necesitamos nuevos empleos que nos den seguridad hoy y protejan la seguridad de la Navarra del futuro. Esta conciencia sobre lo que hacemos y lo que debemos hacer es una fuente de sentido vital y por tanto de felicidad. Y estas emociones son básicas para la motivación que necesita esta gigantesca transformación. Debiéramos saber crear, con toda la problemática que sufrimos, empleos que la remediaran. Por ejemplo, en Iruña, el 12% de quienes cotizan a la SS trabajan en automoción fosilista. Y solo un 1% lo hace en agricultura. Hace falta un estudio gubernamental para conocer qué sectores están contrayéndose y cuáles pueden expandirse. ¿Algún sindicato navarro ha llevado a cabo el necesario debate sobre que va a ser de la comunidad que se mueve con el coche de gasolina? ¿Alguno ha interpelado al gobierno o la multinacional Volkswagen? ¿Cuánta gente progresista se alía con los criterios de las multinacionales porque les va el sueldo en ello, sin hacer gran examen de esa incoherencia? Los sindicatos fosilistas debieran ser los primeros en despertar a la alerta ecológica. Las demandas de seguridad de la clase trabajadora son nuevas, como lo es el colapso por agotamiento de los combustibles fósiles. Por eso es básico un nuevo trabajo sindical que pasa por la transformación del sindicalismo clásico, también fosilista.

La autora es miembro de Iruña Gerora

La sociedad debe dar un nuevo valor a la organización de la vida que, en este universo fosilista, habíamos definido hasta ahora alrededor de la producción y el consumo