a COPE ha aireado en sus ondas, portada digital y redes pelágicas que "Irene Montero multiplica por 100 su patrimonio desde que llegó al Congreso". La mentira es la que manda, la que causa sensación, aunque mucho más ruin y chungo es el bulo. El mentiroso rompe un escaparate, mal, pero el cobarde del bulo aprovecha el incidente para llevarse una batidora. El primero golpea al prójimo, fatal, pero el segundo le roba la cartera cuando yace malherido. Hay mentirosos compulsivos, impulsivos, explosivos, sí, pero los miserables del bulo ven acercarse la trola en cámara lenta y aun así la agigantan, la menean, la propagan. Yo tengo un moco, lo saco poco a poco, lo redondeo, lo miro con deseo.

En 1991 la Conferencia Episcopal aprobó, ignoro si ante notario o ante dios, el ideario de la emisora: difundir la doctrina de la Iglesia Católica, orientar a la opinión pública con criterio cristiano y colaborar en la promoción humana, social y cultural. Entre sus compromisos éticos subrayaba el rigor, la calidad profesional y el servicio a la verdad con espíritu de convivencia y criterio independiente. Hoy cabe pensar que aquel documento se firmó el Día de los Santos Inocentes en una comisión de Suburra.

La cadena eclesiástica dirá que se hace eco de una pregunta parlamentaria, cuando repica, repite y restriega una patraña a sabiendas de que lo es. Esto es lo grave. Pues expandir un bulo es vender infundios recalentados, engañifas verificadas, rumores de sobra desmentidos, es tirar la penúltima piedra y esconder la mano. Ni siquiera se hace uno responsable de la fechoría. Antes se pilla al mentiroso que al cojo, y al del bulo nunca: pasaba por allí.