l 21 de marzo se celebró el Día Mundial del Síndrome de Down, que ya solo por la denominación científica supone un avance. Venimos de una época en la que se mostraba piedad hacia el diferente en el Día Nacional del Subnormal, y de un anuncio entre amenazador y agorero en el que se alertaba de este modo a los futuros progenitores: “Piensa. Tú hijo puede ser subnormal”. Nunca un punto y seguido ha querido dar tanto miedo. A lo que iba, que con el fin de concienciar a la chavalería en los centros escolares el pasado martes se propuso llevar calcetines desparejados, se emitieron vídeos informativos y se invitó a las familias para que contaran su experiencia.

Los alumnos en su inmensísima mayoría toman con agrado estas iniciativas, con una normalidad nada supranormal. Dicen, y ya lo decía Aristóteles, que la juventud es maleducada y menosprecia a los mayores, pero al menos en algo la actual le da sopas con honda a la que hizo la EGB: en la aceptación del otro. En mi niñez el feo, el barrilete, el patoso, el enano, el tartaja, el cuatro-ojos, el zanahorio, llevaban el insulto y la colleja pegados a la nuca. Al negro y al marica solo los salvaba meter goles por la escuadra. Mongolitos, al rincón. Hoy en las aulas el raro es el perfecto, si es que existe tal condición, y salvo chungas excepciones se da por hecho que el albino merece tanto respeto como el rubiales.

Por desgracia se va imponiendo el modelo Ferreras, esto de que el mundo se acaba cada cuarto de hora y si no hay bomba nuclear nos ahogará un hueso de aceituna. Good news, no news. Yo pienso lo contrario: muchas cosas van mejor, mucho mejor.