iene a ser una cuestión cada vez más asumida, diríase que tópica, el que parte del debate sobre la identidad no radica tanto en lo dado cuanto en lo recibido, desde el nombre, pasando por la lengua y el habla, la religión como creencia, los usos y hábitos de la costumbre, la pertenencia comunitaria y su inclusión, o no, en entidades de carácter infra o supra-comunitaria, etcétera. La consciente banalización por parte de intereses que declino calificar, consigue hacer que realmente debamos preguntarnos, antes que nada, por cuáles son los fines de una manipulación o tergiversación de los hechos, que no puede ser sino interesada, mostrando su intención en la voluntad de potenciar o renegar de todo aquello recibido y, por tanto, otorgado. Es una cuestión no solamente de la cultura, aún menos de la política, sino generativa de las estructuras por las que somos y devenimos ser. Siendo, por ende, que el auténtico problema se incardina en el origen de un estatus construido en el devengo de fenómenos basados en la saturación, en una progresiva pérdida del sentido de lo adecuado, por delimitado, y de lo idóneo, tal y como ha sido escenificado incluso por los gestores sistémicos de un universo que niega declinar la lógica progresiva basada en un cálculo al no concibir el que la limitación de los recursos con que contamos sea un hecho en sí, generando a continuación una dinámica especulativa como explosivo motor de crecimiento afectada por una falsa expectación.

Fenómenos saturados son todas las crisis pasadas y las por venir. Marion, el filósofo francés, pone algún que otro caso. Como por ejemplo todo tratamiento del acontecimiento que basa su estrategia de denegación en “esa palabrería que se pretende informada [intentando tratarlo] como si no lo fuera, como si hubiera causas objetivables, un desarrollo familiar, una temporalidad definida -como si la suma de curiosos, de espectadores y de periodistas tuviera finalmente el poder de verlo, de saberlo todo, de captarlo todo. Sin embargo, cuando se pretende haberlo visto todo, entonces se ha disimulado todo, puesto que el acontecimiento daba a ver infinitamente más de lo que ninguna mirada podía recibir y soportar”. El mencionado filósofo recurre a una interpretación bíblica sobre la muerte de la mujer de Lot haciéndonos ver que su conversión en estatua de sal fue una opción personal favorecida por la insoportabilidad de lo acaecido. Constituyen, definitivamente, en la expresión de Marion, “datos insoportables” que nos negamos a ver y que en el extremo negacionista son “menospreciados”, formando parte, también, de la denuncia del “blablabla” por boca de la activista Greta Thunberg.

Las políticas que fundamentan su acción en lo acontecido, lo hacen, como no podía ser de otra forma, a toro pasado, constatando la vigencia de una cierta cadencia, de un volver a repetirse de los hechos que acontecen en la memoria de la práctica humana. A esto, de alguna manera, lo denominamos historicidad, visión histórica, en su proyectiva acción del pasado sobre el presente tan difícil de justificar si no es como una determinación. Ahora bien, este filósofo llama la atención sobre el hecho de que tal determinación per se tan sólo se da concluyentemente en aquella región fenoménica pobre dominada, en ejemplo dado, por las idealidades matemáticas al margen de los avatares del mundo de la vida, buscando la univocidad y el obligado consenso en torno a su, por lo general, operativa verdad.

Afirmaba, en este sentido, el desaparecido Jesús Mosterín, que un logro de la física y de la matemática es siempre un logro para la eternidad, lo que en un mundo en permanente cambio, nuevamente para Marion, “[lo] instituye en un universo inmutable, protegido hasta tal punto de perturbaciones que no conservan ya nada que la experiencia convierta en incierto y alcanzan así el rango de inalterables [...]; esta donación, tan pobre en intuición resulta para ellos un privilegio epistemológico excepcional. Se dan casi sin mostrarse intuitivamente y, por ello mismo, reciben de ahí una certeza que una intuición más rica, sensible pues y mutable, hubiera imposibilitado”. Fundamento último tanto de la fe dataísta como del solucionismo tecnocrático derivado de la misma.

Finalmente, de la lectura de este ensayo habré de remarcar el que sean fenómenos saturados, en la expresión de Marion, todos aquellos que se experimentan como paradoja. Es decir, “lo que va en contra de la opinión corriente, de la apariencia y de la expectativa”, puesto que “el rasgo fundamental de la paradoja radica en que la intuición despliega una demasía que el concepto no puede ordenar, que la intención no puede prever [...] erigiéndose entonces en una intuición libre (intuitio vaga)” . Y decir esto es darle hasta cierto punto la razón a Markus Gabriel cuando afirma de la misma constituir parte del pensamiento estético sobre el arte que afirma de este último ser, en lo fundamental, amoral, apolítico y ajurídico. Interpreto que algo de lo anterior se da tras la emisión de mensajes, por ejemplo, que nos hacen creer el que no se halle un futuro, ni cierto ni incierto sino todo lo contrario, un cierre de horizontes, para alguien que considere la probabilidad de una alternativa, la que sea, a lo establecido en su aparente y sin par renovación. Consigna transmitida a la sociedad desde las élites interesadas por el dominio unificado en lo Absoluto, en forma dada y predeterminada, desmotivando, hasta cierto punto, su potencial creativo, así como excluyente de la toma en consideración de toda problemática adjunta a los modos del mundo de la vida.

Hace ya un tiempo que se conoce el diagnóstico de cuáles son esas situaciones de evidente saturación civilizatoria, recogido, entre otros muchos, por Harald Welzer en su ensayo Guerras climáticas. Por qué mataremos [y nos matarán] en el siglo XXI. Ensayo que en modo alguno constituye un lugar común de la profecía, aunque como otros tantos reclama la atención sobre el nuevo tablero en el que habrá de jugarse la partida condicionada por unas cambiantes reglas según sea el componente predominante del conflicto. La palabra más reseñable del mismo es aquella de ecocidio. Y si esto es lo que proyectivamente se ve, se pone en evidencia del aparecer, constituye obligación del pensador no solamente plasmarlo sobre papel sino dar con la clave de aquello que realmente oculta, su apriorística pre-visión. Cuestión relacionada, en primerísima instancia, con la intuición. Y campo privilegiado para la aplicación de esa praxis por la cual el psico-sociólogo alemán constata el que: “Los seres humanos toman sus decisiones con el trasfondo de suposiciones complejas, de las cuales sólo una parte llega al nivel de la reflexión consciente”. Es decir, de una toma en consideración tanto de lo recibido objetiva como subjetivamente, puesto que al decir de Jan Patocka “toda comprensión [...] siempre presupone algo que desvela y algo que, desvelando permanece oculto”, y de lo que habremos de dar, rindiendo cuentas, para ser asimismo recogido por quienes nos sucedan.

El autor es escritor

Es una cuestión no solamente de la cultura, aún menos de la política, sino generativa de las estructuras por las que somos y devenimos ser