i tuviéramos que designar un símbolo de la pandemia de covid-19, este sin duda sería la mascarilla. En ese sentido, la retirada de su uso obligatorio en la mayoría de los espacios es el mayor exponente del regreso a la denominada “nueva normalidad”. Atrás y un tanto lejano quedaron el confinamiento, los aplausos a las ocho de la tarde, los conteos diarios de contagios y fallecidos, la incertidumbre y el pánico ante un nuevo virus de tratamiento y consecuencias desconocidos, y aquella dificultad para conseguir un objeto tan cotizado como llegó a ser una mascarilla de protección en los inicios de la pandemia.

Efectivamente, en marzo de hace dos años, el desabastecimiento mundial de los materiales de protección fue tal que hubo un momento en que de no llegar en 48 horas un transporte con ese material, no habría protecciones suficientes para nuestro personal sanitario y se tendría que comenzar a priorizar servicios donde repartirlas. Eso, o realizar las atenciones pertrechados con plásticos y materiales improvisados.

Esa imagen de las sanitarias enfrentándose a la amenaza invisible del virus, ataviadas con bolsas de basura como equipo de protección personal, evoca en cierta medida las secuencias de aquella película de un submarino nuclear, el K-19, que al sufrir una avería en su reactor, sus tripulantes tuvieron que repararla sin disponer de indumentarias de protección radiológica y cuyo resultado fue el de 22 marineros fallecidos por los efectos de la radiación, a los cuales, eso sí, se les declaró “héroes de la Unión Soviética”.

No cabe duda que aquellos desdichados hubieran preferido menos honores póstumos y más trajes plomados, pero los hechos que luego narraría la película sucedieron así.

En el caso de nuestro personal sanitario, sin llegar a la misma solemnidad también se les llamó héroes, alguna medalla incluida, y se les aplaudió desde las ventanas durante muchos días. En aquellos primeros meses de covid-19 no hubo tertulia televisiva donde no se les diera voz y reconocimiento, ni político que no mencionara a las y los sanitarios en sus discursos y declaraciones y buscara fotografiarse con ellos como si de estrellas de Hollywood se trataran.

En otra película de submarinos, La caza del Octubre Rojo, hay una escena memorable en la que un alto cargo norteamericano se sincera con uno de los protagonistas y le confiesa: “Yo soy político, y por tanto embustero y tramposo. Cuando beso a los niños, les estoy robando sus caramelos...”.

Resultará injusto hacer ese retrato estereotipado de la clase política, pero en este asunto es difícil que el personal público pueda considerar otra cosa cuando tras dar el doscientos por cien en esta legislatura por causa de la pandemia, se le ha “recompensado” con una enorme pérdida de poder adquisitivo.

Así, una vez bajo el eficaz paraguas de las vacunas, una vez que los síntomas y las consecuencias del covid son menos acusadas y que la cifra de ingresos y fallecimientos se han minimizado notablemente, el miedo al virus casi ha desaparecido y el foco de preocupación de nuestros dirigentes se traslada al pago de la factura que ha supuesto la epidemia. Al mismo compás, las cañas se han ido tornando en lanzas y donde antes se proclamaban heroicos sanitarios, ahora se refieren a ellas y ellos como funcionarios, a sabiendas de que es un término mucho menos popular, el habitual por otra parte a la hora de aplicar el tijeretazo, en este caso el incremento salarial de un 2% cuando el IPC ya era del 6,5%.

Se preguntaba un expolítico del PP en su habitual columna de este mismo periódico “si el Gobierno mantendrá la intención de subir las pensiones y los sueldos de los funcionarios con el IPC”, y en ese caso, “cómo piensa sufragar esta hecatombe”.

Para su tranquilidad podemos decirle que, de momento, de subida con el IPC, nada de nada. A su segunda inquietud me permito sugerir, ¿qué tal con la devolución del rescate a la banca, ese que siendo él diputado del Congreso llevó a cabo el gobierno de su partido asegurando que no iba a costar ni un solo euro a la ciudadanía y del cual decenas de miles de millones siguen sin devolverse?

Por desgracia este gobierno, autodenominado de progreso, es más de lo de siempre: bofetada a las y los empleados públicos y débil con los fuertes.

Es hora de quitarse las máscaras.

La autora es secretaria general de la Federación de Sanidad y Sectores Sociosanitarios de CCOO de Navarra