Creo que es una buena pregunta de difícil respuesta, más teniendo en cuenta lo conocido esta semana, a raíz de una información de DIARIO DE NOTICIAS, respecto a la pérdida de al menos una decena de obras de la colección de Arte de la Universidad Pública de Navarra, piezas perdidas o por el momento en paradero desconocido, que suena menos grave. Obras cuyos artistas crearon y vendieron con el único objetivo de ser vistas y compartidas con el público y con la garantía que debería dar formar parte de una colección pública. El tema es grave y tristemente se repite en Navarra, ahí quedan las más 157 obras de arte que volaron de la Colección de Caja Navarra, o la surrealista pérdida de la pieza de Richard Serra depositada en el Reina Sofía, nada menos que de tres toneladas. Sin duda esta última es la más increíble de todas las desapariciones de obras artísticas y sirve para ver hasta dónde llega la desidia de las instituciones culturales en este país. El arte contemporáneo no acaba de tener su verdadero lugar ni se le da el valor real que tiene como un reflejo esencial de la sociedad. Hay que recordar de dónde venimos quizás para saber dónde estamos. Hubo un momento, allá por los años 90, en el que el arte contemporáneo se puso de moda. Fue con la llegada del Guggenhein, o quizás algo antes, con el auge de la Feria de Arco y la fiebre de las instituciones por las exposiciones y por crear centros de arte y colecciones, como una inversión o como una manera de sumarse a las corrientes culturales para no perder posicion. Navarra a su manera también lo hizo. Y se comenzaron a crear o a consolidar colecciones como la del Ayuntamiento de Pamplona, la UPNA, el Parlamento o el Gobierno de Navarra, esta última a través de las adquisiciones y certámenes del Museo de Navarra y otras tantas semi públicas como la de Caja Navarra, ademas de otra privadas. Había que comprar arte. El por qué estaba claro, se apoyaba también así a los artistas locales, pero falló el para qué a la vista de los hechos. Detrás de toda colección de arte debe haber siempre una apuesta clara de conservación, catalogación y difusión. Y eso es inversión, recursos materiales y humanos y sobre todo creer en la cultura con la convicción de que el arte es algo esencial, no mera decoración de los despachos de los cargos de turno. Triste episodio el que tenemos entre manos estos días al conocerse el extravío de un cuadro de grandes dimensiones del artista navarro Fernando Iriarte, que formaba parte de la Colección de la UPNA. No es el único, y quien sabe cómo estarán el resto de fondos de arte públicos, si perdidos o abandonados en almacenes. Urge una respuesta que tranquilice a la sociedad, para no tener la sensación de haber tirado el dinero de todos.