Nosotros casi no la encendemos. Me refiero a la luz, claro. Hasta que no queda otro remedio, claro, claro. Estamos viendo el telediario de la noche y ella me dice: Qué, ¿encendemos la luz? Y yo le digo: Espera, vamos a ver cuánto aguantamos, pronto encenderán las farolas de la calle. Somos una pareja austera. Nos ponemos retos. Y, por supuesto, ya hemos comprado velas. Feijoo dice que todo va a empeorar. Otros dicen que vamos a morir todos. Tengo una amiga, una chica de mi edad, muy graciosa, que se burla de los que dicen que vamos a morir todos. Aunque, mira, en este mundo loco, la única certeza es esa, creo. Pero no nos pongamos nerviosos. Al parecer, lo primero son las velas. Hay que comprar velas, te dicen. Y las compras. En fin, estamos diseñados para tener miedo, vale, pero ya no nos creemos ni el miedo. Compramos velas porque nos hacen gracia. Porque nos gustan las putas velas. Nos parecen románticas. Puede que tengamos miedo, no digo que no. Pero, ya sabes, no podemos renunciar al romanticismo. Menudo invento. Así que entiendo al alcalde. Hasta puede que lo admire un poco, sin darme cuenta. Sus sentimientos son sentimentales, estoy seguro. Él quiere iluminar la fachada del ayuntamiento, punto. Cueste lo que cueste. Y tiene razón. Es romántico. No hay que juzgarlo desde el lado materialista. Lo importante es el espíritu. La poesía de la vida local. Lo que une a la gente. La fachada iluminada del ayuntamiento de una pequeña ciudad de provincias puede ser un símbolo para el mundo. Un icono de esperanza. De modo que sí: yo también estoy a favor de iluminarla. Ahora bien, con velas. Sería maravilloso. Nos convertiríamos en un ejemplo romántico-ecológico para todo el orbe planetario. Pamplona y su bella fachada iluminada con velas. Aromáticas incluso, por qué no. ¿Qué opinas tú, Lutxo?, le digo a Lucho. Y me contesta: Vale, pero habría que tener cuidado con las banderas. Está en todo. Qué crack.