Sigue habiendo fiestas de los pueblos. Santa Madre de Dios. Está a punto de nevar y todavía abres el periódico y te sale una cuadrilla de chavales y chavalas empapados de kalimotxo celebrando el chupinazo de su villa. Empezó esto como por junio, creo recordar, y ya estamos entrando en octubre y ahí seguimos. Y quedan, quedan; que yo sepa aún falta Villava y alguna más. Las de Villava, por ejemplo, empiezan el 1, o sea, pasado mañana, aunque mañana día 30 ya hay prefiestas. Hay lugares en los que se ha puesto de moda juntarse también las prefiestas de las prefiestas, por si acaso. El tema es que en Villava empiezan de empezar el 1 y acaban el 9, aunque el miércoles 5 hacen parón. 8 días de festejos y 1 de prefiestas para una localidad de unos 10.000 habitantes. Tú vete a Nueva York o a Londres y diles lo que pasa aquí. No te creen. Se quieren venir, claro, se quieren venir. Como se venían en los 50 y los 60 y los 70 a San Fermín. Al pimple. Porque allá –allá era casi todas partes– no se bebía en la calle. Beber era cosa de sitios cerrados, pubs, clubs, bares. Y aquí en cambio en las fiestas patronales lo que triunfa es la calle. Puedes pegarte de junio a octubre yendo de calle en calle de Navarra rellenando tu vaso de katxi reciclable, confraternizando con los paisanos y convirtiendo tu hígado en paté. Porque básicamente de eso se trata, no nos engañemos, amigos y amigas: de darle al frasco. Luego hay sectores de edad que tienen juegos y tradiciones para ellos y misas y cosas de esas, pero el abanico grueso de la población se dedica a soplar. Que está muy bien, ojo, pero sin hipocresías y teorías: chupar. Y muchos y muchas a meterse hasta el serrín por la napia o cualesquier otra cosa. Así de norte a sur y de este a oeste. Y esta es nuestra cultura, amigos. Y luego vete y diles a los chavales y chavalas que el botellón es malo y que cuidado con el alcohol.