Sigo teniendo en la cabeza la bronca del pasado miércoles en el Congreso por una cuestión de procedimiento y otra de contenido.

Respecto a la primera, y en relación a lo que llega al diario de sesiones, estoy de acuerdo con la ministra Montero en que este debe reflejar todo lo que se dijo. Debería hacerlo siempre. La práctica camuflatoria de suprimir los insultos, faltas de respeto y ofensas no sé si es más puritana o menos democrática. Es claramente inútil porque la prensa y las redes seguirán haciendo su trabajo y además huele a élite que puede permitirse borrar las huellas de los registros oficiales porque tiene los medios. Ya digo que sin demasiado efecto, pero marca una posición alejada de la naturaleza de la institución. ¿Lo que pasa en el Hemiciclo se queda en el Hemiciclo?

Respecto a la segunda, me centro en la parte de las declaraciones de Onofre Miralles en que se refiere a su compañera de filas Carla Toscano y dice que no lloró porque tiene más hombría y valentía que toda la Mesa del Congreso y los diputados zurdos. Da para muchos folios. Esta frase tan expresiva y sintética es digna de encabezar manuales, artículos y conferencias. Por mi parte, me limito a formular las preguntas que me suscita. ¿La hombría es la condición valiosa a la que deben aspirar al menos las diputadas? (No me queda claro si también todas las mujeres.) ¿Qué relación mantienen hombría y valentía? ¿Cómo las define y gradúa el diputado Miralles? ¿No llorar es condición de hombría, de valentía, de ambas? ¿Qué emociones puede mostrar un diputado o diputada sin por ello perder la hombría? ¿Hombría y valentía se reparten desigualmente en función del color político? ¿Participar en estructuras institucionales las ponen en peligro?

Hay bastante para pensar.