A la sombra con Fujimori

Hay varias ironías en el (pen)último sobresalto peruano. La primera que me viene a la cabeza es que, una vez más, la frase redonda para resumir los hechos es la del frustrado presidente, mala persona y enorme escritor Mario Vargas Llosa en Conversación en la catedral: “¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?”. La segunda y más significativa es que el ejecutor del autogolpe que duró 180 minutos comparte ahora mismo cárcel con el dictador al que sí le salió bien (por lo menos, al principio) la jugada de secuestrar el amago de democracia del país, el despojo humano que atiende por Alberto Fujimori. Al final, va a ser verdad que Dios los cría y ellos se juntan, aunque sea involuntariamente, en la trena. Queda, por cierto, para la antología de la extravagancia la foto del fallido insurrecto leyendo una revista en una comisaría de Lima adornada con gusto dudoso mientras aguardaba turno para ser fichado, interrogado y, como ya se ha dicho, enviado a la sombra.

Sin respaldo

La parte sorprendente para quienes asistimos a los acontecimientos con un océano de distancia es lo rápido que se solventó todo y, contra nuestro pronóstico, a favor del estado de derecho. O, por lo menos, en contra de quien pretendió ciscarse en sus principios. No sé si eso nos habla de la fortaleza de las instituciones democráticas del país andino o de cómo el tal Pedro Castillo había hinchado las narices a todo quisque en los 17 meses que llevaba en el poder. Me decanto por lo segundo al ver que, ante su última chaladura, no hubo un solo ministro de su gabinete que lo respaldara. Lo anoto sin dejar de reconocer que, efectivamente, el engranaje institucional funcionó y anduvo presto para abortar la intentona del pájaro en menos que canta un gallo. En tres horas estaba restablecido el orden constitucional y había tomado posesión una nueva presidenta.

Ese silencio

Todo ello ocurrió y, de hecho, sigue ocurriendo, sin que la autoproclamada izquierda verdadera haya dicho esta boca es mía. La celeridad del día anterior para mostrar apoyo incondicional a la defraudadora de 500 millones de dólares Cristina Fernández de Kirchner se transformó en vergonzosa incapacidad para pronunciar o escribir una sola palabra de condena ante un tipo que estaba dando un golpe de estado de libro. Esta sí que no es una actitud de la que podamos mostrarnos asombrados. Al revés. Tristemente, muchos de los que más gritan al hacer bandera de la libertad tienen como referente a liberticidas sin matices como el fanático que pasó de dormir en el palacio presidencial a hacerlo en una celda.